Ayer, arrastrada por las tres derechas, desde la
derechita cobarde a la veleta anaranjada, pasando por los de a caballo, la,
felizmente desaparecida violencia de ETA irrumpió, a mi juicio interesadamente.
en el calendario de la campaña. El detonante fue de nuevo un acto de campaña
celebrado en el lugar equivocado. No seré yo quien repita la estupidez de Pablo
Echenique, acusando de provocadores a Rivera y sus compañeros en el acto de
Rentería, no.
Yo, como cualquiera que se considere demócrata, reconozco el
derecho de Ciudadanos, como de cualquier otra formación, a pedir el voto en
Rentería, por muy "zona cero" del abertzalismo radical que haya sido
y siga siendo. Pueden pedirlo, pero no en una plaza pública, al pie de los
hogares de quienes, evidentemente y como demostraron con gritos y cacerolas,
tienen enfrente. Estoy seguro de que en la localidad guipuzcoana hay más de un
local en el que reunir a los escasos asistentes al acto y de que, en cualquier
local cerrado, el acto se hubiese desarrollado con más tranquilidad t, sin
duda, mayor seguridad.
Preguntarse por qué no optaron por esa solución, entonces,
es un mero ejercicio de retórica. No lo hicieron porque su intención última no
era, como piensa el torpe Echenique, la de provocar a quienes les abuchearon,
algo a lo que, sin violencia y en la plaza pública tendrían derecho, no. Su
intención era la de abrir, con apenas dos centenares de asistentes, todos los telediarios
de ayer y todavía los de hoy y "ganarse" también las portadas de la
prensa del lunes. Es lo que mejor se les da, ocupar espacio informativo con un
coste mínimo y grandes resultados. Lo hicieron en Alsasua, convocando un acto
de afirmación patriótica a dos pasos del bar en el que dos guardias civiles y
sus parejas recibieron una paliza de unos energúmenos ya juzgados y condenados
y lo repitieron en Waterloo, frente al chalé en el que vive y recibe
Puigdemont, con una pancarta, unos cuantos agredidos y el doble de periodistas
frente a los que Inés Arrimadas "soltó" su atenga contra el huido,
para disgusto de los vecinos de tan tranquilo lugar, que denunciaron esa
invasión de su intimidad, rompiendo la paz y el sosiego del vecindario.
Tanto lo de Alsasua como o de Waterloo coleó durante una
semana o más en informativos y tertulias, luego se consiguió el objetivo, un
objetivo que se ha intentado más veces en Cataluña y allá donde su presencia
les convierta en víctimas de insultos y, desgraciadamente, agresiones. Lo que
me lleva a pensar que son acciones y reacciones perfectamente calculadas y a
pedir a quienes están detrás de las reacciones que reflexiones y que midan las
consecuencias de sus abucheos, que, tal y como está el patio informativo y dado
el miedo que cohíbe a informadores y opinadores a decir en voz alta esto que escribo
y que sin duda también ellos piensan, convierte en triunfos y colecta de votos
su acoso, por más que haya quienes lo consideren justificado.
Sin embargo, no paró la cosa en los incidentes de Rentería,
porque, en Galicia, el carroñero en que parece querer convertirse Pablo Casado,
se permitió dirigirse, después de haberlos contado, a los asistentes a su mitin,
para preguntarles si habían caído en la cuenta de que los presentes, poco más
de novecientos eran casi la cifra de muertos que había dejado ETA a lo
largo de su historia, para obtener ahora el beneficio, dijo, de que Pedro
Sánchez les llame para pedir su voto, algo que, por más que insista en ello,
nunca se ha producido.
Casado es vulgar y tremendista como los creativos que
diseñan las campañas de Media Markt y no sé si tiene claro que seamos o no
tontos. Lo cierto es que le ha cogido gusto a eso de remover muertos que son de
la democracia, de todos, para sacar ventaja de ellos. Sabe, como lo sabe Rivera
y lo sabían Aznar y Rajoy que esas salidas de tono en Cataluña o en Euskadi no
les dan votos allí, pero sí en el resto de España, donde demasiada gente se
deja embaucar con mensajes simples, como los anuncios de la cadena alemana.
Pero alguien debiera decir les, a Rivera y Casado, que lo que hacen es indigno.
Imagináis, por ejemplo, a Kennedy en Berlín, decir ante los
millares de berlineses que le escuchaban, en lugar del conciliador y lleno de
esperanza "soy berlinés" que dijo, que los allí presentes y sus
millones de conciudadanos eran tantos como las víctimas de los nazis. No. No hay que jugar con los muertos. Tampoco olvidarlos,
pero, jugar, nunca.
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