Mal nos va a ir a los españoles y a nuestras cuentas, si el
partido que nos gobierna, por voluntad -no hay que olvidarlo- de una mayoría
que quizá no quiera ahora recordar a quién dio su voto, anda tan enredado en
sus propios números, sin atreverse a decir qué tiene que apuntar en negro y qué
puede anotar bajo los focos.
Siempre he dicho que quien tiene dos ocupaciones siempre
puede utilizar una para ausentarse de la otra y me temo que es eso lo que viene
haciendo Rajoy desde que, para nuestra desgracia, llegó a la Moncloa. Evadirse
de los problemas del país haciendo ver que soluciona los del partido y
viceversa, aunque, si se me permite la frivolidad, creo que lo único que le
preocupa es seguir en el MRCA la marcha de su querido Real Madrid, tan averiado
como España o el PP.
A la vista está que las cuentas del PP, llevadas como las de
una empresa con demasiados ejecutivos -alguna de esas conozco y he sufrido-
estaban en manos de un tipo de mirada torva y huidiza, al que, en el control de
pasaportes del aeropuerto de Ginebra, preguntan ya por la familia de tanto que
ha pasado por allí, no pueden ser sino lo que son, un cenagal en la que unos
meten comisiones y sacan contratas mientras los otros sacan, los dueños del
fangal, sacan cubos de "líquido", a veces cristalino, a veces turbio,
para pagar nóminas y sobres en blanco y en negro.
¿Cómo podríamos esperar que esos mismos caballeretes fuesen
capaces de "fineza" y escrúpulos a la hora de manejar las cuentas del
país? ¿Cómo cabría esperar algo distinto a que las convirtiesen en un simple
debe y haber sin alma, sin conciencia, incapaz de medir causas y consecuencias
de cada una de las anotaciones? Sería iluso esperarlo. Y así nos va.
Tenemos un comercio deprimido, que tiene difícil cubrir
gastos, salvo aquel que vende lujo para los que viven de los despojos de
quienes van cayendo en la cuneta. Algunas de las grandes empresas de la
distribución, El Corte Inglés, por ejemplo, se mantienen "en el
chasis" para seguir vivos. Otras tratan de retener a sus clientes con
"marcas blancas" y ofertas de todo a un euro. No hay trabajo y, por
tanto, no hay dinero. Y cuando no hay trabajo, no hay dinero y el comercio se
ahoga no hay IVA que recaudar por muy alto que se ponga.
Es la pescadilla que se muerde la cola, el bucle infernal en
que nos han metido quienes solo saben anotar en el debe y el haber de un
cuaderno, pero, en absoluto, planificar. Los que sólo entienden de meter y
sacar cubos en la ciénaga no pueden hacerse cargo de las cuentas de un país que
se tambalea. Han optado por ser obedientes y sumisos. Por seguir al pie de la
letra las consignas, no de quienes saben o pueden dar ejemplo, sino las de quienes
tienen el poder para imponer sus razones. A veces, ni eso, porque Rajoy ha
tratado de jugar las cartas de Francia o Italia, pero siempre a destiempo, con
el pie cambiado y huyendo de Génova para acabar en Bruselas, de donde también
se escabulle, pidiendo compasión a la prensa porque está "muy
cansado" y no ha podido dormir. Es para echarse a llorar y para pensar, si
no fuesen tan terribles las consecuencias para unos y otros, que tenemos lo que
nos merecemos.
Prometieron tres millones y medio de puestos de trabajo,
transparencia y control del déficit. Algunos vieron en ellos el salvavidas que
les mantendría a flote en medio de la crisis. Lo que tenemos, en cambio, es una
profundización en la crisis, económica y socialmente hablando y un crecimiento
de la deuda que el año pasado, el primero de Rajoy al frente del Gobierno,
alcanzó niveles de hace más de un siglo, como nos cuenta hoy EL PAÍS.
Bienvenidos a la sima del tiempo, en los túneles se entra, en las simas se cae. No cabe duda, corren malos tiempos para las cuentas, para
las suyas y para las de todos.
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