Reconozco que, como a mi amiga Elisa, la noticia, que abre
la edición digital de EL PAÍS me ha llenado de satisfacción, porque que el
Supremo haya rechazado los conciertos en los colegios que segregan por sexo, o,
lo que es lo mismo, el Supremo impide que con mis impuestos y los de todos los
ciudadanos se financien proyectos educativos sexistas y retrógrados, no puede
ser más que satisfactorio para quienes creemos en la igualdad y el progreso.
Sería absurdo, especialmente en un momento de crisis y
recortes como éste, que un sólo céntimo de los contribuyentes fuese a parar a
la caja de esos setenta colegios que en la actualidad separan a niños y niñas
en sus aulas, setenta colegios que, si no todos, en su mayoría pertenecen al
Opus Dei.
Los que nos hemos educado en colegios masculinos o femeninos
y hemos llevado a nuestros hijos a colegios e institutos donde no existe la
segregación conocemos muy bien el gran avance que supuso para la formación integral
de los alumnos poder educarse y crecer juntos niños y niñas.
No digamos ya lo que supuso la integración fuera de las
grandes ciudades, donde aún pueden verse en los colegios nacionales los
pabellones separados perfectamente señalados con rótulos o placas que rezan
"niños" y "niñas".
Un niño o una niña que no tiene la oportunidad de comprobar
desde los primeros años en la escuela que niños y niñas, pese a sr distintos,
son iguales, crecerá con ideas equivocadas sobre muchas cosas y, sin duda, será
más vulnerable a otras muchas.
De todos modos, no quiero dejar de señalar que la
satisfacción que me produce la noticia en modo alguno es plena, porque las
sentencias de la Sala IV del Supremo no entran en la bondad o maldad de la
segregación, sino que se limitan a señalar la imposibilidad de aportar fondos
públicos a centros que no respetan la constitución a la hora de admitir a sus
alumnos, discriminándolos por razón de su sexo.
Estaría mucho más satisfecho si el Supremo hubiese tenido
que decidir sobre la prohibición a los padres, fuese cual fuese su nivel
económico, de marcar a sus hijos e hijas enviándoles por separado a la escuela.
Pero eso es sólo un sueño, porque, en la mayor de las incoherencias y de los
absurdos, al respetarse su derecho a elegir centro para sus hijos, se consagra
el sistema de clases y se condena a los segregacionistas pobres a escolarizar a
sus hijos en centros en los que no se discrimina a niños y niñas. Con lo bonito
y lo práctico que es que niños y niñas compartan granos y frustraciones.
Puedes leer más entradas de "A media
luz" en http://javierastasio2.blogspot.com/ y en http://javierastasio.blogspot.es y, si amas la buena música, síguenos en “Hernández y Fernández” en http://javierastasio.blogspot.com/
1 comentario:
La naturaleza del yin-yang. La tristeza es que esta decisión del Supremo haya sido motivada por la crisis económica y no por la crisis del sentido común.
Un abrazo.
Publicar un comentario