Es éste un día curioso que, para mí y supongo que para todo
el mundo, la fecha de hoy ha tenido muy diversos significados a lo largo de la
vida. Y eso ha sido así porque, primero, este país no ha sido el mismo a lo
largo de todos esos años y, segundo, porque tampoco yo, mucho menos, lo he
sido.
Recuerdo aquellos quinces de agosto en el pueblo -un pequeño
pueblo de Guadalajara- en que la monotonía de siestas paseos por el monte y baños
en el río -entonces los baños eran posibles en la mayoría de los ríos- se
rompía en "el día de la virgen". Y se rompía porque venían los
padres, primero en el tren y luego en el seiscientos, y porque en el pueblo se
celebraba alguna que otra procesión de la que sólo recuerdo los cánticos de las
mujeres y a los hombres pujando con puñados de billetes en las manos por llevar
las andas de la imagen de la virgen de turno.
Era un día de comida en el campo. Quizá una paella en una
hoguera a la sombra de unos chopos, a la orilla del río, la sandía y el melón
y, ojo a la sofisticación, café y helados al corte. Luego, un poco de pesca, la
merienda, la subida al pueblo, las despedidas y el regreso de los padres a
Madrid.
Durante unos años, mis padres pudieron cerrar su tienda unos
días para tomarse unos días de vacaciones, preferentemente en Peñíscola, que
aunque ya debía ser territorio de los Fabra, no se notaba o, al menos, nosotros
no nos damos cuenta. Eran días de "cuelgues" con la niña rubia hija
de los dueños del hotel en que parábamos, mañanas de playa, con muchos juegos
en el agua y, a la tarde, pesca en el puerto y, caída la tarde, petardos en la
playa pequeña, la de Calabuch, con ese primo pirómano que hay en todas las
familias.
Luego crecimos y mientras los amigos se iban de Interrail
por Europa, mi hermano mayor y yo nos quedábamos a cargo de la tienda abierta
ya todo el verano y recuerdo este día como día de piscina y más adelante,
cuando tuve moto, de excursiones al pueblo a ver a los abuelos, ya más mayores
y sin nietos que cuidar. Recuerdo que, de aquellos quinces de agosto, lo que
más me gustaba eran precisamente esos viajes en moto y las excursiones
pertinentes a los pueblos de los alrededores.
Más tarde me eché novia, me casé y pasé muchas vacaciones y
algún 15 de agosto en la Costa Brava, en más de un lugar, aunque el que
recuerdo con más cariño es quizá Llafranc, con su verano más familiar y mi niña
pequeña y preciosa, feliz esos quinces de agosto en que celebraba su
cumpleaños.
Por cierto, tengo que reservar un lugar especial para aquel
quince de agosto, calurosos como siempre, en Madrid, con la pasta en la mesa, a
punto de sentarnos a comer Carmen y yo, pero solo a punto, porque manuela se
empeño en venir y tuvimos que cruzar todo un Madrid desierto y agobiante, hasta
esa inmensa maternidad de La Paz en la otra punta de la ciudad que, junto al
libro de cocina de la Sección Femenina, es quizá lo único a salvar del
franquismo. Y fue allí, donde nació una niña con mucho pelo, negro y de punta
que hoy cumple 26.
Para entonces ya había comenzado a trabajar en la radio y
las vacaciones eran en julio o septiembre. Manuela, por cierto, me trajo el
regalo de comenzar a trabajar en un programa nuevo que llegó a convertirse en
el más escuchado de la radio española. Eran otros tiempos, eran otras gentes y,
sobre todo, era otra radio, pero esa es otra historia.
Hubo un verano, duro verano, que tuve que asar
"castigado· por una gilipollez de la que la culpa fue de otros, uno
también pago y el otro sigue tapado y ajeno a la que lío. De aquel verano y de
aquel injusto castigo que mis compañeros trataron de evitar sin éxito, entonces,
aunque no se hacía fuerza, sí había más solidaridad en aquellas redacciones, surgió
otro cambio en mi vida -espero que a estas alturas os hayáis dado ya cuenta de
que en la radio y en mi vida los cambios se producen en agosto- que me llevó a
vivir al revés la vida, trabajando los fines de semana y convirtiéndome los
lunes y los martes en un zombi y comprador compulsivo.
Los primeros años en fin de semana, hacía vagaciones en
agosto. Fueron los de la primera infancia de Manuela y los pasaba, como ya os
he contado, en la Costa Brava. Luego, después de una prueba por sorpresa que
debí pasar con éxito, pasé a encargarme de dirigir y presentar el programa y me
cayó quince de agosto para torear en antena. Difíciles y tópicos, porque apenas
pasaban cosas y todo eran fiestas, romerías y más fiestas.
Ahora, después de tantos años, después de la enfermedad, ya
retirado, sólo del trabajo remunerado, me encuentro en un Madrid medio vació,
medio muerto, con calor, mucho calor y huyendo del bullicio de las verbenas que
invade la parte de Madrid que más me gusta.
En fin que este quince de agosto, salvo la comida con
Carmen, mi hija y su amigo, lo voy a pasar en medio de la nada, que es el lugar
escogido para esa fecha del calendario. Un poco nostálgico, un poco sentimental,
pero, lo dicho, lo voy a pasar.
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