Le faltó poner los pies en la mesa mientras escupía por la
comisura de ese labio imposible su tabaco de mascar oscuro y viscoso- Le faltó
entrar en la sala de la comisión balanceándose sobre sus caderas, hundiendo en
la alfombra los tacones de sus botas de vaquero, mientras apoyaba sus manos en
las culatas de sus pistolas al cinto. Le faltaron remolinos en el horizonte y
el silbido del viento en la carrera de San Jerónimo, acompañando su chulesca
aparición en el edificio que como todo, como todos nosotros cree suyo.
Le sobró la chulería de quien se sabe temido, aunque poco
querido y quizá por eso tuvo que repetir, repetirse que es muy querido en su
partido, olvidándose de que su partido ya no es tan querido por os españoles,
de que ya no estamos en los tiempos en los que hizo de Pablo Casado su jefe de
gabinete, un Pablo Casado al que cacheteó con displicencia y una media sonrisa
de ratón, no lo hubiera hecho mejor un mafioso. Hizo todo eso y lo hizo
interpretando el papel de figurante de spaghetti western que el mismo se asignó
en aquella nefasta coproducción que fue la Segunda Guerra del Golfo, aquella
que se presentó en las Azores, con un photocall en el que no sabía colocarse y
del que no hubo manera de arrancarle.
Cuando le veo de nuevo, como le vi ayer, no tengo la menor
duda de que ese hombre no es ni ha sido feliz. No puede haberlo sido. Ni
siquiera en aquellos días en que se corrió el rumor de que andaba enamorado, en
aquellos tiempos, breves, por cierto, en que alguien trató de humanizar su
hosca figura, envolviéndola en páginas de poesía. Sin embargo, aquello no
funcionó y si no funcionó es porque ese hombre agresivo e inseguro no es capaz
de ofrecer un flanco por el que asome un gramo de ternura. Ese hombre se debe a
la refriega y la altivez, que cultiva sin descanso, porque sabe que, aunque sea
en el papel de villano, está donde nunca imagino que podía estar.
De que no es capaz para la ternura da prueba la manera en
que se refirió a las circunstancias por las que están atravesando Pablo
Iglesias y su compañera, sin la más mínima afectividad y en medio de un
reproche. Algo parecido a lo que hizo con Casado, al que saludo pretendidamente
con cariño, para dejar claro que es "su chico".
De lo demás, de aquello por lo que había sido llamado a la
comisión, no dijo nada. Él no sabía nada, no cobró nada que no debiera, no
autorizó nada indebido y está orgulloso, muy orgulloso, de haber presidido su
partido y nuestro país durante demasiados años, añado yo. Aznar no dijo nada de
lo que de él se esperaba, el personaje lo hace imposible, pero tampoco hay que
dar por perdida la mañana y es que, pese al lucimiento personal buscado por
Rufián, mezclando churras con merinas, Aznar llegó a perder los nervios y lo
hizo cuando las preguntas se hicieron claras y precisas con Pablo Iglesias.
Aznar se permitió mentir con descaro, de ofender a la
inteligencia, no sólo de los diputados, sino de cualquiera que hubiera vivido
esos años con una mínima atención. Aznar se permitió negar lo que, después de
años de investigación y proceso, sentenció la Audiencia Nacional, que en el PP
de Aznar hubo una caja B y que con ella se financió, totalmente o en parte, el
partido.
Pero a Aznar todo esto le da igual. Aznar practica la
posverdad de sus amigos americanos, si es que no la inventó el mismo tras los
atentados de Atocha. A Aznar le basta con sentirse temido y con soltar dos o
tres frases, con creerse brillante. Nadie en su entorno, que es el único que le
importa, se lo va a reprochar. Se ha encastillado en un territorio aparte, no
sé si en montañas lejanas o en desiertos remotos, pero sí alejado, muy alejado,
de la realidad en la que vivimos.
La comparecencia de ayer pudo ser inútil
"procesalmente", pero nos permitió medir de nuevo la calaña de ese
personaje orgulloso de ser, todo en uno, el chulo, el feo y el malo.
2 comentarios:
Un artículo magistral ...
Saludos
Mark de Zabaleta
Qué bueno. Me has hecho reir, enfurecerme, recordar las nauseas que me produjo escucharle. Gracias.
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