No es la primera vez que tengo que preguntarme en estas
páginas qué es lo que nos está pasando. No son pocas las bromas y los gags en
el cine y en la vida que nos ponen sobre aviso de que no siempre hay que fiarse
de lo que se nos dice, por más autoridad que concedamos a quien nos lo dice.
Quién no recuerda, sobre todo si es periodista, aquella broma-consejo de
"no dejes que a realidad te estropee un bonito reportaje" con que
ironizábamos sobre la veracidad del trabajo de algunos
"compañeros". Qué decir de aquella pregunta del genial del
genial Groucho Marx, "¿A quién vas a creer, a mí o a tus propios
ojos?" pronunciada por Chico en la película de 1933 "Sopa de
ganso". Una frase que hoy, con los medios y las técnicas puestos a
disposición de los mentirosos, paradójicamente perdería sentido, porque son
tantas las mentiras y tantos los mentirosos que cuesta discernir entre lo que
es verdad y lo que es mentira.
Durante todo el día de ayer y ya desde la noche del domingo
los aficionados al fútbol pudieron ver o, mejor dicho, pudieron "no
ver" el penalti pitado al Levante por una patada inexistente de Casemiro
que sólo los árbitros vieron y que permitió al Real Madrid conservar los puntos
que hasta ese minuto tenía perdidos. Nadie vio la patada que, en el mejor de
los casos, a algunos les pareció apenas un roce insuficiente para provocar la
caída tan bien fingida por el madridista. Fue como si el árbitro dijese ¿A quién
vais a hacer más caso a vuestros ojos o a lo que pito?
Toda esta digresión viene a cuento de que nunca como ahora
ha tenido más sentido la frase acuñada por Marshal McLuhan de que "El
medio es el mensaje", porque el medio, la prensa, la radio o, en especial,
la televisión y las redes han pasado a ser noticia, porque en las teles se dedican
espacios a los ecos que las noticias, verdaderas o falsas, tienen en las redes
y lo que se lee o se ve en la prensa y en la tele, veraz o manipulado, tiene a
su vez mucho espacio en las redes, algo que los sesudos magos de la
comunicación que asesoran a los partidos políticos, tienen muy presente, algo
en que basan sus consejos, entre los que el de decir la verdad no parece ser
habitual.
Son tantas las mentiras puestas en boca de alguno de
nuestros políticos y es tanto el aplomo con que las dicen que ellos mismos llegan
a creérselas, llenando los telediarios y las malditas hemerotecas de datos
falsos entre los que dentro de unos años va a resultar muy difícil encontrar la
verdad. Menos mal que algunas instituciones conservan mecanismos, arcaicos
quizás, que obligan a la reflexión a la hora de dar cuenta de lo que en ellos
se hace o dice y en los que no cabe, al menos como ocurre en los medios, el
sesgo y la realidad inventada.
Y menos mal que es así, porque gracias a ello las
afirmaciones de Casado tienen las patas cortas que tienen las mentiras. La
última, ayer mismo, que la Ley integral contra la violencia de género es obra
de su partido, cuando lo fue del PSOE, a iniciativa de los colectivos de
mujeres. Pero ahí sigue el mentiroso, el que dice que la nación española es la
más antigua de Europa, le faltó decir del universo y más allá, que en los meses
que lleva Pedro Sánchez en el gobierno han llegado España en patera más
inmigrantes que en todos los años anteriores, confundiendo intencionadamente el
desembarco de los náufragos rescatados por las ONG con quienes llegan a
nuestras playas, que, pese a que deberían tener la misma condición, no son lo
mismo.
Pero se dice y queda, en mítines y en entrevistas, entre
otras cosas porque se ha perdido la costumbre, buena costumbre, de replicar al
entrevistado cuando falta a la verdad, cosa que a Maduro, por poner un ejemplo
reciente, no le gusta nada, porque él prefiere el intercambio de bromas y
sonrisas con su amigo Jordi Évole a la impertinente insistencia en mostrarle la
realidad de Venezuela del equipo de Univisión al que anoche, después de una
entrevista interrumpida por el dictador, porque, sin duda, estaba desmontando
la realidad paralela que pretende imponer al mundo, ya que a los venezolanos ya
no puede.
Nuestros políticos se han acostumbrado a esconderse entre un
forillo o unos seguidores anodinos que agitan banderas y el objetivo de
las cámaras. Lo demás les da igual, porque no se ve. Y llegan a creerse tanto
su papel que, como Inés Arrimadas, dice haber ido a Waterloo a decirle a
Puigdemont que su república no existe y la pancarta que se llevó, junto unos
cuantos fieles seguidores y el doble de periodistas, el fugitivo ex president
no pudo verla, porque sólo la mostró a las cámaras que, eso sí, la encuadraron
de espaldas a la casa en la que vive Puigdemont. Nuestros políticos viven en una realidad paralela que les
fabrican cada día. Casi nada de lo suyo es verdad. No lo es esa sonrisa
"profiden", una mueca que tiene que doler por las agujetas, que se
coloca Pablo Casado cada vez que ve una cámara para hablar sin papeles, porque
no los necesita, porque su realidad no los necesita porque es inventada y la
improvisa cada día.
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