La verdad es que Carlos Floriano, en su día brillante
dirigente de las Nuevas Generaciones del PP en Extremadura y portavoz y
secretario de Comunicación del Partido Popular en la actualidad, no va a tener
buen recuerdo de su cuarenta y seis cumpleaños, porque vaya papelón el que le
obligan a hacer al pobre, teniendo que responder con mentiras de patas cortas a
todas las marrullerías urdidas por su partido en torno a las corruptelas de la
trama Gürtel que cada vez se evidencia más como -añadamos aquí un prudente
"presunta"- la puerta de entrada de la presunta financiación ilegal
del partido.
Uno diría que, con ese pelo enfoscado, fuerte y abundante,
más propio de un cantaor de los que tan buena cosecha acostumbra dar su tierra extremeña,
tiene el look apropiado para lo que viene haciendo en las dos últimas semanas,
que no es otra cosa que dar el cante. Porque hay que ser muy del PP o muy
inocente -pero de los de la genial novela de Delibes- para creerle cuando
afirmaba que, si no se había despedido al marido separado de la ministra Mato,
pese a estar imputado en el sumario que investiga la trama como receptor de
costosos regalos que disfrutó "solo en compañía· de la ministra y sus
hijos.
También hay que ser muy del PP o muy inocente para pensar
que cuatrocientos mil euros, repartidos en las correspondientes mensualidades y
acompañados de ingresos en Hacienda en concepto de retención por y IRPF y en la
tesorería de la Seguridad Social en concepto de cotizaciones, eran un finiquito
y no el salario de un empleado. Dos mentiras, dos, de patas más que cortas que
no han tardado en quedar en evidencia, dejando en muy mal lugar al que, por
obligación o vocación se ha visto obligado a decirlas.
A Rajoy le gusta mucho desmentir a Rubalcaba en sede
parlamentaria, acusándole de tener que hacer "papelones" como el de
pedir la dimisión de un presidente que nunca dice la verdad porque la calla, la
dice a medias o, simplemente, la miente. No hace falta aclarar que la
descripción del presidente es mía y resultado de la observación y de someter al
ensayo de prueba y error todo lo que dice o calla, comparándolo con la contumaz
realidad.
Pobre Floriano, vaya cante el suyo. Eso sí que es un
papelón. Su antecesor en tan penosas funciones, Esteban González Pons, sonaba
más jesuítico, tan falso como él -basta recordar aquella promesa de crear tres
millones y medio de puestos de trabajo- pero más jesuítico. Tanto que, a veces,
su voz me llegaba con esa reverberación de iglesia que ya tenía casi olvidada.
En cambio, Floriano suena más tabernario. Basta cerrar cerrar los ojos para
imaginare diciendo lo que dice con tan poca convicción como un forofo del
fútbol defiende la honestidad del defensa al que le han pitado un penalti. Le
imagino apoyado en la barra, medio recostado, con una copa en la mano y
tratando de poner en el gesto la credibilidad de que carece lo que dice.
Pobre Floriano. Lo suyo sí que es un papelón.
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