Los españoles, sobre todo los de mi edad, teníamos de ella
la imagen de la venerable anciana dulce y chiquita, siempre rodeada de amigos y
fácil de encontrar en los salones de su querida Residencia de Estudiantes de la
que llegó a ser tan ilustre inquilina como los Buñuel, Dalí o su admirado Lorca.
Sin embargo, esa Chavela era la versión reposada, como el buen tequila, de
aquella otra mujer llegada a las valles del DF, primero y más tarde, cómo no, a
los locales para turistas de la entonces radiante Acapulco, del sur, muy al
sur, y pobre, en tiempos en los que le mujer apenas era en el mundo, y mucho
menos en México, un adorno para el hombre.
Encaramada a la botella, ebria de penas y juergas, se hizo
un hueco en el rincón, lleno de varones valientes y pendencieros, de las
leyendas mejicanas. Sus borracheras, sus juergas y sus peleas eran casi más
famosas que sus canciones y eso que las del venerado José Alfredo Jiménez
cobraron otro sentido, más sensual y naturalmente equívoco en sus labios.
Porque ese fue uno de los principales atractivos de Chavela
su evidente aunque inconfesa opción sexual que no admitió abiertamente hasta la
ancianidad, pese a ser famosa la pasión que se desató entre Frida Kahlo y ella.
Mujer escandalosa y libre en un país hipócritamente pacato y
machista, tuvo prohibida su presencia en la todopoderosa televisión. Pero
Chavela era mucha Chavela como para ahogar su leyenda en silencio y acabó por
resucitar. Lo hizo, en parte, en España, con una colección de grabaciones
memorables en las que como la Billie Holiday de los últimos años, decía, más
que cantaba, las canciones con el corazón. Un proyecto generoso de esos tiempos
en que las cajas de ahorros, Caja Madrid sin ir más lejos, se dedicaban a algo
más que a estafar a sus clientes. Una de las canciones recogidas en esos
discos, "Piensa en mí", fue, de la mano de Pedro Almodóvar, la
tarjeta de visita de la nueva Chavela, la que pudo regresar al México que
adoraba en toda su dimensión. Pero Chavela nunca olvidó España. Por eso volvía
a menudo a perderse en los pasillos de "la residencia" y por eso quiso
venir a despedirse de ella en una noche memorable en la que, acompañada de su
amiga Martirio con su hijo Raúl y de Miguel Poveda, dijo adiós al lugar en el que
había sido tan feliz con Lorca en sus labios.
Chavela sabía lo que arriesgaba en ese viaje y asumió el
gasto. Su viejo y menudo cuerpo se resintió y se recuperó lo justo para
regresar a morir al México que tanto amó y que hoy se rinde a los pies de esa
mujer chiquita que, con su voz y su coraje, supo romper tantas reglas.
Del viaje que has emprendido no se vuelve, Chavela. Tuve el placer de compartir contigo apenas unos minutos y nunca los olvidaré, una de las grandezas de la profesión a veces tan miserable que tuve. Nunca lo olvidaré.
Ojalá que te vaya bonito
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