Hoy se cumple un año del comienzo de todo, del
"acabose" para algunos, que, como diría Mafalda, no fue más que el
continuase del empezose del PP. Hace un año, el intrépido Carles Puigdemont
decidió forzar la máquina, echando todo el carbón a mano, a la caldera de la
independencia.
Puigdemont, acostumbrado a la épica de los titulares
informativos de parte, colocado al frente del gobierno de la Generalitat, por
la carambola de unos resultados electorales inesperadamente favorables, aunque
no lo bastante como para que la suma de ERC y los restos de CIU, unidos en
aquel Junts pel SÍ pudieran gobernar por mayoría y se vieran abocados a
coaligarse con la bizarra CUP, que aprovecho y cómo su oportunidad para hacer
valer sus escasos votos, poniendo patas arriba a la coalición, forzando
la renuncia de Mas y aceptando al fogoso alcalde de Girona como recambio
del heredero de Pujol, a esas alturas agobiado junto a lo que fue Convergencia,
su partido, por los numerosos y graves casos de corrupción que le señalaban,
mitad por propia convicción, mitad atrapado por los compromisos incendiarios de
la CUP, se lanzó a la loca carrera que nos ha traído hasta aquí.
En este punto es conveniente mirar hacia atrás y sacar
conclusiones. Analizar para ver en qué nos hemos equivocado, qué hemos hecho
mal para rectificar, pero qué hemos hecho mal todos, Nosotros que hemos
aprendido a ver en los demás, catalanes o no catalanes, sólo los defectos,
nunca las virtudes, nosotros que retuiteamos o compartimos lo que encontramos
en las redes y lo hacemos sólo si nos conviene, sólo si contribuye a reforzar
nuestro pensamiento, sea o no sea verdad, sea actual o haya sido relanzado
fuera de contexto y mutilado. Nosotros que nos complacemos en el fragor de las
tertulias, olvidando que una gran parte de los participantes están en ellas
para agradecer a los partidos que les han propuesto el dinero que se llevan a
casa, nosotros que nos dejamos hipnotizar por cadenas televisivas que han
convertido la información en espectáculo, un espectáculo que les da la
audiencia que a su vez les da dinero y prestigio, forzando y exagerando el
interés y las proporciones de aquello de lo que informan, llevándonos en
ocasiones a un verdadero estado de ansiedad, diagnosticado, incluso, en
los momentos álgidos de ese carrusel infernal en que ha devenido el proceso, la
loca carrera hacia ninguna parte emprendida por los llamados partidos
soberanistas.
En las últimas horas, Joan Tarda, diputado de ERC en el
Congreso ha puesto palabras a lo que muchos pensamos, llámanos "ingenuos o
estúpidos" a quienes pretenden imponer su solución a los demás, tanto los
que quieren proclamar la independencia unilateralmente, como quienes pretenden
imponer un nuevo estatuto de autonomía, mejorado y quizá insuficiente para los
anteriores.
Me extrañaría mucho que nadie se hubiese parado a pensar en
todo esto sin sacar las mismas conclusiones que el diputado catalán. Más bien
me inclino a pensar que son muchos, la mayoría de los actores del conflicto,
aunque no hacen caso a su conciencia, porque es mucho lo que, ellos, se juegan
en ello: escaños, cargos y salarios que, pase lo que pase, seguirán teniendo y
cobrando.
Las palabras de Tardá en realidad son descorazonadoras. Pero
lo son sólo si se olvida que por primera vez se habla así de claro del impasse
en el que se ha situado el proceso y que verbalizar las cosas y las
situaciones, ponerles nombre, es empezar a solucionarlas.
Lo que pasó hace un año fue terrible y podría volver a
ocurrir, aunque creo que juega a favor de una solución el cansancio y el hastío
de muchos catalanes. En cinco días será de nuevo "onze de sptembre",
volverá la Diada, se llenarán de nuevo las calles, funcionaran de nuevo los
manifestómetros y cada cual tratará de llevar a su razón tantos manifestantes
más o menos, pero este año, no sé por qué, quizá porque Rajoy dormita
ahora en su despacho del Registro de la Propiedad, creo que la solución
está más cerca. Quizá porque creo en la nobleza de Tardá y creo que reconocer
con él lo endemoniado de la situación es el primer paso para resolver este
damero maldito en que se ha convertido Cataluña.
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