Curioso idioma, el nuestro, que es capaz de la polisemia,
esa mágica cualidad de algunas palabras por la que, con los mismos grafismos,
con los mismos fonemas, pasa a tener distintos significados según el contexto
en que se escriba, en que se diga. Una de esas palabras bendecidas con la
polisemia es "carrera", que nos sugiere cosas distintas, según
digamos, hacer carrera, hacer una carrera o hacer la carrera. Hacer carrera es,
con buenas o malas artes, progresar. Hacer una carrera es preparase, generalmente
en la universidad, para ejercer una profesión. Por último, cuando decimos u
oímos "hacer la carrera, entendemos que lo que se quiere decir es ejercer
la prostitución en la calle.
Por qué escribo esto bajo la foto que certifica el
"fichaje" de Ángel Garrido por el partido de Albert Rivera,
Ciudadanos, el que invirtió años en convencernos de que pretendía la
regeneración de la clase política y la incorporación de profesionales de todas
las áreas a la misma, aunque, con el tiempo, se ha visto que no hay pollo para
tanto arroz y, después de haber servido a unos y a otros como tabla de
salvación en momentos difíciles, de agobio por los escándalos en los que fueron
pillados los cargos públicos, pretendiendo hacernos ver que lo hacía para abrir
las ventanas y limpiar los rincones de los ayuntamientos y las autonomías en
que lo ha hecho, nos encontramos con un partido que tiene los mismos o menos
escrúpulos que aquellos a los que prometía regenerar, llenando su la cesta de
sus listas electorales en las estanterías del "todo a cien" del
resentimiento y también la venganza, en las que aguardan, unos con más polvo
encima que otros, la oportunidad de volver a la carrera y yo me temo que en
cualquiera de esas tres acepciones.
No sé si fue quien inauguró esta forma de transfuguismo,
pero Rosa Díez fue, desde luego, la más significada, con su salida del PSOE
desde el escaño europeo, abandonando a su partido de siempre, no el sueldo ni
las dietas y viajes del escaño, para fundar su propio partido, UPyD, unos pocos
y la Díez, decían las malas lenguas, hasta, después de fracasos y discordias,
haber quedado en el olvido, aunque en la órbita de Savater y Ciudadanos, ella
que lo fue todo o quiso serlo todo en el PSOE.
Otro caso más reciente y no menos sonado ha sido el de
Silvia Clemente, envuelta en fundadas sospechas de corrupción, que, pese a
haber presidido las Cortes de Castilla León, se vio apeada de
las listas del PP o creyó que iba a serlo y optó por pesarse
con armas y bagajes a un Ciudadanos que, salvo la dirección nacional, no vio
con buenos ojos esa incorporación, abriéndose una guerra interna que acabó como
acabó en unas primarias en las que se denunció un ciber pucherazo, que ha
dejado a Clemente y sus mentores compuestos y sin novia.
Fueron dos modos bien distintos de abandonar el partido que
había sido de su vida, dos maneras de irse que ayer, por sorpresa, se vieron
superadas en morbo por la del hasta hace diez días presidente de la Comunidad
de Madrid y mano derecha de Cristina Cifuentes, Ángel Garrido, que por sorpresa
y después de haber aceptado ser candidato por el PP a las europeas, apareció
ayer sobre fondo naranja e la sede de Ciudadanos, que se apresuró a anunciar,
sacando pecho, su fichaje para las listas de las elecciones a la Comunidad de
Madrid, "traicionando" al partido que le había dejado en la estacada
después de haberse "comido el marrón" de sustituir a la mentirosa
Cifuentes, con un oscuro billete a Bruselas.
Garrido no dijo ni hizo nada que levantase sospechas sobre
su fuga al partido secta que denostaba hace sólo unos días. No dijo nada a
nadie siquiera por cortesía. Su compañeros y colaboradores se enteraron, como
todos, por la prensa, pasando de la sorpresa al cabreo, algo parecido a lo que
debió sentir él mismo cuando supo que sería la "bocachancla" y amante
de los atascos, Isabel Díaz Ayuso, quien optase en su lugar a la presidencia de
la Comunidad de Madrid.
Es la historia repetida de los muchos garridos que ha habido
y habrá en la política española, garridos que, con carrera o sin ella, pretenden
seguir haciendo carrera o "la carrera" en la política española.
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