Nada más lejos de mi intención que negar a nadie el derecho
a expresar sus opiniones, pero empiezo a estar cansado de que haya personajes
que pretendan dar a la ciudadanía lecciones de democracia cuando, en su pasado,
las páginas que corresponderían a los años en los que la gente luchó y sufrió
por hacerla posible, o son oscuras o, simplemente, están en blanco.
Estoy cansado de que Mariano Rajoy que, mientras la calle
hervía en deseos de libertad y justicia, se esmeraba en preparar las
oposiciones a Registrador de la Propiedad y que, cuando decidió entrar en
política no se afilió a la UCD de Adolfo Suárez, sino a la Alianza Popular de
los siete magníficos, algo parecido a lo que hizo aquel inspector de Hacienda
de pasado falangista y pijo y bachillerato con pedigrí en el Colegio del Pilar,
que llegó a presidente del gobierno y que ahora vive su lujoso retiro de alcalde
consorte de Madrid, dando lecciones al mundo sobre lo que hay que hacer y
deshacer en España, a sueldo de Rupert Murdoch, el menos decente y democrático
de los magnates de la prensa mundial.
Y qué decir de Esperanza Aguirre, condesa consorte de Murillo,
promotora, cuando no anfitriona, del "Tea Party" español y curiosamente
rodeada de amigos y familiares bendecidos por pelotazos especulativos o
concesiones administrativas, pese a que pagan las nóminas de sus empleados en
sobres que incluyen un salario miserable y unos complementos en negro que son,
a la vez, hipoteca para el futuro y chantaje para el presente. Qué buenos
maestros para enseñarnos democracia y libertad ¿verdad?
Pero no sólo son ellos. También los hay en los segundos
escalones, jóvenes o no tan jóvenes. Los hay que, como María Dolores de
Cospedal, el señorito Arenas y unos cuantos más se permiten darnos lecciones y
acusarnos de fascistas porque queremos cambiar las cosas que están mal porque
hemos dejado que se pudran en sus manos. El último, un personaje emergente en
el Partido Popular de Madrid, Salvador Victoria, al que la tocata y fuga de
Esperanza Aguirre ha situado como hombre fuerte y portavoz del tantos años
escudero y ahora delfín de Aguirre, Ignacio González, y que pese a su juventud,
tenía quince años en 1981, se permitió ayer comparar a los centenares de miles
de españoles que salieron a la calle para protestar contra el golpe de Estado
financiero que nos ha vuelto más pobres en recursos, en Sanidad y Enseñanza,
gracias a que gente como él y sus compañeros, del PP o no, habían empobrecido,
entontecido y desnutrido nuestro sistema democrático, con Tejero, Milans,
Armada y demás golpistas.
Salvador Victoria tenía quince años aquel 23 de febrero y,
pese a ello, tiene claro que esos millares de manifestantes que ayer tomaron
las calles actúan como los golpistas de hace treinta y dos años, porque -dice- tratan
de cambiar el resultado que dieron las urnas hace quince meses. Nada dice de
que, si ganaron, fue porque hubo quienes les creyeron cuando decían que no iba
a haber recortes en sanidad, educación y pensiones o que no se iban a subir los
impuestos o abaratar el despido o cuando dijeron que se iban a crear tres
millones y medio de puestos de trabajo.
Hoy, después de un año largo de gobierno del PP, hay cerca
de un millón de parados más, decenas de miles de personas han perdido sus
hogares, la enseñanza pública, en todos los niveles, ha perdido calidad y
eficacia. Respecto a la sanidad, se cierran hospitales, centros de salud y servicios
y, si el prestigio del sistema de salud no se ha desmoronado, es por el
esfuerzo y la profesionalidad de médicos y personal sanitario que, pese a que
han visto disminuir sus salarios y crecer arbitrariamente sus turnos de
trabajo, lo han mantenido a flote. Además, han crecido los impuestos que han
ido, como las ayudas comunitarias, a llenar el pozo sin fondo de los bancos y
cajas que causaron la crisis.
¿Es golpismo decir basta a este escarnio indecente? No,
señor Victoria, golpismo es asaltar el poder con mentiras en lugar de tanques y
entregar a los ciudadanos, atados de pies y manos, a oligarcas y capitalistas
sin escrúpulos.
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