Es evidente que no formo parte de esos mil doscientos
millones de católicos que dicen que hay en el mundo y que nunca he sabido cómo
los cuentan, que dirá el patrón Rosell, pero me temo que son como los 300
millones que daban título a aquel programa de Pepe Domingo Castaño. Lo cierto
es que no tengo eso que llaman fe y no porque la haya perdido, sino porque
nunca la tuve. Lo que tuve en aquellos mis primeros años fue miedo. Qué digo
miedo, lo que tuve fue terror al fuego eterno y a ese ojo enorme sobre el cielo
que todo lo veía y, sin embargo, nada corregía de los desmanes de los hombres.
Luego, el tiempo que es muy sabio y, sobre todo, el
desarrollo de la inteligencia de que, en potencia, dispone todo ser humano, me hicieron
ver que la religión y especialmente la jerarquía de la iglesia eran
acomodaticias y tolerantes con el poder establecido y que en aquellos años era
una sangrienta dictadura que, a partir de una guerra, anduvo casi cuarenta años
compadreando con aquellos obispos que, brazo en alto o no, eran la coartada de
sus desmanes, a cambio de todos esos privilegios que aún hoy conservan.
Entenderéis entonces mi desapego ante todo lo que tenga que
ver con cirios y casullas. Fijaos en que escribo desapego y no indiferencia y
es así porque la misma formación que me hizo perder el miedo, no la fe, que no
la tuve, al fuego eterno, me ha servido para entender que la iglesia,
especialmente en países como España, es demasiado poderosa y peligrosa como
para ignorarla. Y en este punto añado que no niego la presencia en el entorno
de la iglesia de personas admirables, dispuestas a quitarse el pan de la boca
para dárselo a los demás o capaces de enfrentarse a cualquier injusticia como
el más entusiasta de los progresistas, pero también os digo que, tan claro como
tengo esto, tengo también que se comportarían igual como ateos en un país ateo,
si es que existe alguno, y que, aunque no sean conscientes de ello, para su
labor, la iglesia y su mastodóntica organización son sólo un instrumento.
Y, ahora, a lo que vamos ¿Os habéis dado cuenta de hasta qué
punto la iglesia católica y quienes la glosan defienden con la mayor naturalidad
una cosa y la contraria? Dicen del papa dimisionario que era ortodoxo en el
pensamiento y un gran intelectual, algo que, a mi corto entender, no deja de
ser un contradiós, porque la capacidad de bordear el dogma es un gran signo de
inteligencia y este señor se aferraba a él como un náufrago agarrado a
cualquier cosa que flote. Dicen también que tuvo el valor de enfrentarse, no a
la pederastia, sino a la vergonzosa costumbre de obispos y papas de esconder a
los culpables. Yo pienso más bien que tapar eso ahora, en la sociedad de las
redes, sería del todo imposible, y el desgaste que tendría para la institución
sería insoportable ¿O es que hay alguien que imagina al rey de España pidiendo
perdón por sus desmanes africanos de no haberse producido la tormenta social
que se produjo en las redes?
Han sido los nuevos tiempos, la capacidad de la sociedad
para obtener información no filtrada y para elaborar con ella pensamientos
libres y críticos la que ha puesto a tan anquilosadas y anacrónicas
instituciones -el papado no deja de ser una curiosa monarquía- contra las
cuerdas.
Se habla también -no dejareis de escucharlo estos días- del
desapego de Ratzinger a lo material, precisamente cuando es el papa más coqueto
que he conocido, con cambios constantes de vestuario y calzado, amén y nunca
mejor dicho, del instrumental propio de su profesión y rango. Desapegado sería
en papa que renunciase al oro, la plata y la seda. Pero no es el caso. Otra
cosa es que sea de poco comer o que, dada su profesión, no pueda tener bienes a
su nombre.
En fin, lo que os quiero decir es que la iglesia está
especializada en decir una cosa y la contraria, hacer mil retratos distintos
del mismo personaje o permitirse interpretar con la mayor de las alegrías el
pensamiento de un señor que, ante la imposibilidad de ejercer el poder que el
cargo le atribuye -en asuntos como el de las cenagosas aguas del IOR, la banca
vaticana, por ejemplo- haya decidido tirar la tiara y provocar un pequeño seísmo,
por inhabitual, pero perfectamente controlable. No dudéis que en apenas un mes
tendremos un nuevo papa, quizá distinto, quizá igual, al que ensalzaran y, a su
tiempo, criticarán los glosadores de tan arcaica institución, tranquilamente,
con el mismo mecanismo.
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