lunes, 18 de febrero de 2019

UN PAÍS NO TAN ASUSTADO


Cuando la semana pasada escribí la entrada "Un paístelevisado", me sinceré y, traicionando la regla casi siempre traicionada y ya casi olvidada de que quien escribe no debe convertirse en protagonista, dediqué dos líneas a describir el desconcierto que produce en mi padre el modo en que la televisión, especialmente la Sexta, traslada la realidad a la audiencia, no imaginaba que, de nuevo hoy, tendría que ocuparme de ella y de sus modos de nuevo. 
Siempre envidié la cultura francesa, también la cultura televisiva de nuestros vecinos, que ocupaban muchas horas de su programación con debates, debates de todo tipo, especialmente culturales, del tipo de la desaparecida "La Clave", que a muchos españoles nos enseñó a hablar, a pensar y, sobre todo a construir nuestras propias opiniones después de escuchar las de los demás. Pero en eso llegó la televisión privada y con ella la ONCE y, con la ONCE, Berlusconi y su televisión basura.
En su televisión, Tele 5, creada a imagen y semejanza de su matriz italiana, que llenó las pantallas de los españoles, primero de culos y tetas, siempre femeninos, para después, una vez establecida, pintar toda la programación de morbo y crispación, en un ensayo "con todo" de los que acabaría, ocurriendo con el resto de la programación, deportes y política, llevando al altar de la televisión, hasta entonces, sacrosanto discusiones de barra de bar y tabernas.
Se estaba preparando, a base de kikos matamoros,  belenes esteban y gente del mismo pelaje, el tono crispado en el que, a partir de entonces, se desarrollaría cualquier debate y el rigor, más bien la falta de rigor, con que se abordarían la mayoría de los asuntos en pantalla, hasta convertir el medio en eso que la hija de una de las lectoras de aquella entrada califico de "asusta personas", gente que sufre porque cree que el mundo y sus asuntos son, no como son, sino como aparecen en la pantalla casi siempre encendida que hay en su salón.
Ahora, apenas tres décadas después, la información cultural, salvo los estrenos cinematográficos en los que cada cadena tiene intereses, es prácticamente nula y el espacio que debería ocupar se lo dan a programas estúpidos en los que gente vulgar, peor que gente corriente, sufren y hacen sufrir a gente tan vulgar como ellos mismos, siempre en medio de una tensión sexual indisimulada, que es la que, junto a otras pasiones, les da la audiencia, convirtiendo una o dos horas de televisión que podrían haberse convertido en un vehículo de cultura y formación en un espectáculo de patio de colegio que ni siquiera representa a quienes se quedan colgados de sus pequeños dramas insustanciales.
Sin embargo, no es eso lo peor, pese a que esté en el origen de la degradación de la televisión. Lo peor es cómo la política, no los asuntos que debería tratar de solucionar la política, se ha convertido en un elemento más de ese "freak show”, que cada día desfila ante sus ojos. Los debates sobre política se han convertido en un gallinero en el que políticos de aquí y de allá tienen que enfrentarse a quienes, con el único aval de su ruido, se enzarzan, con ellos y a propósito de ellos, en discusiones sin sentido, interminables trufadas de exageraciones y mentiras, de las que no se espera nunca una solución sino enconamiento y, a la postre, el miedo a que sea cierta la mitad de las cosas que allí se dicen.
Afortunadamente, también esa basura cansa, también esos personajes que quizá fueron, pero que ya no son nada, aburren y pese a los esfuerzos de promoción, antes y después de la emisión, sólo tienen el interés que merecen, o sea poco o ninguno. Gente apocalíptica que cuando pudo hacer no hizo, gente a la que ya nadie hace caso, pero que tiene muchas cuentas que saldar con aquellos a quienes deberían apoyar, gente empeñada en asustarnos.
Afortunadamente, una cosa es la televisión y otra muy distinta la realidad. Quizá por eso, hace ocho días, en la plaza de Colón estuvo la gente que estuvo y lo que algunos asesores y algunos correveidiles de los convocantes querían como principio de la Reconquista se convirtió en un regreso a la cueva, porque el país está asustado, pero no tanto o, al menos, eso quiero creer.

No hay comentarios: