Es lo que tiene doparse. Ganas carreras, consigues marcas,
pero, al final, siempre te pillan y te quedas sin medalla o sin el record. Sin
embargo, el doping no es exclusivo del deporte. A veces el doping se da en
otros ámbitos y se da bajo formas curiosas, aunque las consecuencias son
parecidas, porque cuando quienes se dopan se encadenan a la sustancia con que
lo hacen y, por más que se empeñen, en su organismo quedan trazas de la
sustancia tramposa.
Acaban de comprobarlo Rajoy y, con él, el Partido Popular.
Como ya es sabido, Rajoy no dudó en recurrir a los "tea party"
españoles ni a lo más ultramontano de la formación cuando de lo que se trataba
era de socavar la imagen de Zapatero y el PSOE. Tanto es así que estuvieron a
punto de arruinar el ahora posible fin de ETA, con tal de no permitir a
Rubalcaba, quien, por cierto, nunca lo intentó, colgarse la medalla de haber
conseguido ese final.
Para esa carrera al sprint, Rajoy consumió las peligrosas
tesis de Jaime Mayor Oreja y todas esas manifestaciones en las que se mezclaban
el odio, el deseo de venganza y las acusaciones de traición.
Nunca sabremos si la cosa le dio resultado al líder del PP, porque
lo que se llevó por delante a Rodríguez Zapatero fue la crisis, la económica
claro, porque desde hace tiempo parece que no ha habido otra en este país.
Nunca sabremos si las inyecciones de integrismo y
ultranacionalismo tuvieron consecuencias en la fortaleza de los populares, pero
lo que sí suponíamos y, para perjuicio de sus intereses, ya estamos
comprobando, es que todos esos discursos, todas esas banderas y todas esas
pancartas han contaminado su discurso y están bloqueando su capacidad de
cambiar de discurso.
Rajoy y su ministro de Interior, Fernández Díaz, se
enfrentan ahora a la ocasión de hacer un gesto, dar una salida legal y
razonable, al pulso que le viene planteando desde hace días una parte
importante del colectivo de presos de ETA, pidiendo el cambio de régimen, por
razones humanitarias, de uno de los secuestradores de Ortega Lara, enfermo de
cáncer terminal, para que pueda pasar sus últimos meses de vida en casa y con
los suyos. El ministro ha sido remolón a la hora de tomar las decisiones, pero
las está tomando. Entre otras cosas, porque la ley es la ley y por más que la
retuerza y demore los trámites, no puede hacer otra cosa. Ese gesto, nadie lo
duda, puede ser trascendental para el rumbo que tome el, de momento, paralizado
final de ETA, y abrirá camino a nuevos pasos.
Hasta aquí, todo perfecto. El PP está haciendo, a su manea,
claro, lo único que puede y debe hacer, pero eso ha bastado para despertar de
su sopor al ex ministro Mayor Oreja, profeta de la venganza y el odio, de los
que tanto partido ha sabido sacar, resucitando su extinta figura para la
política nacional y quién sabe si para algo más.
Volvemos a oír hablar de traición a las víctimas, de que se
está dando oxígeno a ETA y toda esa letanía que creíamos olvidada. Rajoy lo
quiso. Porque Rajoy debería haber tenido en cuenta que aquellos apoyos, aquel
dopaje, acabarían teniendo consecuencias.
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