La otra mañana, al día siguiente del segundo debate, mi
padre, de 95 años, me hizo una pregunta un tanto desconcertante, sentados los
dos delante del televisor encendido que nos escupía sin parar su carrusel de
imágenes en bucle, de ese debate que yo sí había visto y él o no vio o no
recordaba haber visto. La pregunta fue, así de sopetón, ésta ¿cuándo es el examen?
Naturalmente y tras un instante de sorpresa deduje que se refería a las
elecciones del domingo.
A mi padre, como a tantos ancianos, le falla la memoria, no
encuentra esas palabras que ha manejado toda la vida y, para salir del paso,
las sustituye por otras palabras, más o menos acertadas, más o menos
relacionadas, que son las que encuentra en su cansada memoria para hacerse
entender. Y no es que no sepa lo que dice, todo lo contrario, razona
perfectamente, porque, con los datos que es capaz de retener y con su
experiencia, elabora pensamientos tan elevados, tan trascendentes, como éste
que, para mi desasosiego me puso delante diciéndome "yo no me he muerto,
porque soy orgulloso y, en vez de quedarme en la cama, me levanto todas las
mañanas.
Ayer, con la pregunta casi inocente y tan sensata frase
dándome vueltas en esta cabeza que también, poco a poco, empieza a esconderme
las palabras y los datos, me puse a pensar que quizá mi padre tuviese razón,
que lo del domingo, efectivamente, es un examen, pero no de los candidatos,
como ellos creen y pretenden hacernos creer, no, porque el examen del domingo
no es su examen, es nuestro examen.
Quizá no seamos del todo conscientes de ello, pero este
domingo nos jugamos mucho, quizá más que lo que nos hemos jugado nunca en un
domingo electoral. Nos jugamos retroceder muchos años en el tiempo, volver a
esos tiempos odiosos en los que apenas teníamos derechos y para nosotros, los de a
pie, casi todo eran obligaciones y miedo. Nos jugamos la seguridad de que, con
sus más y sus menos, va a haber un estado protector detrás de nosotros.
Ese estado que, como he escuchado esta mañana a un oyente de
la SER, se haga cargo de los dos años de tratamiento para curar la leucemia que
padecía su hermana, sin que la familia haya tenido que arruinarse o hipotecarse
para pagar los 400.000 euros que ha costado el tratamiento, porque tenemos una
sanidad universal y gratuita para todos, para los que creen en el estado de
bienestar y para los egoístas que creen equivocadamente que hay que volver al
"sálvese quien pueda", porque, si los demás no tienen los incompletos
seguros médicos que tienen ellos, es porque son vagos y torpes o, simplemente,
pobres, obviando que, pese a ellos, los españoles, todos, disfrutamos por serlo
de una sanidad que está entre las más avanzadas del mundo.
Un estado que permita que mediante la enseñanza obligatoria
y gratuita, las becas y con los recursos necesarios esos médicos que han
atendido a la hermana del oyente tengan la misma extracción social que la
mayoría de sus pacientes y, por tanto, les entiendan y hagan suyos sus
problemas, un estado que cuide responsablemente de los ancianos, un estado que
no permita que algunos "hagan caja" con la miseria y el dolor de los
demás, un estado que busque, para los ciudadanos bajo su protección, lo mejor,
no los más barato.
Un estado, en fin, que distribuya la riqueza entre sus
ciudadanos, haciendo que quienes más tienen más contribuyan al bienestar de
todos, un estado que reparta en servicios, pensiones, ayudas, escuelas y sanidad
para todos lo que recauda, un estado en el que los ciudadanos sepan, porque la
prensa se lo explique, que por cada euro que le rebajan los impuestos a un
trabajador, se le rebajan miles a quienes más tienen, un estado que
respete y haga respetar los derechos de niños, ancianos y mujeres, los de
todos, no porque quede bien o por caridad, sino porque todos somos iguales y
valemos lo mismo, un estado que proteja a quienes deben ser protegidos, un
estado, en fin, que no caiga en manos de los que, con discursos retrógrados y
machistas, pretenden mandarnos al XIX, porque sus ciudadanos no se han dejado
embaucar por la gente de apellidos rimbombantes, beneficiarios de aquella
dictadura que nos encerró en el armario de la Historia, ni por sus compañeros
de viaje y vote por el futuro de todos.
El domingo, como piensa mi padre, hay un examen convocado en
España. Un examen al que nadie debe faltar, un examen que nadie debe entregar
en blanco, tampoco contestar al tuntún, a ver si cuela, porque nos va a penalizar los cuatro años que vienen y porque, esta vez sí, nos jugamos la carrera y quién sabe si algo más.
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