miércoles, 27 de febrero de 2019

ANTE LA JUSTICIA


No sé si la justicia nos iguala a todos ante ella o si lo que consigue es hacernos diferentes a como creíamos ser o a como los demás creían que éramos. Lo digo porque ayer la que fuera presidenta del Parlament de Catalunya, según muchos, entre ellos los acusadores ante el Supremo, la verdadera maestra de ceremonias en aquellos confusos días en los que durante unos segundos Catalunya llego a ser república independiente.
Carme Forcadell estaba muy cambiada o así la vi yo, sentada en el banquillo, por debajo del nivel en que se sentaba el tribunal. Nada que ver con aquellos elegantes paseos, luciendo sus vistosos "pata de elefante" a veces, "pirata" otras. Estaba muy cambiada físicamente, porque la cárcel desgasta mucho y estropea la piel y los modos. A veces, incluso, encanalla, como en el caso de "el bigotes", más aún de lo canalla que podía ser fuera.
La expresidenta estaba distinta, entre otras cosas, porque a nada de lo que declaró le respaldaba ese "palabra de dios", esa solemnidad de quien tiene autoridad y mucha. A Forcadell, como a cualquier acusado se le permite mentir, adornar la realidad pasada con falsedades que vistan de candidez lo que hicieron, llegando al absurdo de limitar su responsabilidad a un "yo pasaba por allí" que resulta tan increíble como eficaz en su defensa.
Lo que ocurre es que a Carme Forcadell le traiciona el carácter, le puede la soberbia con que en más de una ocasión respondió a las preguntas de la fiscal, porque, a  mi modo de ver, no cabe tanta altivez junto al papel irrelevante que se quiso adjudicar y que, según su testimonio, consistió en ignorar los requerimientos del Constitucional para parar la tramitación de cada una de las resoluciones de la mesa que llevaron a la declaración de independencia. Según la expresidenta, ella no podía pedir a esa mesa que actuase como censora de los proyectos de ley, porque, en su opinión, la democracia o lo que ella entiende por democracia está por encima de la Constitución y del Estado de Derecho, y se encargó de subrayarlo añadiendo, a preguntas de la fiscal, que, con Franco, España también era un estado de derecho.
El caso es que Forcadell se encerró en esa escala de valores tan particular en la que ella y muchos de sus compañeros de banquillo colocan la voluntad popular o lo que ellos consideran voluntad popular por encima de las leyes que habrían de supeditarse a los deseos, por ejemplo, de la masa movilizada en la calle, hasta que la fiscal la colocó en el brete de responder a la pregunta de si, en su ánimo de no usar a la mesa del parlament como un órgano censor, tramitaría una ley que autorizase en Catalunya la trata de blancas. 
Con ella, a la que había precedido Jordi Cuixart, presidente de Òmnium Cultural, felicitándose y felicitando a España por haber tenido en el referéndum la mayor demostración de desobediencia civil habida en Europa, se cerró el interrogatorio a los acusados, los únicos a los que se les permite mentir en defensa propia, una fase en la que hemos visto versiones distintas entre sí y distintas de la realidad que todos pudimos. A partir de ahora, declararán los testigos, que sí están obligados a responder con la verdad so pena de verse acusados formalmente de mentir al tribunal.
Uno de los primeros será Mariano Rajoy, que no dejó muy bien recuerdo ante el tribunal que juzgó la Gürtel, hasta el punto de que en la sentencia se insinúa que su testimonio no fue precisamente del todo veraz. Será ahora cuando podamos comprobar qué tiene el tribunal, a mí me parece que más bien poco, para probar la violencia que justificaría las acusaciones de rebelión y sedición que son las que justificarían tener desde hace más de un año a la mayoría de los acusados en prisión.

Decía al comienzo que la Justicia nos iguala o nos hace distintos y, ahora que lo pienso, creo que lo que ha hecho tan distintos a los acusados es tanta prisión tan poco justificada y de la que habría que culpar a la inútil y cobarde actitud de Puigdemont y sus fugitivos de los que, salvo los acusados presos, sólo parece acordarse Inés Arrimadas.

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