Cuando, a finales de los ochenta, los restos del franquismo,
aquellos siete magníficos que, fracaso tras fracaso electoral, pilotados por
Fraga, entendieron que divididos no podrían hacer frente al PSOE de Felipe
González, se refundaron como Partido Popular, lo hicieron porque juntos sumaban
y, sobre todo, porque, tras el fracasado golpe de estado de Armada, Milans y
Tejero, el pasado franquista puro y duro, era una carga demasiado pesada para
enfrentarse a las urnas.
Siempre se ha dicho que el mayor mérito de Fraga había sido
el de "pastorear" hacia la democracia, hacia el PP, a todos esos restos
dispersos del franquismo y sus votantes, a los brindó una opción con
posibilidades en la que depositar sus añoranzas del pasado, más después del
rechazo generalizado que cosechó el vergonzante 23-F.
Desde aquel 1989, especialmente desde que Aznar asumió la
dirección tutelada del PP, pese a aquel bramido de Fraga de las "ni tutelas
ni tutías", el PP fue convirtiéndose en una alternativa real y fue
alcanzando el poder, primero en algunas autonomías y, finalmente, en 1996, el
gobierno de la nación, desalojando a un PSOE maltrecho, demasiado viciado y un
tanto escorado a la derecha como para seguir encantando loes electores de
izquierda.
De modo parecido, todos los años en el gobierno, con Aznar o
Rajoy, han ido minando la credibilidad del PP, hasta el punto de que, desde el
estallido de la crisis de la trama Gürtel y su calvario judicial, no ha hecho
otra cosa que caer en las urnas, enfrentándose a un electorado diverso y
disperso que, si era partidario de las irresponsables bajadas, en absoluto
podía comulgar con un partido condenado en los tribunales con demasiados
dirigentes en prisión, del mismo modo que casaban mal el liberalismo en lo
económico con las contradicciones que en lo moral introducían personajes como
Gallardón en los electores. Tanto, que sólo la forma de enfrentar el terrorismo
de ETA, la gran obsesión de Aznar y los suyos, o el independentismo en
Cataluña, que tanto debe al propio Aznar y a Rajoy, responsables del escaso
nivel que hoy tiene el debate sobre el futuro de Cataluña. nacionalismo.
Esa, la del combate a los nacionalismos, catalán y vasco,
unida a las consecuencias de la mala gestión de la crisis económica por parte
de Zapatero, ha sido el arma de la que se ha valido el PP para marcar
diferencias con el cada vez más acomodado PSOE, y, curiosamente, esa puede ser
el arma que acabe con sus años de gloria, porque sus eslóganes, sus argumentos,
corregidos y aumentados están siendo utilizados por su verdadero enemigo hoy,
VOX.
Si los dirigentes del PP han sido racistas, Vox lo es más, si
machistas, también VOX les supera, si homófobos vergonzantes y dormidos a los
que se descubre en un descuido, VOX lo es y lo es a cara descubierta, si sueñan
en silencio con expulsar emigrantes, VOX lo pide a gritos. Malos tiempos para
la tibieza debe pensar Casado, líder del PP por una carambola, que, asustado
por la caída libre de su partido y deslumbrado por el fracaso transmutado en
éxito en Andalucía, ha hecho suyo el discurso de su viejo amigo t compañero,
Santiago Abascal, ahijado político de Aznar, como él, sin caer en la cuenta de
que lo único que retenía a los hoy votantes de VOX, agazapados en el PP desde
que Fraga les dio cobijo, era la ausencia de unas siglas con las que
identificarse, unas siglas que ahora ya tienen.
El último sondeo del CIS deja al PP en cuarto lugar, por
detrás de Podemos. La reacción de Casado y los suyos ha sido la de anatemizar
al director del CIS, el socialista Tezanos. Espero, por el bien del PP, no del
mío, que, si alguien queda con sentido común en la calle Génova, corrija el
mensaje de ese "vendedor de motos averiadas" que tienen como
presidente. Si no, más vale que vayan haciendo las maletas, porque con ese
mensaje no va a atraer a los votantes de VOX, porque los votantes de VOX ya
estaban en el PP y se conformaban con él hasta que se fueron, y así con su mensaje inconsistente y ultramontano corre el peligro de espantar al resto que se
iría, quién sabe si a Ciudadanos.
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