Recuerdo que, cuando era niño o quizá preadolescente, se
contaba el chiste de Martínez, un señor muy famoso, tanto, que todo el mundo le
conocía. Tras una serie de peripecias, el chiste concluye con uno de sus
protagonistas preguntando en la Plaza de San Pedro de Roma quién es ese señor
de blanco que está en el balcón al lado de Martínez.
Si traigo aquí el chiste, bastante malo por cierto, es
porque todo el despliegue con que se acompañó desde hace días la frustrante
entrevista que Jordi Évole, el follonero, hizo al papa Francisco, uno de los
últimos monarcas occidentales, con entrevistas al entrevistador, pequeños
"destripes", no me gusta emplear la palabra spoiler, e, incluso, una
apelación a la intimidad de la familia Évole, con repetidas alusiones a
"la madre del artista" y sus creencias, todos ese despliegue, parecía
prometer algo que, al final, resultó, como digo, frustrante y aburrido.
Supongo que ay os habéis dado cuenta de que una entrevista
de Évole en Salvados tiene, como en la liturgia, sus vísperas y su octava y, no
sé si por insistencia del propio Évole o si por la aplicación del sistema que Ferreras
implantó en la SER de llenar la antena de "promos", promociones, de
cualquier exclusiva más o menos señalada, resultando en ocasiones más
brillantes las promos que el programa que anuncian.
Lo cierto es que, no sé si desde el miércoles, seguro que sí
desde el jueves en cada programa de la Sexta, Jordi Évole, con ese falso tono
de humildad y de ser el vecino de la puerta de al lado, aparecía, día sí, día
también, en todas las franjas horarias para contarnos "su" entrevista
y, de paso, permitir a sus compañeros dorarle la píldora, agrandando los
méritos que sin duda tiene haber conseguido esa entrevista.
Otra cosa es la misma entrevista, que el propio Évole sembró
de expectativas finalmente defraudadas, porque, tuvo que reconocerlo, el papa
la había concedido para hablar de refugiados, un asunto nada cómodo para la
sociedad occidental y cristiana, pero que, para el jefe de la iglesia católica,
resultaría, bastante agradecido, como así acabó siendo. El resto de las
preguntas, obligadas sin duda e incómodas para Francisco, obtuvieron del papa,
poco más que evasivas y circunloquios en los que hubo mucho revuelo de sotana
y, al final, nada, salvo la constatación de que, por sí o por la
superestructura que la iglesia es, las manos y la lengua del pontífice están
atadas.
Siguiendo esa sinuosa senda y a pesar de la amable picaresca
con que Évole corrigió el rumbo de la conversación, una vez provocado el
indisimulado y diplomáticamente amable disgusto de Bergoglio, la cosa no pasó
de ser una conversación previsible de la que, horas después de emitida, aún no
he escuchado un titular realmente interesante, salvo el de que la entrevista
tuvo lugar, evidenciando que, para este viaje, no hacían falta tantas alforjas.
Desde el innegable éxito conseguido por el que en otros
tiempos fuera con Buenafuente “el follonero" con su entrevista al ex
presidente uruguayo José “Pepe” Mujica,
Évole parece empeñado en sumar muescas a la culata de su programa, el propio Mujica,
Maduro en más de una ocasión y, ahora, Francisco. No sería de extrañar que lo
intentase, si no lo ha hecho ya, con Putin, Obama o, por qué no, con el rey
Felipe VI o su padre, aunque estas últimas no lograrían la proyección
internacional que tanto parece buscar.
Yo, que durante muchos años he entrevistad a personajes en
todos los ámbitos imaginables, políticos incluidos, tengo una idea de la
entrevista que quizá no compartan muchos compañeros de profesión, especialmente
en estos tempos. Creo, y así lo he enseñado, que la entrevista, al menos en
radio y en televisión, supongo, debe ser una conversación, perfectamente
planificada, aunque nuca rígida, de la que, en un tono atrayente o al menos
agradable para el oyente o el espectador, éste obtenga, si no la información
buscada, sí un autorretrato que, de la mano del entrevistador, el entrevistado
se haga.
Desgraciadamente, en sus productos Évole se convierte en
protagonista, yanto que, a veces, lo que responde el entrevistado parece no
importar, porque lo importante es "colocar" las preguntas, aunque el
producto final resulte ser poco más que un monólogo frente al frontón en que
acaba convirtiendo al entrevistado.
Lo de Mujica fue distinto porque, por lo que fuese,
probablemente porque el uruguayo ya no tenía las manos y la lengua atadas por
otra responsabilidad que su conciencia, se convirtió en una deliciosa
conversación de la que todos aprendimos. Lo de ayer con el papa Francisco me
hizo recordar el viejo chiste al preguntarme “quién es ese señor de blanco que
está al lado de Évole".
1 comentario:
Muy bien expuesto ...
Saludos
Mark de Zabaleta
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