Siempre me gustó la canción de Stephen Sondheim, con su
amarga ironía. Dónde están los payasos -dice- Que entren los payasos. La
canción habla de la farsa de una pareja como tantas otras y la pareja que
forman los ciudadanos y sus representantes demasiado a menudo es sólo una
farsa.
Ayer mismo, aquí en España, tuvimos más de una ocasión de
comprobarlo. El caso más llamativo, el de el lindo Toni Cantó, votado por
quienes estaban hartos de PP y PSOE para que les representase en el Congreso,
designado portavoz de su partido, UPyD, en la comisión de igualad, que se
encargó de demostrar, no sólo que un político con twitter tiene más peligro que
un mono con un saco de bombas, sino que, además, tiene una cierta
predisposición misógina que debería haberle impedido ocupar tan alto y vistoso
cargo en la comisión que se ocupa de tan delicados asuntos. Es lo que tiene la
absurda mercadotecnia en que ha degenerado nuestra política. Al final, se
colocan frívolamente en las listas caras bonitas que, sin embargo, carecen de currículo
o pedigrí suficientes para las responsabilidades que se les pueden venir encima
si, finalmente, son elegidos.
El caso de don Antonio Cantó, destilando misoginia y
demagogia, al cincuenta por ciento, no es la única evidencia que tuvimos ayer
de la farsa en que vivimos. María Dolores de Cospedal, secretaria general del
Partido Popular y presidenta del gobierno de Casilla La Mancha, se colocó por
primera vez en mucho tiempo ante periodistas con voz que, como intermediarios
entre la realidad y su audiencia, quisieron saber cuál fue hasta hace semanas
la situación del despasaportado Luis Bárcenas dentro del PP. Una vez más, la
falta de recursos, los nervios y, sobre todo, lo insostenible de la farsa,
hicieron que el elefante del acto fallido asomase su trompa entre los labios de
la señora Cospedal haciéndole la palabra fatídica que lo explicaba todo, pero
nunca debió decirse: simulación -se supone que de salario- para abonar una
indemnización. Algo que está, no sólo prohibido, sino considerado falta muy
grave y que a la avispada de la ministra Báñez le va a traer más de un
quebradero de cabeza, porque, después de lo que dijo su jefa en el partido,
debería abrir un expediente, de momento y al menos, informativo al Partido
Popular, empresa sita en la Calle Génova, número 13.
Son sólo dos ejemplos de la torpeza y pobreza de ideas de
quienes, desde el estado mayor o la infantería de los partidos políticos, con
largas carreras o recién llegados, nos representan. No es de extrañar, por
tanto, que en países como Italia, donde, desde que acabó la última guerra, la
política ha sufrido interferencias primero de los aliados, empeñados en
desmantelar la fuerza de los herederos de los partisanos, luego de la Mafia, a
veces de unos y otros, y ahora de la UE, los ciudadanos hayan optado por
hacerle una sonora pedorreta al sistema, derribando para siempre la menos
democrática de las opciones, Monti, dando un apoyo inesperado al partido de las
cinco estrellas de Beppe Grillo, premiando al vencedor de las primarias de la
izquierda, pero no lo suficiente y, lo que es peor, franqueando el paso de
nuevo a las marrullerías de Berlusconi, para el que ya he agotado todos los
calificativos.
Nos movemos entre la farsa y la tragedia, porque, más allá
del castigo y el síntoma que suponen, los resultados de ayer abren un terrible
periodo de incertidumbre. Allí, porque los ciudadanos lo han querido, han
entrado los payasos. Aquí, sin el permiso de los votantes y visto lo visto
ayer, llevaban tiempo dentro.
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