jueves, 6 de septiembre de 2018

EL MALDITO DAMERO CATALÁN


Hoy se cumple un año del comienzo de todo, del "acabose" para algunos, que, como diría Mafalda, no fue más que el continuase del empezose del PP. Hace un año, el intrépido Carles Puigdemont decidió forzar la máquina, echando todo el carbón a mano, a la caldera de la independencia.

Puigdemont, acostumbrado a la épica de los titulares informativos de parte, colocado al frente del gobierno de la Generalitat, por la carambola de unos resultados electorales inesperadamente favorables, aunque no lo bastante como para que la suma de ERC y los restos de CIU, unidos en aquel Junts pel SÍ pudieran gobernar por mayoría y se vieran abocados a coaligarse con la bizarra CUP, que aprovecho y cómo su oportunidad para hacer valer sus escasos votos, poniendo patas arriba a la coalición, forzando la  renuncia de Mas y aceptando al fogoso alcalde de Girona como recambio del heredero de Pujol, a esas alturas agobiado junto a lo que fue Convergencia, su partido, por los numerosos y graves casos de corrupción que le señalaban, mitad por propia convicción, mitad atrapado por los compromisos incendiarios de la CUP, se lanzó a la loca carrera que nos ha traído hasta aquí.
En este punto es conveniente mirar hacia atrás y sacar conclusiones. Analizar para ver en qué nos hemos equivocado, qué hemos hecho mal para rectificar, pero qué hemos hecho mal todos, Nosotros que hemos aprendido a ver en los demás, catalanes o no catalanes, sólo los defectos, nunca las virtudes, nosotros que retuiteamos o compartimos lo que encontramos en las redes y lo hacemos sólo si nos conviene, sólo si contribuye a reforzar nuestro pensamiento, sea o no sea verdad, sea actual o haya sido relanzado fuera de contexto y mutilado. Nosotros que nos complacemos en el fragor de las tertulias, olvidando que una gran parte de los participantes están en ellas para agradecer a los partidos que les han propuesto el dinero que se llevan a casa, nosotros que nos dejamos hipnotizar por cadenas televisivas que han convertido la información en espectáculo, un espectáculo que les da la audiencia que a su vez les da dinero y prestigio, forzando y exagerando el interés y las proporciones de aquello de lo que informan, llevándonos en ocasiones a un verdadero estado de ansiedad, diagnosticado, incluso, en  los momentos álgidos de ese carrusel infernal en que ha devenido el proceso, la loca carrera hacia ninguna parte emprendida por los llamados partidos soberanistas.
En las últimas horas, Joan Tarda, diputado de ERC en el Congreso ha puesto palabras a lo que muchos pensamos, llámanos "ingenuos o estúpidos" a quienes pretenden imponer su solución a los demás, tanto los que quieren proclamar la independencia unilateralmente, como quienes pretenden imponer un nuevo estatuto de autonomía, mejorado y quizá insuficiente para los anteriores. 
Me extrañaría mucho que nadie se hubiese parado a pensar en todo esto sin sacar las mismas conclusiones que el diputado catalán. Más bien me inclino a pensar que son muchos, la mayoría de los actores del conflicto, aunque no hacen caso a su conciencia, porque es mucho lo que, ellos, se juegan en ello: escaños, cargos y salarios que, pase lo que pase, seguirán teniendo y cobrando.
Las palabras de Tardá en realidad son descorazonadoras. Pero lo son sólo si se olvida que por primera vez se habla así de claro del impasse en el que se ha situado el proceso y que verbalizar las cosas y las situaciones, ponerles nombre, es empezar a solucionarlas.
Lo que pasó hace un año fue terrible y podría volver a ocurrir, aunque creo que juega a favor de una solución el cansancio y el hastío de muchos catalanes. En cinco días será de nuevo "onze de sptembre", volverá la Diada, se llenarán de nuevo las calles, funcionaran de nuevo los manifestómetros y cada cual tratará de llevar a su razón tantos manifestantes más o menos, pero este año, no sé por qué, quizá porque Rajoy dormita ahora en su despacho del Registro de la Propiedad, creo que la solución está más cerca. Quizá porque creo en la nobleza de Tardá y creo que reconocer con él lo endemoniado de la situación es el primer paso para resolver este damero maldito en que se ha convertido Cataluña.

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