Uno de los libros más deliciosos de Guillermo Cabrera
Infante es "Cine o sardina", una colección de remembranzas de las
grandes películas que pudo ver durante su infancia a cambio de renunciar a la
aportación de proteínas y fósforo que suponía esa sardina cuyo precio era
incompatible con la entrada para el cine. Afortunadamente para nosotros, el
autor de "La Habana para u infante difunto" optó por la oscuridad del
cine y dejó para la posteridad una colección de críticas deliciosas de todo
aquel cine que, quizá con hambre, pudo ver.
Me he acordado de Cabrera Infante a propósito de la decisión
tomada por el presidente Sánchez de mantener la venta de bombas presuntamente
inteligentes a un país, Arabia Saudí, que, con ellas ha destruido, colegios y hospitales,
causando decenas de víctimas, entre ellas muchos niños. Y me he acordado,
porque Sánchez, corrigiendo y creo que humillando a la ministra Robles, ha
optado por las corbetas, frente a la dignidad y la coherencia.
Que conste que creo que Sánchez es, pese a todo y para
quienes creemos en la igualdad y la justicia, el mejor presidente de los
posibles actualmente, pero su decisión me ha hecho recordar a otro presidente,
Nicolás Salmerón, que hace siglo y medio renunció a la presidencia del gobierno
de la Primera República para no tener que firmar la condena a muerte de varios
militares alzados en armas contra él. Salmerón dejó para la posteridad una
lección injustamente olvidada, quizá porque resulta incómoda para quienes toman
sus decisiones pensando más en las encuestas que en la coherencia que debiera
ser exigible a todo gobernante.
Finamente, el gobierno ha optado por quitarse de encime el
problema de ver como una comarca, la de San Fernando, en Cádiz, se enfrenta a
eres y paro, si Arabia Saudí toma represalias contra España, en el lomo de los
trabajadores de Navantia, por no recibir las malditas bombas compradas al
gobierno de Mariano Rajoy. Supongo que no ha sido una decisión fácil, entre
otras cosas porque entraña una gran incoherencia y porque supone la
desautorización de la ministra de Defensa, que sale ostensiblemente
"tocada" de la crisis.
Sin embargo, puestos a encontrar incoherencias, mayor aún me
parece la del alcalde de Cádiz y líder de Podemos, José María González Santos,
Kichi, que dijo, a propósito de la crisis de las corbetas que "no pude
recaer sobre Cádiz la responsabilidad de la paz mundial", como si las
corbetas fueran barcos de recreo. Lo que no deben olvidar ni Kichi ni sus votantes, es que la sangre que derramen esas bombas o esas corbetas, les habrá salpicado también a ellos.
Afortunadamente para Pedro Sánchez, la decisión se ha
anunciado en medio del sainete montado por Albert Rivera, que otra vez se ha
pasado de la raya, tirándose sin rubor a la piscina vacía de la tesis del
presidente que, esta vez y aparentemente bien asesorado, ha vencido el natural
impulso de bajar al barro, dejando que los hechos pusiesen en evidencia a
Ribera y sus mariachis, permitiendo que, como en el judo, el propio
impulso de su vana acusación acabase derribando al propio Rivera, del que, con
no poca caridad, la prensa no ha hecho toda la sangre que debería haber hecho.
El ruido en algo tan burdo como injusto, las dudas ya
resueltas sobre la tesis del presidente, le ha salvado esta vez. Sin embargo,
para quienes creemos en un mundo mejor... y sin armas, Pedro Sánchez ha
resuelto mal el debate, porque, en lugar de optar por el cine frente a las
sardinas, como hizo Cabrera Infante o por no seguir al frente del Consejo de
Ministros si ello suponía hacerlo con las manos manchadas de sangre, como
Salmerón, Pedro Sánchez ha optado por vender esas sofisticadas bombas que también
matan, para poder vender a los mismos tiranos corbetas para sus guerras.
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