Son los más entregados. Son quizá quienes mejor conocen
nuestra sociedad, porque son los que están en contacto con nosotros cuando
menos disfraces llevamos, cuando estamos más indefensos. Saben de nuestras
miserias y de nuestras grandezas. Entran en nuestras casas, algo no siempre
agradable, para ellos y para nosotros. Saben mejor que nadie, a veces mejor que
nosotros mismos, quiénes somos, cómo vivimos y lo que necesitamos. No se
esconden detrás de uniformes ni placas, no les alimenta ninguna fe, salvo la
que tienen en sí mismos, su vocación y sus compañeros, una vocación que, de no
existir, haría imposible su trabajo.
Son los trabajadores de la Sanidad Pública que, pese a todo
lo anterior, quizá sean, junto a los enseñantes, el colectivo peor tratado por
una administración que vive más pendiente de las cifras que de las personas.
Una administración para la que todas las virtudes de este colectivo son un
forúnculo molesto que habría que extirpar.
Para todos esos gerifaltes, los que ven el mundo como un
libro de cuentas en el que se borra más que se escribe, hay un nuevo motivo
para no encariñarse con ellos, porque, desde el primer minuto, se han opuesto a
los planes excluyentes con que el gobierno pretende negar la asistencia, y, con
ello, la salud, a los colectivos más necesitados.
Lo ha dejado claro la portavoz del Ministerio que ha
recordado, para negar a los médicos su derecho a objetar la ley que les obliga
a dejar sin atención a los sin papeles, ellos atienden, pero no facturan. Ahí
está la clave: los médicos, las enfermeras y enfermeros tocan a los enfermos,
mientras los señores del ministerio los cuentan y les facturan.
Mil médicos han puesto ya su nombre y apellidos en una
lista, comprometiéndose a atender a estos inmigrantes lo permita o no la ley,
porque su código deontológico les obliga a ello. Mientras tanto, desde los
despachos se mantiene como si nada la intención de dejar sin tratamiento a
enfermos que sufren enfermedades tan terribles como el cáncer. Espero por
nuestro bien que ninguno de esos personajes con poder y sin pudor ni compasión
haya visto la película "Soylent Green", de Richard Fleischer, que aquí
se tituló "Cuando el destino nos alcance", en la que se describe un
mundo futuro, dominado por una dictadura que alimenta a la gente con una
substancia llamada soylent green que, al final se descubre, se fabrica con los
cadáveres recogidos en las calles.
El día que en los despachos descubran que se puede hacer
algo parecido con los expulsados del sistema, comeremos soylent, verde o de
cualquier otro color.
Mientras tanto, debiéramos apoyar a los médicos y los
enfermeros en su oposición a las normas que les prohíbe cumplir con lo que les
dicta su conciencia. Hoy son los inmigrantes, pero mañana pueden ser los
parados, los ancianos, los enfermos crónicos o los que tengan los ojos azules.
Al final todo dependerá del algoritmo que de pie a la fórmula contable que más
"ahorro" permita.
Lo que ocurre es que todos estos ahorros acabarán
volviéndose contra todos. Los trabajadores de la salud lo saben mejor que
nadie, sería bueno escucharles.
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luz" en http://javierastasio2.blogspot.com/ y en http://javierastasio.blogspot.es y, si amas la buena música, síguenos en “Hernández y Fernández” en http://javierastasio.blogspot.com/
1 comentario:
La falta de control sanitaria puede causar más gastos que el ahorro que supone no ofrecérsela.
Esperemos que al hijo de Rajoy no se le antoje que arda Madrid como Roma...
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