Ayer, como quien da los buenos días, con la misma
naturalidad, Pablo Casado, al que el PP le viene grande y al que no quiero ni
imaginarme al frente del gobierno, se permitió decir que Pedro Sánchez prefiere
"las manos manchadas de sangre a las manos blancas, las manos pintadas de
amarillo a las manos tendidas", olvidando de una tacada que los
socialistas han perdido tantos compañeros a manos de ETA como los que ha
perdido el PP, entre ellos Francisco Tomás y Valiente, amigo personal de Felipe
González y presidente del Tribunal, asesinado en su despacho de la facultad de
Derecho de la Autónoma de Madrid, donde los alumnos se echaron a la calle con
las manos pintadas de blanco, dando origen a esa forma de protesta contra la
violencia a la que tan demagógica y cruelmente aludió ayer el pipiolo que, sin
saber de la misa la media y por necesidades de su desplome en las encuestas,
pretende recuperar el terreno perdido frente a su amigo "Santi"
Abascal, aprendiz de rana como él bajo las faldas de Esperanza Aguirre.
Oír esas cosas de quien pertenece a un partido que de forma
premeditada ha torpedeado el fin de la violencia en Euskadi y, con él, el de
ETA y con su actitud de azuzar el conflicto catalán pensando en la renta
electoral que tan nefasta actitud le daba en el resto de España, escuchar a ese
mequetrefe que a cada momento se juega nuestro futuro entre sonrisa y sonrisa,
todas ellas entrenadas y falsas, me produce náuseas, porque sabe perfectamente
y, si no lo sabe, peor, que lo que dice es falso y que los fosos que cava frente
al resto de partidos tendrá que cruzarlos a nado antes o después, para recabar
la ayuda que, si llega a gobernar, los dioses no lo quieran, reparar tanto
estropicio como está causando.
Está Pablo Casado, que aún nos debe un trabajo fin de máster
y explicaciones sobre su licenciatura en Derecho, y está por otro Santiago
Abascal que ni sabe ni le importa de casi nada, porque, así debe creerlo, le
basta con cabalgar erguido y poner cara de "cara", de las que se
estampan en la monedas o se imprimen en los libros de Historia, una materia
que, por cierto, ha debido simultanear con Plástica, porque, para él, los
hechos históricos, lejanos o no, son de la misma plastilina con la que modelaba
sus figuras.
Ayer en una entrevista en Espejo Público, le gusta pisar terreno
amigo, amén de atribuir a Rajoy la frase "es la Economía, estúpido",
que un asesor de Clinton sugirió al luego presidente, para rebatir a Bush
padre, frase que figura en Wikipedia y en la memoria de quienes se toman la
molestia de seguir la actualidad en lugar de soñar con glorias e imperios
perdidos, como hacen él y los suyos, tratando de emular al viejo y
esperpéntico hidalgo que Berlanga creo para su "Bienvenido Míster
Marshall".
No era de Rajoy y eso que el hoy registrador las dejó
floridas y cómicas. Pero no pareció importarle. Lo que le importa es llevar el
agua al molino de su estrecho ideario, inventándose cifras y mintiendo si es
preciso sobre cualquier asunto. Ayer, sin ir más lejos, pintando los hospitales
del norte de Europa como campos de exterminio a los que las personas
mayores no quieren acercarse por miedo a que les apliquen una eutanasia que, en
muchos casos, ni siquiera está regulada legalmente.
Pero da igual, ni a él ni a los que tienen ya decido
votarle, mucho menos a quienes por oportunismo se apuntan a sus listas, como
ese antiguo objetor de conciencia que en menos de veinte días se podría
convertir en diputado por Teruel en un partido que quiere reimplantar el
Servicio Militar Obligatorio.
Da igual, nada importa. De aquí a menos de veinte días se
puede mentir, exagerar, insultar, prometer lo que no se puede cumplir y
asustar, sobre todo asustar, porque, como dice Kiko Veneno en una de sus
últimas canciones "Yo quería ser español", en la que dice
"siembra el miedo y, después, la gente vota al que manda".
Sí, es posible, pero todo tiene un límite, el de la decencia
y la moralidad, y esto de lo que os hablo es inmoral e indecente, porque lo
dicen candidatos que se llenan la boca de odio y mentiras.
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