Hay silencios clamorosos y el de Mariano Rajoy en medio del
chaparrón que está anegando al PP y sacando a flote toda la basura que
escondían sus cloacas es de esos. Quizá mantener la boca cerrada le haya
servido en ocasiones anteriores, pero ahora son tantas las moscas que
revolotean sobre él, es tanto lo que tiene que explicar -y digo explicar, no
negar- que, difícilmente, va a librarse de tragarse unas cuantas a no más
tardar.
No sé qué ha podido hacer creer a alguien que prácticamente
lleva toda su vida en la política y que, por si fuera poco, ha tenido en sus
manos la cartera de Interior, que el caso Gürtel-Bárcenas -y pocas dudas pueden
quedar ya de que ambos escándalos son la misma cosa- iba desvanecerse como ya
lo hiciera el Naseiro. Las herramientas, la experiencia y la preparación de que
hoy disponen los jueces y la Policía, entre otras, una fiscalía especializada
en la lucha contra la corrupción, que, antes o después, encuentran el hilo del
que tirar para sacar el tupido ovillo de esta trama que, recordémoslo, salió a
la luz por la denuncia pública de un concejal de un pueblo madrileño que, por
las razones que fuese no quiso entrar en el juego que sus compañeros estaban
jugando en la timba de las recalificaciones en pleno apogeo de aquel reino del
ladrillo que luego acabaría estallando en la burbuja inmobiliaria.
El PP pudo haber acallado aquella denuncia cortando alguna
que otra cabeza y convocando a los poceros para que aligerasen la mierda
acumulada en las cloacas. En lugar de eso fue derecho a por el mensajero de
todos los modos posibles, algunos inconfesables. Y, claro, lo que podía haberse
lavado en casa quedó a la vista de todos, con éxito desigual según las familias
y organizaciones regionales del partido afectadas.
Quién iba a decirle a Rajoy que aquello que no fue capaz de
sofocar cuando estaba en la oposición le iba a estallar en la cara, bajo los
focos de toda la prensa mundial, cuando, por fin, había alcanzado el sueño de
su partido -nunca he estado seguro de que también fuese el suyo- de volver al
gobierno.
Ha tenido mala suerte. Las cosas han cambiado mucho el
último año y, fundamentalmente, han cambiado a mal y a causa de demasiadas
decisiones tomadas por el gobierno que han castigado a una mayoría de la
población, en tanto que los de siempre quedaban a salvo de las mismas. No se
puede subir el IVA de casi todo lo indispensable, encarecer la cuenta de la
farmacia, tomar medidas anti sociales que disparan el paro y reducen el estado
solidario sin que pase nada. ¿Y qué es lo que ha pasado? Sencillamente, lo que
ha ocurrido es que la ciudadanía se ha quedado sin motivos para confiar en ese
gobierno tan arbitrario que le ha hecho tanto daño. Es más, a toda esa gente de
la que hablo le basta ya con que lo que se cuenta sea verosímil, para otorgarle
la condición de cierto.
Quizá el Partido Popular y su gobierno creían que les
bastaba con el chantaje y el miedo al "y tú más" del principal
partido de la oposición, para parar y barrer bajo la alfombra el escándalo de
los sobres de Bárcenas. Pero se equivoca, porque la sociedad de este 2013 nada
tiene que ver con la que tenía que meter el dedo en la llaga para creer. Ahora
le basta con ver la herida y a veces no necesita ni eso.
A estas horas todavía no hemos escuchado a Rajoy hablando de
lo que va camino de acabar con su carrera política. De nada sirvieron los
desmentidos y las amenazas de María Dolores de Cospedal y de nada va a servir,
me temo, la homilía que nos vienen anunciando para hoy sábado en la reunión
extraordinaria del Comité Ejecutivo Nacional del PP prevista para dentro de
apenas dos horas.
Rajoy no se va a enfrentar a la prensa. Una vez más ha
elegido lanzar su discurso cerrado, sin darnos la oportunidad de verle responder
a preguntas. Difícilmente va a satisfacer a la sociedad que, si aún no se ha
movilizado, no tardará en hacerlo, porque casi todos estamos indignados.
Lo que pretende Rajoy no va a resultarle y, en mi opinión,
ni siquiera va a contentar a las voces críticas que poco a poco asoman en su
propio partido, porque, salvo que anuncie su dimisión o algún que otro cese,
porque lo suyo es como si un párroco sorprendido con la mano en el cepillo, en
lugar de explicarse, nos convocase a misa de doce.
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