martes, 11 de septiembre de 2018

AL RICO MÁSTER


No entiendo nada y si yo, que he pasado dieciséis años de mi vida en la universidad, como alumno y como profesor, no entiendo nada, no quiero ni imaginar qué estarán pensando quienes no hayan tenido nada que ver con ella.
¿Qué está pasando? Os aseguro que aquella universidad que conocí mis años de estudiante, la de las huelgas y la oposición antifranquista era más coherente y más útil que ésta. Lo era al menos para quienes pasábamos por ella, porque, además de en veterinarios, periodistas, abogados o médicos, nos convertíamos en ciudadanos y, al menos esa fue mi experiencia con mis compañeros, en ciudadanos críticos y solidarios.
Hoy no cabe duda de que las cosas han cambiado. Hoy los títulos se consiguen sumando créditos que muchas veces se consiguen elaborando y presentando trabajos. No sé si eso es mejor o peor. No sé si es mejor defender en un examen los conocimientos adquiridos que ponerlos por escrito en una serie de trabajos realizados a lo largo del curso, realmente no lo sé. Lo que sé es que eso ha dado lugar a la atomización del conocimiento, a la existencia de asignaturas y másteres de nombre rimbombante de las que, sinceramente, en ocasiones desconozco la utilidad. Tanto que más de una vez he pensado que se crean a la medida del profesor más que atendiendo a las necesidades de los alumnos como futuros profesionales. Quizá, porque he ejercido una profesión, el periodismo, para la que de nada o de casi nada sirven los títulos.
Pero, por desgracia, vivimos en la sociedad del currículo, en una sociedad en la que se valora más la extensión de una lista de conocimientos teóricos que la experiencia entera y verdadera que precisará profesionalmente, quizá por eso, creyendo en eso, muchos alumnos y muchos padres de alumnos nos sacrificamos económicamente para pagar esos cursos y másteres que adorarían esos currículos que inocentemente creímos que ayudarían a encontrar un trabajo.
Sin embargo, salvo excepciones, no suele ser así. A la hora de buscar empleo, vale más una amistad, en el nivel que sea, que toda esa lista de títulos, cursos y másteres puestos en un papel que, al final, acabará en una carpeta junto a otros papeles similares.
Por si fuera poco, hemos entrado en una etapa, a mi arecer caótica, en la que las licenciaturas se han convertido en grados, con menos duración, pero que no capacitan para el ejercicio profesional y que necesitan de uno o varios másteres o de uno o dos años de trabajo en pruebas para facultar el ejercicio profesional. Curiosamente esto se produce en un momento en el que las empresas consideradas como más eficaces, tecnológicas de éxito como Google, Facebook, Apple o Amazon, después de analizar la idoneidad y eficacia de sus empleados, comienzan a "pasar" de los currículos brillantes para fijarse en otras características de sus perfiles.
Mientras tanto, las universidades cultivan en su jardín másteres cada vez más exóticos que ponen en el mercado a precios de frutos primorosos, que luego, a la hora de la verdad, se muestran vanos o inmaduros. Ocurre con esto como con la fruta y verdura de muchos hipermercados que, en eso que llaman el "lineal" parecen una cosa y luego, en casa, son otra, hasta el punto de que, a veces, no llegan ni a la mesa. Un engaño en el que caemos una y otra vez, porque nos empeñamos en no aprender de nuestra experiencia, que sin embargo permite a las grandes cadenas y a las universidades hacer caja.
Sin darnos cuenta, unos y otros han convertido nuestras universidades, el camino lógico para subir en la escala social, en un nuevo obstáculo para quienes están abajo, porque las becas y ayudas, pagadas con el dinero de todos, con nuestros impuestos, para garantizar el acceso de todas las clases, pierden su efecto a los cuatro años, el grado, al entrar en contacto con la kriptonita de los másteres. Sin que nos hayamos dado cuenta, han levantado un muro, insalvable para muchos, que separa a los que se pueden permitir pagar un posgrado, un máster, de quienes no pueden siquiera soñar con ello.
Y, por si fuera poco, nos toca asistir al negocio en que algunos han convertido la oferta de esos títulos de posgrado, hasta el punto de convertirla en una especie de barquillera trucada en la que según quien seas el barquillo te saldrá, en esfuerzo, gratis o no.

No hay comentarios: