jueves, 13 de septiembre de 2018

VUELVE GILA


Me pregunto a menudo que diría de  lo que está pasando hoy cualquiera de esos personajes que toda mi vida he admirado y que ya no están aquí. Echo de menos, por ejemplo, la socarrona lucidez de Miguel Gila, desaparecido hace diecisiete años, el mejor monologuista que ha pasado por las televisiones y los escenarios españoles. Imagináis, por ejemplo, qué hubiese dicho de la ridícula caza del máster en la que se ha embarcado nuestra clase política, dejando de lado asuntos de mucha mayor enjundia para los ciudadanos, como el paro, la vivienda, la sanidad o la enseñanza. Yo, por ejemplo y sin querer apropiarme del pensamiento del humorista madrileño, estoy seguro de que, con ese humor amargo y vitalista que le caracterizaba, sacaría partido de una situación de la que lo menos que se puede decir es que es tan cansina como bufa.
Me ha venido al pensamiento don Miguel, Gila, como a él le gustaría ser recordado, porque, ayer, el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, hizo lo imposible para parecerse a uno de sus personajes, ese, no sé si él mismo o un primo imaginario que trabajó como detective de un hotel y que, aparte de deducir por el humo y las colillas que se había fumado, era capaz de hacer confesar al asesino, gritando a los cuatro vientos que alguien había matado a alguien.
Más o menos lo que ayer hizo en la sesión de control al Gobierno Rivera, un poco a la desesperada, al exigir al presidente Sánchez, sin pruebas y sin un motivo aparente, que hiciese pública su tesis como doctor en Economía, cuando siempre ha estado a disposición de cualquiera que quisiese consultarla, en la biblioteca de la universidad Camilo José Cela, donde fue defendida.
No tenía, ni puede tener, prueba alguna de que no existiese o hubiese sido plagiada, salvo los rumores interesados de "radio macuto" que, al parecer, el artrítico aparato socialista, capaz de sumarse la firma de manifiestos contra la exhumación de los restos de Franco, para minar el prestigio de quien ganó unas primarias partiendo desde cero y consiguió desalojar a Rajoy de La Moncloa con poco más de ochenta diputados.
Rivera, que se las prometía muy felices mientras duró el knock out del PP, ha pasado de ser el rey de las encuestas a verse superado por Pedro Sánches y, sobre todo, por Casado y cierra España, que, en el fondo, es el que más le preocupa. Por eso y sin un máster que rascar, tiró ayer por elevación y no encontror nada mejor que hacer que sembrar dudas sobre la titulación académica de Pedro Sánchez, a sabiendas de que el sentido gregario de la prensa de este país acabaría llevando a que una buena parte de los periodistas de este país acudiesen a la biblioteca de la Camilo José Cela a consultar el tocho de más de trescientas páginas allí depositadas.
Lo más curioso de tos esto es que, para ser diputado, ministro o presidente, no es preciso título alguno. Basta con haber dado algunas clases de teatro, como Toni Cantó, aunque, acomplejado, el las disfrazó de una docencia más elevada, o tener una maestría industrial como José Luis Corcuera, o ser la señora de, como tradicionalmente lo han sido algunas diputadas del PP, es decir, nada. En teoría no hace falta ni eso ni cualquier título, debería bastar con ser honrado y estar dispuesto a defender los intereses de los ciudadanos que hayan depositado en él su confianza. Nada de másteres, maestrías en español, ni doctorados, sólo el espíritu de servicio y la inteligencia y la honradez y el espíritu de servicio necesarios para defender los intereses de los votantes.
Por eso, cuando ayer vi a Albert Rivera interpretando un mal Gila en el pleno del Congreso eche de menos a Gila, porqe él hubiese sido, sin duda, un magnífico diputado.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Un gran artículo ...

Saludos
Mark de Zabaleta