Desde hace horas no hacemos otra cosa que mirar con más
desprecio que preocupación el panorama electoral italiano que pondrá fin, o no,
a ese experimento antidemocrático que supuso la llegada a la jefatura del
gobierno de un tecnócrata como Mario Monti que, con sus luces y a sus sombras,
sus errores y su s aciertos, carecía de lo más importante a que debe aspirar un
gobernante en democracia y que es el respaldo de los votos.
Ahora, concluida esa legislatura bizarra que arrancó con un
Berlusconi haciendo como siempre feos equilibrios en el parlamento y concluye
con los italianos exhaustos por los sacrificios impuestos por un Monti que,
pese a su coherencia y credibilidad, no ha traído al país el tan ansiado
despegue, los votantes, cada uno de su padre y de su madre, desde los
fatalmente pobres y morenos italianos del Sur -napolitanos, sicilianos y
calabreses- carne de emigración, con los italianos de la Padania, casi "tudescos",
rubios y generalmente ricos y altivos, se enfrentan a unas nuevas elecciones
sin salida, en un país que pasó ya hace años por la descomposición en el caldo
fétido de la corrupción de esos partidos tradicionales por la que parecemos
condenados a pasar también nosotros.
Una sucesión de gobiernos inestables, en un proceso caótico
al que a punto estuvieron de dar salida con aquel "compromiso
histórico" entre la Democracia Cristiana de Aldo Moro y el PCI de Enrico
Berlinguer, el elegante y doliente líder de la izquierda, que fue frustrado por
el oscuro secuestro y asesinato de Moro que, aunque firmaron las Brigadas
Rojas, se consintió, si no organizo desde las más negras cloacas del Estado.
Después de aquello, más de lo mismo, con la eterna presencia
del siniestro Andreotti, sospechoso, si no culpable, de entendimientos con la
Mafia, con un Bettino Craxi, líder del Partido Socialista, que fue clave en
tantos y tantos gobiernos y que se dejó salpicar por la corrupción hasta que
exiliado murió en Túnez. Un caos cotidiano que quebrantó la poca fe en la
democracia que un conservaban los italianos, hasta el punto de echarles -manos
limpias mediantes- en los brazos del sinvergüenza de Berlusconi, que supo
recompensar los más bajos instintos de pobres y ricos con su arrogancia, su
machismo y su inmoralidad manifiestas.
El resto no se puede recordar sin sonrojo, pero, al parecer,
se puede olvidar para volver a caer en los errores de siempre, porque
Berlusconi volverá, al menos al parlamento, y los italianos entrarán de nuevo
en la centrifugadora de esperanzas. En eso, o en la consacración de la bufonada nihilista de Grillo que a saber qué esconde tras su aparente anarquismo, porque podría ser o convertirse en un nuevo submarino berluscoliano.
Ojalá me equivoque y ojalá España no siga los pasos de
Italia. De verdad lo espero y creo que, si no hemos seguido la senda de los
italianos es porque los dos grandes émulos de Berlusconi, Ruiz Mateos y Jesús
Gil, no se hicieron con una televisión a tiempo, porque equipos de fútbol sí
tuvieron. Espero que el Berlusconi español, si es que finalmente lo va a haber,
no haya terminado aún, no ya el COU, sino la ESO o como quiera que se llamen
ahora. Así, al menos, tendríamos tiempo de evitarlo.
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