Gorka Lejarcegui / EL PAÍS
Pobre Soraya. Parece que esta mujer que llegó a la política
como becaria en La Moncloa cuando Rajoy era ministro de la Presidencia, donde
se convirtió en fiel colaboradora del hoy presidente no tiene suerte en sus
cometidos, porque, al final, le toca comerse más de un marrón que en buena ley
no le corresponderían.
A esta chica lista de Valladolid -una de mis amigas más
queridas es de esa tierra tan fría y húmeda en invierno- no tiene las dotes
interpretativas de sus paisanas Concha Velasco o Lola Herrera. La pobre no
controla bien las emociones y, amén de que la voz no le acompaña, se le nota
demasiado cuando le espeluzna dar la cara por otros que la esconden o la
cortedad de unas medidas contra los desahucios de los que el gobierno del que
es portavoz, si no es responsable, sí es al menos consentidor.
No es agradable masticar silencio ante temas correosos,
pero, querida ministra, le va en el sueldo. Así que mientras no tome la
decisión de marcharse para evitarlo, haría bien en imitar a sus compañeros de
partido María Dolores de Cospedal, o Javier Arenas a los que no sé si por casta
o por experiencia parece darles igual ocho que ochenta.
Ese descaro ese afirmar una cosa y la contraria sin
inmutarse, esa cara dura, en suma, suelen gustar a la clientela del partido.
Otra cosa es el aséptico González Pons que, como la lechuga iceberg, no se
altera y mantiene su tersura, pero, saber, no sabe a nada. En realidad, querida
Soraya, soy más de su escuela, partidario de interiorizar el personaje -y el
ministro portavoz siempre ha sido un personaje- pero, para conseguirlo, es conveniente
creérselo y, no sé por qué, me da que usted no se lo cree.
Lo de ayer, en la rueda de prensa posterior al Consejo de
Ministros, en la que es impensable y sería absurdo prohibir las preguntas, fue
patético.
Tenga en cuenta que quienes cubren esas comparecencias
tienen ya mucha experiencia y ya han hecho callo ante situaciones parecidas con
gobiernos de uno y otro color, Téngalo en cuenta y que sepa que está condenada
a que las preguntas a las que sus compañeros no han querido contestar se las repitan
una y otra vez, con diferentes enunciados, porque saben que algún día, cuando
quizá menos lo esperen ellos o lo espere usted, va a llegar ese segundo de
flaqueza en el que un quebramiento de su voz, una lágrima o un gesto de
desesperación proporcionen esa foto, esa imagen que vale por mil palabras que
explique y confirme lo que otros quieren callar.
Lo siento, ministra. Su jefe y espero que amigo la ha dejado
sola en la última trinchera, defendiendo una posición que algunos,
dentro y fuera del gobierno y del partido, ya dan por perdida.
Pobre Soraya, pobre chica de Valladolid, Cuánto debe echar
de menos ahora la vida tranquila de una feliz funcionaria y madre de familia
"de provincias".
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