Anda muy alterado Joaquim Torra, después de conocer, gracias
a la prensa, que algunos magistrados del Supremo. ninguno con responsabilidades
en los procesos judiciales a independentistas, opinan con más o menos fortuna
sobre él, su gobierno o sobre sus compañeros. Son opiniones vertidas con mayor
o menor prudencia en un chat privado que los jueces utilizan para intercambiar
comentarios y opiniones, a sabiendas de que dichas opiniones se circunscriben
al ámbito privado del citado chat.
El caso es que esa argumentación da igual, esa salvaguarda
que hacen los jueces se vuelve inútil en el momento en que el contenido del
chat se hace público, porque, legal o ilegal, prudente o imprudente, lo escrito
por los magistrados se ha convertido en munición para el independentismo que ha
hecho del martirologio y la siembra de dudas sobre la imparcialidad, no ya de
los jueces españoles, a los que podría recusar, si así lo creyese conveniente,
sino sobre todo el tribunal y sobre la justicia española, basa de su
intento, frustrado hasta el momento, de conseguir apoyo internacional para su
causa.
Torra, como casi todos, y me incluyo, ve la paja en el ojo
ajeno y no es capaz de ver la viga en el suyo. Si no, si se tomase unos minutos
para escucharse cuando habla, improvisando o repitiendo como un juguete
infantil las consignas que Puigdemont le dicta al oído en Waterloo. Seguro que,
de ser medianamente ecuánime y sincero, se recusaría a sí mismo, porque no
soportaría escuchar de su boca argumentos dignos de otros países y otros
tiempos, afortunadamente ya superados. Seguro que, de ser un catalán
cualquiera, de esos que, según Pujol, viven y trabajan en Cataluña. pero que no
vota al PDCat, a ERC o a la CUP, se preocuparía y se cuidaría muy mucho de
decir en voz alta todo lo que piensa, especialmente lo referido a la
independencia, a sus sentimientos con respecto a eso a lo que llama
"Madrid" o "el Estado".
Las mismas razones tendría para desconfiar del gobierno que
preside que la que tiene y se empeña en transmitir sobre los jueces del Supremo,
porque sus opiniones, las suyas propias, públicas e incluso publicadas,
asustarían a cualquiera que no soporte el supremacismo o la uniformidad de
pensamiento. Aunque sea la que predica, temería vivir en una sociedad que no le
permitiese disentir, salirse del surco previamente trazado. No soportaría que
le llamasen separatista, pesetero o egoísta, a quienes no piensan como él, del
mismo modo que se llama facha, fascista o español, con desprecio, a quien cree
que Cataluña tiene encaje en España y que en ella le iría mejor.
Los jueces, acostumbrados a compartir café, cerveza y
comentarios con compañeros en cualquiera de los bares y cafeterías de los
alrededores del Supremo, se relajan y bajan la guardia cuando pretenden seguir
la conversación a través de su ordenador o su smartphone en ese maldito chat
que acaba de hacerse público hecho.
Sin embargo, no deben preocuparse, la sangre de sus
opiniones en ese chat de privacidad traicionada no va a llegar al río. Lo de
Torra es sólo marketing, poco más que pirotecnia, una bengala de esas que se
encienden en los cumpleaños o en aniversarios de esos a los que los catalanes
se están volviendo tan aficionados, hasta el punto de que las fechas señaladas
en rojo por los soberanistas van camino de dejar el mes de septiembre más
señalado que el de mayo, paraíso de los amantes del "puentiin".
Los magistrados, siempre que no deban juzgarle, no deberían
preocuparse por haber comparado a Torra con los nazis en la privacidad de su
chat. Lo que sí deben hacer, y se lo recomiendo, es vestirse con la toga y las
puñetas cada vez que se sienten ante el teclado, porque la bata da confianza y
ya se sabe que de la confianza viene la relajación y a camarón que se duerme en
la corriente de las redes, la wifi se lo lleva.
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