Anoche me fui indignado a la cama y hoy he amanecido igual
de indignado o más. No me cabe en la cabeza que una de las carteras clave del
Gobierno de España, la que administra nuestro dinero, el dinero que es de
todos, pueda utilizar la información a la que tiene acceso o la posición que
hace suponer que la tiene, para lanzar insidias que en su ambigüedad sólo
persiguen manchar la buena imagen que tiene un colectivo como el de los
actores, en un país al que le quedan ya pocas cosas en las que creer.
Me pregunto cómo será fuera de los focos este personaje al que el físico,
pobre, no ha acompañado, y creo que quizá por ello buscó y busca refugio en el
poder, una pasión que sublimó cuando en tiempos de Aznar, se convirtió en el
brazo derecho de Rodrigo Rato, ese gran hombre al que tanto debemos los
españoles, especialmente los que tenemos algo que ver con Caja Madrid. Feo,
supongo que católico y nada sentimental a este señor, como a las viejas
cotillas, lo que le gusta es hacer listas, unas para agitarlas ante las
cámaras, sin desvelarlas y levantar así sospechas, y otras para esconderlas
bajo siete llaves, para que nadie sepa nunca quien se vistió ese traje a medida
que es la amnistía fiscal promulgada para sus amigos.
No puedo con esa risa babosa, ese atropellar las palabras por el ansia de
que le rían las gracias, esas entonaciones de párroco viejo y sucio -con la
sotana llena de lamparines quiero decir, no seáis malpensados- contando
morbosamente a los niños qué es el pecado, mientras se relame de gusto
imaginándolo, pintando al tiempo un infierno ardiente, doloroso y eterno, ante
los aterrados ojos de unos niños que no merecen que nadie abuse así de su
inocencia.
Un personaje que, en una comedia de Mel Brooks o los Monty Phyton, movería a
la carcajada, pero que en la dura realidad española sólo puede arrastrarnos a
la indignación y la ira. Aunque no ha sido la primera vez que hace algo
parecido -ya se encargó de sembrar el panorama electoral de las catalanas con
dudas sobre cuentas en Suiza, cuando él mismo estaba sentado sobre el polvorín
Bárcenas- las insidias de ayer, apenas cuarenta y ocho horas después de que su
gobierno fuese blanco de las críticas, sensatas, finas y elegantes, vertidas
por la práctica totalidad del colectivo del cine español, un gobierno que
recorta ayudas y levanta barreras de IVA para alejar al público de las salas,
porque no ha sabido entender qué es la libertad de expresión y que, si lo que
dijeron los actores, fuese incierto nadie les hubiera reído las gracias, esas
insidias son intolerables y constituyen, creo, un caso flagrante de abuso de
autoridad y de traición a la confianza que los españoles depositan en el
administrador de sus cuentas.
Daba risa y daba pena verlo, incapaz de pronunciar como es debido el
apellido del polémico actor francés Gerard Depardieu -dijo, y por dos veces, “Dipardieu”,
lo que me hace sospechar que no va al cine desde que vio la Blancanieves y
decidió metamorfosearse en madrastra- exiliado económico en el país donde roban
kilos de diamantes en los aeropuertos. Daba risa y daba pena, pero movía
también al cabreo.
Supongo que algún periódico, uno de esos que son capaces de decir que en el
desierto nieva, si así le conviene al gobierno, estará ya manejando nombres
para crucificarlos en sus páginas, mientras ocultan o maquillan robos
descarados en adjudicaciones fraudulentas a cambio de comisiones, donaciones,
sobornos y regalos, a costa del dinero de todos. Supongo que en algún
departamento del gobierno se estarán poniendo ya cruces en alguna que otra solicitud
de subvención, supongo que más de un ayuntamiento se cuidará muy mucho de
contratar cualquier espectáculo en cuyo elenco figuren los nombres malditos.
Han resucitado a los de la ceja, cuando del de la ceja ya ni nos acordamos.
Están mentando el 11-M, cuando para la práctica totalidad de los españoles lo
del 11-M está ya aclarado, juzgado y condenado.
No saben vivir si no es en el más tenebroso de los pasados y tampoco saben
que este país se mueve, se está moviendo y no precisamente como a ellos les gustaría.
Saben que, después de la que están organizando, les queda poco en el convento
y, por eso, se están cagando dentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario