Llevo más de cuarenta años pateando el rastro madrileño
todos los domingos y fiestas de guardar y os aseguro que tengo muy
"calados" a los vendedores de humo, a esa dente que pide por su
mercancía mucho más de lo que vale o a quien ofrece productos o aparatos
maravillosos, sierras que lo cortan todo, pela verduras que lo mismo desnudan
un tomate que un kiwi, todos ellos con una demostración primorosa y efectista
una y otra vez ensayada, para, una vez en casa, comprobar que lo que hemos
comprado no es como nos han dicho o encontrarlo más barato en la ferretería de
la esquina, Pues bien, esa es exactamente la sensación que, en mayor o en menor
medida, tuve ayer viendo el primer debate electoral en Televisión Española.
Esta imagen del Rastro me la trajo Albert Rivera con su
atril lleno de cartelitos con foto incluida y poca o ninguna verdad. Qué hacía
sobre el atril la foto, el "retratito", de Sánchez y Torra, sentados
en el palacio de Pedralbes en un encuentro protocolario, que Rivera quiso
vender como una claudicación, ante una lista de exigencias, veintiuna, de las
que ni una sola se ha podido demostrar. Un buen intento que no tuvo resultado,
porque la mayoría de los acusados en la causa del procés siguen en prisión, a
mi modo de ver demasiado rigurosa, atribuible como no puede ser de otra manera
al Supremo, del mismo modo que fue la Junta Electoral Central la que autorizó
las intervenciones desde prisión de Jordi Sánchez y Oriol Junqueras en sendos
debates electorales, siendo como son candidatos.
Esta mañana, horas después del debate, he escuchado
diferentes opiniones, alguna increíble, sobre el resultado y los candidatos y
lo único que me consuela es que unos y otros, como yo mismo, de algo teníamos
que hablar, dando a quienes encuentran tiempo para leernos el consuelo de un
resultado que de poco o nada va a servir de cara al domingo. Opiniones
increíbles, digo, como las que colocan a un Rivera en exceso crispado como
claro ganador del debate.
Piensan eso quienes están aburridos de tanto escucharlos
en estos u otros foros y agradecen las boyas que van colocando los candidatos,
boyas como las cartulinas, la "constitucioncita" de Pablo Iglesias o
el "retratito" de Rivera que nos permiten descansar, para seguir
nadando hasta la playa del final del, por definición, cansino debate. Quizá por
eso, por presuntamente innovador, algunos, especialmente los de la derecha en
todas sus tonalidades, han ensalzado el atrezo de Rivera, su parafernalia
gestual y material, su último minuto, el del silencio, tan falso y ridículo como
el del "silencio" de Rivera, una y otra vez ensayado en una nave
industrial, llevado hasta la perfección con la que nadie habla y aún menos
desde el corazón, como pretende hacernos creer, y, de paso, al vacío que se
siente en un salón de cualquier palacio, con el brillo de su cristal y sus
dorados. Lo piensan quienes creen estar al tanto de lo que se hace en otros
países, lo que tratan de imitar los llamados asesores, confundiendo el análisis
de la brutalidad dialéctica de un Trump, que en realidad no sabe comportarse de
otro modo, con una presunta intencionalidad de la que carece.
Ese es el problema, que ninguno fue creíble. Ni ese Casado
aparentemente tranquilo, incapaz de hacer volar su falcón, porque no es
lo mismo "sacarlo" ante unas decenas, centenares o miles de
convencidos que hacerlo ante el blanco de sus falsas acusaciones, del que
costaba creer que fuese el mismo que, mitin tras mitin, lo utiliza como una de
sus armas preferidas. Tampoco era creíble Albert Rivera pidiéndonos que
mirásemos tatuada en la frente de Sánchez la palabra "indultos",
palabra que, de momento sólo está enredada en sus neuronas.
Tampoco parecía creíble ese Pedro Sánchez contenido en
exceso, posiblemente entrenado para blanco de golpes a diestro y siniestro,
listo para cubrirse ante unos y otros, que sin duda se vio sorprendido por la
amable cordialidad de Pablo Iglesias, con quien se disputa una parte del voto
de la izquierda, una cordialidad para con todos, que contrastó, si no
desconcertó, con sus recientes intervenciones en campaña, después de su vuELta,
de las que podría desprenderse que no tenía otro rival que Sánchez.
No me lo creí y, si no me lo creí, fue porque no podía
quitarme de la cabeza el dato de las encuestas que, pese a lo que dijesen él y
sus colaboradores, le mantienen en caída libre, más desde que no hace otra cosa
que enseñar los dientes al que debería ser su socio en el gobierno. Una
hostilidad que sólo se materializó cuando pidió al presidente, una vez más, que
dijese ya, sin resultados, que no formará gobierno con Ciudadanos, algo que no
se puede responder, salvo que, y tal parece que sea el caso de Iglesias, se
prefiera un gobierno de derechas, como Podemos prefirió el de Rajoy en 2016, a
uno del PSOE apoyado, desde dentro o desde fuera, por otras fuerzas, incluida,
pero no sólo, la suya.
En fin, que no me los creí, como no me creo al de la sierra
para todos o al del pela verduras mágico, y, esta noche, difícilmente veré el
segundo debate, jugando como juega a la misma hora mi Barça.
2 comentarios:
Muy bien analizado ...
Saludos
Mark de Zabaleta
Mi conclusión, por motivos similares, fue más taxativa:
*No hablar de nada*
(excelenre artículo)
Publicar un comentario