De los resultados de las elecciones de ayer, de esa casi
mayoría para gobernar, de esa victoria de un Pedro Sánchez que no hace tanto
tuvo que emprender la travesía del desierto, recorriendo las sedes de su
partido, en su coche, con su propia gasolina, para reconquistar, primero el
partido, después el gobierno desde fuera del Congreso y, ayer, mantenerse en la
Moncloa, con la legitimidad incontestable y reforzada que le dan los ciento
veintitrés escaños conseguidos frente a la alianza de los tres partidos de la
derecha, apoyados por una gran parte de la prensa y no digamos de la insaciable
patronal, que no está dispuesta a que los trabajadores, que siguen existiendo,
patronal y trabajadores, encarnando la verdadera lucha que, de nuevo, no es de
ideas, sino de clases.
La ventaja de Pedro Sánchez frente a sus mayores, mayores
enemigos, en su partido y fuera de él, los González, Guerra, Ibarra, Bono, Paje
o Díaz, es que el vencedor de ayer siempre ha sabido cuál es su sitio
y con quién quiere caminar. Por eso espero que, ahora que es mucho más fuerte,
ahora que casi dobla en número de diputados a sus rivales más inmediatos, sepa
resistirse tanto a los cantos de sirena que le impelerían a un gobierno de
coalición con Podemos como a las voces autoritarias que, desde su partido y
desde el IBEX, le querrían junto al crecido Albert Rivera, en un gobierno
economicista que diese rienda suelta a los más bajos instintos del
neocapitalismo, para el que los trabajadores sean jóvenes o maduros, hombres o
mujeres, son sólo números a colocar en la columna de los gastos, sin derechos
ni dignidad, y perfectamente prescindibles, si con ello crece la cuenta de
resultados.
Sánchez ha demostrado ser un superviviente nato y lo ha
demostrado, no a favor de corriente, como recomiendan que hagamos cuando la
resaca nos aleja de la playa, sino nadando hacia la orilla, incluso cuando esa
playa nos parece una meta imposible.
Hoy, a estas horas, el vencedor de ayer se enfrenta a todas
esas corrientes que en uno y otro sentido "tiran de él" y yo, en mi
modesta opinión, creo que debe resistirse y tratar de gobernar en solitario,
entre otras cosas, porque el apoyo que un Albert Rivera, todavía en modo
campaña, ahora le niega puede convertirse en presión y chantaje cuando al IBEX
le convenga.
Lo de Pablo Iglesias es distinto. Está claro que fue su
impulso personal, su saber hacer durante los dos debates televisados,
reconquistaron para el partido una parte importante del voto fugado por el
desencanto de meses pasados a las filas socialistas, pero también está claro
que, si ganó en ambos debates, fue porque se presentó en ellos "en modo
Errejón", conciliador y transversal, alejado del tono mitinero del que
acostumbra "adornarse" en sus intervenciones públicas. Debería ser
consciente de ello y mantenerse en esa actitud posibilista y de servicio, lejos
del ardor guerrero, de esa euforia, con que abordó hace dos años las
negociaciones para formar gobierno, "pidiéndose" varias carteras y
tratando de imponer un programa cerrado, bastante tosco, por cierto, a Sánchez.
Bien es verdad que, en aquellas fechas, Podemos tenía muchos
diputados y contaba con que, llevando al país al desastre de unas terceras
elecciones en apenas un año, subiría su renta en escaños y, por tanto, su
capacidad para doblegar a Sánchez, formando un gobierno de izquierdas en la
Europa del capitalismo. Por aquel entonces, Europa era el enemigo a batir,
Txipras el mártir de la izquierda y el ejemplo portugués, un gobierno
progresista sostenido por una amplia coalición, sólo un ejemplo de voluntarismo
buenista.
Hoy España y los españoles son distintos. Se han curtido con
las mentiras repetidas por las derechas, apoyadas por los medios de
comunicación que, a pocas horas de abrirse las urnas, daban por hecho que VOX
arrasaría las gradas del Congreso y se burlaban del CIS "de Tezanos que,
esta vez, clavó los resultados en su denostada encuesta. Los españoles hemos
hecho un curso acelerado de civismo en medio de una terrible tormenta de
mentiras y odio, hemos resistido y, si se me permite, hemos dado una nueva
lección al mundo, entre otras cosas, porque hemos aprendido de Txipras, de
Portugal, de la Italia de Salvini y del Brexit.
Sánchez ha devuelto al PSOE la razón, el orgullo de saberse
de izquierdas y la gloria del pasado. Por todo ello, creo que Sánchez debería
intentar gobernar en solitario, con apoyos externos que ahora puede
administrar, haciendo una política social equilibrada, restaurando tantos
derechos conculcados por años de gobierno del PP, luchando contra la
desigualdad y devolviéndonos el estado del bienestar secuestrado. Eso es lo que
le pedimos sus votantes, eso y que, como le recordaron quienes acudieron a las
puertas de la sede socialista de Ferraz, "con Rivera, NO" y, con
Pablo Iglesias, según y como.
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