lunes, 1 de abril de 2019

ESE SEÑOR DE BLANCO QUE ESTÁ AL LADO DE ÉVOLE


Recuerdo que, cuando era niño o quizá preadolescente, se contaba el chiste de Martínez, un señor muy famoso, tanto, que todo el mundo le conocía. Tras una serie de peripecias, el chiste concluye con uno de sus protagonistas preguntando en la Plaza de San Pedro de Roma quién es ese señor de blanco que está en el balcón al lado de Martínez.
Si traigo aquí el chiste, bastante malo por cierto, es porque todo el despliegue con que se acompañó desde hace días la frustrante entrevista que Jordi Évole, el follonero, hizo al papa Francisco, uno de los últimos monarcas occidentales, con entrevistas al entrevistador, pequeños "destripes", no me gusta emplear la palabra spoiler, e, incluso, una apelación a la intimidad de la familia Évole, con repetidas alusiones a "la madre del artista" y sus creencias, todos ese despliegue, parecía prometer algo que, al final, resultó, como digo, frustrante y aburrido. 
Supongo que ay os habéis dado cuenta de que una entrevista de Évole en Salvados tiene, como en la liturgia, sus vísperas y su octava y, no sé si por insistencia del propio Évole o si por la aplicación del sistema que Ferreras implantó en la SER de llenar la antena de "promos", promociones, de cualquier exclusiva más o menos señalada, resultando en ocasiones más brillantes las promos que el programa que anuncian.
Lo cierto es que, no sé si desde el miércoles, seguro que sí desde el jueves en cada programa de la Sexta, Jordi Évole, con ese falso tono de humildad y de ser el vecino de la puerta de al lado, aparecía, día sí, día también, en todas las franjas horarias para contarnos "su" entrevista y, de paso, permitir a sus compañeros dorarle la píldora, agrandando los méritos que sin duda tiene haber conseguido esa entrevista.
Otra cosa es la misma entrevista, que el propio Évole sembró de expectativas finalmente defraudadas, porque, tuvo que reconocerlo, el papa la había concedido para hablar de refugiados, un asunto nada cómodo para la sociedad occidental y cristiana, pero que, para el jefe de la iglesia católica, resultaría, bastante agradecido, como así acabó siendo. El resto de las preguntas, obligadas sin duda e incómodas para Francisco, obtuvieron del papa, poco más que evasivas y circunloquios en los que hubo mucho revuelo de sotana y, al final, nada, salvo la constatación de que, por sí o por la superestructura que la iglesia es, las manos y la lengua del pontífice están atadas.
Siguiendo esa sinuosa senda y a pesar de la amable picaresca con que Évole corrigió el rumbo de la conversación, una vez provocado el indisimulado y diplomáticamente amable disgusto de Bergoglio, la cosa no pasó de ser una conversación previsible de la que, horas después de emitida, aún no he escuchado un titular realmente interesante, salvo el de que la entrevista tuvo lugar, evidenciando que, para este viaje, no hacían falta tantas alforjas.
Desde el innegable éxito conseguido por el que en otros tiempos fuera con Buenafuente “el follonero" con su entrevista al ex presidente uruguayo José “Pepe”  Mujica, Évole parece empeñado en sumar muescas a la culata de su programa, el propio Mujica, Maduro en más de una ocasión y, ahora, Francisco. No sería de extrañar que lo intentase, si no lo ha hecho ya, con Putin, Obama o, por qué no, con el rey Felipe VI o su padre, aunque estas últimas no lograrían la proyección internacional que tanto parece buscar.
Yo, que durante muchos años he entrevistad a personajes en todos los ámbitos imaginables, políticos incluidos, tengo una idea de la entrevista que quizá no compartan muchos compañeros de profesión, especialmente en estos tempos. Creo, y así lo he enseñado, que la entrevista, al menos en radio y en televisión, supongo, debe ser una conversación, perfectamente planificada, aunque nuca rígida, de la que, en un tono atrayente o al menos agradable para el oyente o el espectador, éste obtenga, si no la información buscada, sí un autorretrato que, de la mano del entrevistador, el entrevistado se haga.
Desgraciadamente, en sus productos Évole se convierte en protagonista, yanto que, a veces, lo que responde el entrevistado parece no importar, porque lo importante es "colocar" las preguntas, aunque el producto final resulte ser poco más que un monólogo frente al frontón en que acaba convirtiendo al entrevistado. 
Lo de Mujica fue distinto porque, por lo que fuese, probablemente porque el uruguayo ya no tenía las manos y la lengua atadas por otra responsabilidad que su conciencia, se convirtió en una deliciosa conversación de la que todos aprendimos. Lo de ayer con el papa Francisco me hizo recordar el viejo chiste al preguntarme “quién es ese señor de blanco que está al lado de Évole".

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Muy bien expuesto ...

Saludos
Mark de Zabaleta