La prensa escrita, la radio y la televisión dedican hoy sus
portadas, salvo honrosas excepciones a cuatro horas de la vida de una ministra,
las cuatro horas en que "entre copas" Dolores Delgado habló "a
calzón quitado" con su entonces compañero de la Audiencia Nacional,
Baltasar Garzón, el comisario Villarejo y algún que otro miembro de la cúpula
policial. Ayer fueron, inconexas, sus palabras sobre el juez Marlasca, hoy
compañero de gobierno, y sobre la "simpleza" de los jueces varones,
convenientemente reconvertidas en tic machista por la prensa. Hoy el asunto,
sin nombres ni apellidos es otro y, a mi juicio, más grave, porque se refiere a
un viaje de magistrados del Supremo y de la Fiscalía General, que en
el que acabaron una noche en un bar con chicas menores de edad, algo
reprobable, incluso penalmente, aquí y en Cartagena de Indias, y perfectamente
rastreable que, estoy seguro, no consumirá tanta tinta ni saliva como se ha
empleado en crucificar a la ministra.
De lo conocido hasta ahora de aquella sobremesa se trasluce
el ambiente sórdidamente machista que se respira en ese y otros tribunales, un
ambiente, a mi juicio más cargado aun de machismo que el que se respira en el
resto de la sociedad, un machismo incrustado en los muebles y en las paredes de
los juzgados, como lo está la grasa en las cocinas arrasadas por Chicote, que
acaba por teñir y contaminar las decisiones que se toman en ellos, incluso las
que toman algunas mujeres.
Ayer, mientras andábamos enredados unos con otros, atacando
o defendiendo a la ministra, dos niñas y dos mujeres fueron asesinadas por
hombres, no por monstruos, tres hombres que, de eso sí estoy seguro,
encontrarán entre algunos de sus vecinos la justificación para su crimen:
demasiado amor, la depresión, el paro y todo lo demás, problemas que no les
empujaron al suicidio, no, sino a la venganza.
Con las horas, entre las palabras casi inaudibles entre el
choque de copas y cubiertos de la comida de la ministra, fuimos conociendo
detalles de los tres crímenes machistas, uno un doble parricidio, de ayer. Lo
peor de todo, lo más doloroso, que en los tres casos las mujeres asesinadas y
la madre de las niñas víctimas de su padre en Castellón habían pedido
protección y que, en el caso de las niñas la juez, una mujer, denegó la
protección y la suspensión del régimen de custodia que permitió al padre
quedarse a solas con las niñas a las que asesinó.
Demasiado machismo, demasiado pensamiento patriarcal que
contempla el derecho del padre a estar con sus hijos y no es capaz de pararse a
pensar que esos niños, que corren peligro según su madre que es quien mejor las
conoce y quien mejor conoce su expareja, tienen derecho a seguir vivos. No las
creyeron, no les hicieron caso. No las protegieron y acabaron muertas a manos
de sus verdugos o, como la madre de Nerea y Martina, las niñas de Castellón
asesinadas por su padre, muertas en vida, privadas cruelmente de lo que más
querían, por un hombre dominado, no por el dolor sino por su deseo de venganza.
Desgraciadamente, todos hemos de sentirnos un poco culpables
de estos crímenes. En primer lugar, por no atender a las señales que nos mandan
las posibles víctimas, segundo por preferir que nos dejen unos euros para tomar
unas cañas a que se suban los impuestos, a todos y proporcionalmente a nuestros
ingresos, para pagar más juzgados, más especialistas y más policías que se
ocupen de los derechos y la seguridad de las víctimas. Nos preocupan demasiado
la lengua y los másteres de los políticos y muy poco los errores de quienes
deben protegernos y, desgraciadamente, no saben, no pueden o no quieren
hacerlo.
Pasan tres cuartos de hora de las ocho, la hora a que
arranca la administración y, que yo sepa, nadie se ha puesto a investigar por
qué la juez de Castellón negó protección a las niñas y las dejó, solas, en
manos de ese padre que ayer las mató. Tampoco he sabido de nadie que pida su
dimisión, ni he oído que está de baja por depresión o que piense presentar su
dimisión. Mucho menos, que se vaya a dotar de más presupuesto al aparato
judicial y policial que protege a las mujeres en riesgo, prácticamente
desmantelado por Rajoy y sus ministros
¿Es que acaso eso, que mueran mujeres y niños inocentes, no
importa tanto como lo que se empeñan todos los días en que nos ocupe?
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