En todos los años que he vivido en democracia, que son todos
los que tiene la española he visto nacer y morir a muchos partidos y de todos
los colores. También los he visto cambiar de nombre, como si la nueva identidad
fuese a librar a sus líderes de un pasado vergonzante, si no directamente o
delictivo. Se cambia de nombre, se cambia de dirigentes y se cambia de colores
o de logotipo, rosas de jardín o de invernadero, gaviotas o charranes... la
lista de cambios identitarios se haría interminable y, si les creemos y no sin
esfuerzo, sólo la ideología permanecería inalterable, salvo que, como en el
caso que nos ocupa, Ciudadanos, la ideología sea como los famosos principios de
Groucho Marx, de quita y pon.
Albert Rivera, tan friolero como aparece en la famosa foto
de Colón, hoy maldita para él, se presentó desnudo ante el electorado cuando su
partido era apenas un esbozo, una plataforma ciudadana, en la que lo único que
quedaba meridianamente claro era su feroz anticatalanismo y la existencia de
una no menos feroz financiación, de la que hoy aún está por conocerse
claramente el origen. Y es que, lo mismo que hay partidos que nacen en torno a
una idea que, para crecer u mantenerse, necesitan de financiación, hay partidos
que nacen de una financiación, entiéndase unos intereses a defender, que
necesita vestirse de ideologías para mantenerse y crecer.
Ciudadanos, al igual que Podemos, creció a cuenta del enorme
descontento que el bipartidismo del que tanto habían abusado PP y PSOE, hasta
el punto de diluir sus señas de identidad, en busca de sus votantes y de
admitir en sus filas a personajes de eso que algunos llaman "moral
distraída" que, para el partido o para sí mismos, acabaron metiendo la
mano en la caja. Fue entonces cuando la idea del partido de Rivera, fundamentalmente
porque carecía de experiencias negativas en ese sentido cuajó, primero en
Cataluña y, posteriormente, en el resto de España, llegando a necesitar cuadros
en lugares donde nunca habían estado, para presentar listas para competir y
recibir esos votos que las encuestas les auguraban.
A partir de ahí, Ciudadanos comenzó a hacerse un lío o
hacérnoslo a nosotros, porque los diputados y concejales que obtuvieron no les
daban para hacerse con alcaldías o gobiernos de autonomías y, si les daban,
como les dio para hacerse con la Alcaldía de Arroyomolinos, en Madrid, fue para
ver, a los pocos meses de mandato, ver al alcalde procesado y dimitido. Y es
que cuando se crece deprisa y, sin el control necesario, entran en el cesto
manzanas podridas o con riesgo de pudrirse.
La trayectoria de Ciudadanos ha sido en estos años de
expansión un ejercicio de prestidigitación y equilibrio, todo en uno, en el
que, según convenía, apuntalaban a populares o socialistas, haciéndonos creer
que garantizaban la decencia y honradez de los gobiernos que apoyaban desde
fuera.
Eso, hasta hace menos de cuatro años, cuando se convirtió en
el caballo de Troya que impidió, con su entonces inédita política de
exclusiones, el acuerdo aparentemente posible para llevar a Pedro Sánchez a formar
gobierno. Y es que ya se sabe que se puede mentir a todos o mentir todo el
tiempo pero no se puede mentir a todos todo el tiempo, y, de tanto hacer
equilibrios u de tanto juego de manos, al fin, Rivera se vio atrapado en la
maldita foto de la plaza del Colón, entre las cámaras u el paredón en que se
convirtió el homenaje de Vaquero Turcios al "descubrimiento", una
foto que explica muchas cosas y tapará unas cuantas bocas.
Y, como "de perdidos al río", ayer, Juan Carlos
Girauta ató corto a su partido, anunciando a dos meses de las elecciones que
Ciudadanos, al igual que ya hizo en Andalucía, levanta un muro frente al PSOE
y, se supone que, frente a Podemos, para no llegar a ningún acuerdo de gobierno
con ellos. Girauta, que debe saber de qué habla, porque ha estado en el PSOE y
el PP, sin sacar nada de la política, hasta llegar a Ciudadanos con quienes ha
sido concejal y diputado en Cataluña, en Europa y en la Carrera de San
Jerónimo.
Ciudadanos ya se había retratado dejando que VOX, el partido
que finalmente ha impuesto a una de sus militantes, de claras tendencias
franquistas, como responsable de la Memoria Histórica en el gobierno de
Andalucía, pusiese sus votos para que ellos y el PP formasen ese gobierno,
posó, sin que hubiese bandera arco iris capaz de camuflarle, hace sólo nueve
días y ayer, por boca de Girauta, negó por tercera vez la posibilidad de un
acuerdo postelectoral con Sánchez, dejando cómo única salida para España otro
gobierno de CiudadaVox que, por más que se empeñe y más prisa que tenga, difícilmente presidirá el más
que ambicioso Rivera.
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