Decir la verdad no puede resultar tan difícil. Si para mí,
por ejemplo, no es nada complicado poner en una hoja de papel la lista de todos
mis bienes e ingresos, no me explico por qué el presidente del gobierno, con
toda una legión de asistentes y asesores, algunos muy caros, ha tardado tanto
en presentar la suya. Debe ser porque, como dijo a la prensa en Bruselas está "muy
cansado" o porque es muy difícil hacer una declaración que resulte creíble
y no ofenda a los ciudadanos tan castigados, más que por la crisis, por sus
decisiones y las que toman sus colaboradores y compañeros de partido.
Ahora, con la última publicación de la página oficial de La
Moncloa, resulta que tenemos distintas versiones, hasta tres, de los ingresos
del señor Rajoy. Aquella primera dada por su partido días después de quedarse
mudo y azorado cuando una ciudadana le preguntó en un programa de televisión cuánto
ganaba al mes y sólo atino a contestar que bastante más que ella. El partido,
en una nota hecha pública bastantes días después, le atribuyó unos ingresos que
por entonces eran de unos ocho mil euros mensuales. Yo, que hice el
bachillerato de Ciencias, he multiplicado esos ocho mil euros por quince pagas,
las doce mensuales más las extraordinarias de Navidad y julio, que, a la vista
de lo que hacen, en esa empresa, debe seguir siendo "del 18 de
julio", y, en el mejor de los casos, la tercera paga, de beneficios,
aunque no sé qué beneficios puede generar un partido que se dice al servicio de
la sociedad y los ciudadanos. He multiplicado por quince y el resultado es de
ciento veinte mil euros. Y sin embargo la cifra aportada por Presidencia para
esa fecha es de ciento cuarenta y seis mil que, por si fuera poco, subió a
doscientos mil cuando comenzaron a caer los primeros chuzos de "la que
está cayendo" para el resto de los españoles. Casi un treinta por ciento
de incremento, cuando centenares de miles de españoles estaban perdiendo ya sus
puestos de trabajo y los salarios de los que lo conservaban se estabilizaron,
cuando no bajaron por la presión, a veces abusiva, del empresariado.
Dos respuestas, dos, distintas hasta ahora, a las que, sin
querer agobiaros con cifras, se suma una tercera declaración que sería la que,
de su patrimonio, presentó ante el Congreso de los Diputados. No sé cual será
vuestra sensación, pero la mía es la de que este estriptís que nos ofrece el
señor Rajoy va a terminar como terminaban aquellos desnudos del primer destape,
con una pierna o cualquier objeto, cubriendo oportunamente el colofón del mismo
o, lo que es peor, con una oportuna media vuelta del o de la protagonista de la
ceremonia que, al final, acaba mostrándonos el trasero.
Resulta enfermizo ese interés en desnudarse poco a poco y
nunca del todo, en el español que hablan mis amigos, ese que tan a menudo cito,
existe un término que la RAE, so pena de que asumamos nuestra vulgaridad nos
autoriza ya a utilizar y que define a la perfección a quienes practican esta
ceremonia de la confusión: calientapollas.
Pues bien, este "ponernos calientes" con tantas
verdades distintas comienza ya a cansarme. Sobre todo, porque parece claro que,
al final, no habrá recompensa o, si la hay, será menor. A qué viene tanta
declaración solemne de veracidad en lo propio y falsedad en lo que dicen los
otros, si a cada una de ellas se le añade una salvedad, "todo es falso
salvo algunas cosas", "no soy el autor de los papeles que me
atribuyen -Bárcenas dixit- pero el que los ha elaborado conoce la contabilidad
del PP", que, con la promesa de que hay un velo más por destapar, no hacen
sino desmentir al veracidad de lo que se dice y de quien lo dice. Ese último velo que no están dispuestos a dejar caer y que, al final, tendrá que levantar un juez es la contabilidad B en la que, al parecer, desde hace años, se vienen registrando ingresos y gastos negros como el alma del más pecador de los pecadores.
Creo que, en el caso de Bárcenas esas acotaciones, esos
ventanucos que va abriendo en el muro de sus negaciones, no son más que un
seguro de vida, una mano agarrando la manta de la que, en un momento dado,
convendría tirar. En cuanto a Rajoy, creo que como muy bien describe el
lingüista George Lakoff en su libro "No pienses en un elefante", está
obsesionado con esa verdad evidente que a toda costa quiere esconder, y a causa
de esa obsesión el subconsciente le traiciona y le lleva a ese "todo es
falso, salvo algunas cosas..." a esas sofisticadas dobles negaciones que, muy
a su pesar, acaban convirtiéndose en afirmaciones.
En resumidas cuentas, la verdad incómoda es, en el cerebro
de Rajoy, un elefante empeñado en barritar y asomar la trompa cuando menos
falta hace.
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