martes, 23 de abril de 2019

NO ME LOS CREO


Llevo más de cuarenta años pateando el rastro madrileño todos los domingos y fiestas de guardar y os aseguro que tengo muy "calados" a los vendedores de humo,  a esa dente que pide por su mercancía mucho más de lo que vale o a quien ofrece productos o aparatos maravillosos, sierras que lo cortan todo, pela verduras que lo mismo desnudan un tomate que un kiwi, todos ellos con una demostración primorosa y efectista una y otra vez ensayada, para, una vez en casa, comprobar que lo que hemos comprado no es como nos han dicho o encontrarlo más barato en la ferretería de la esquina, Pues bien, esa es exactamente la sensación que, en mayor o en menor medida, tuve ayer viendo el primer debate electoral en Televisión Española.
Esta imagen del Rastro me la trajo Albert Rivera con su atril lleno de cartelitos con foto incluida y poca o ninguna verdad. Qué hacía sobre el atril la foto, el "retratito", de Sánchez y Torra, sentados en el palacio de Pedralbes en un encuentro protocolario, que Rivera quiso vender como una claudicación, ante una lista de exigencias, veintiuna, de las que ni una sola se ha podido demostrar. Un buen intento que no tuvo resultado, porque la mayoría de los acusados en la causa del procés siguen en prisión, a mi modo de ver demasiado rigurosa, atribuible como no puede ser de otra manera al Supremo, del mismo modo que fue la Junta Electoral Central la que autorizó las intervenciones desde prisión de Jordi Sánchez y Oriol Junqueras en sendos debates electorales, siendo como son candidatos.
Esta mañana, horas después del debate, he escuchado diferentes opiniones, alguna increíble, sobre el resultado y los candidatos y lo único que me consuela es que unos y otros, como yo mismo, de algo teníamos que hablar, dando a quienes encuentran tiempo para leernos el consuelo de un resultado que de poco o nada va a servir de cara al domingo. Opiniones increíbles, digo, como las que colocan a un Rivera en exceso crispado como claro ganador del debate.
Piensan eso quienes están aburridos de tanto escucharlos en estos u otros foros y agradecen las boyas que van colocando los candidatos, boyas como las cartulinas, la "constitucioncita" de Pablo Iglesias o el "retratito" de Rivera que nos permiten descansar, para seguir nadando hasta la playa del final del, por definición, cansino debate. Quizá por eso, por presuntamente innovador, algunos, especialmente los de la derecha en todas sus tonalidades, han ensalzado el atrezo de Rivera, su parafernalia gestual y material, su último minuto, el del silencio, tan falso y ridículo como el del "silencio" de Rivera, una y otra vez ensayado en una nave industrial, llevado hasta la perfección con la que nadie habla y aún menos desde el corazón, como pretende hacernos creer, y, de paso, al vacío que se siente en un salón de cualquier palacio, con el brillo de su cristal y sus dorados. Lo piensan quienes creen estar al tanto de lo que se hace en otros países, lo que tratan de imitar los llamados asesores, confundiendo el análisis de la brutalidad dialéctica de un Trump, que en realidad no sabe comportarse de otro modo, con una presunta intencionalidad de la que carece.
Ese es el problema, que ninguno fue creíble. Ni ese Casado aparentemente tranquilo, incapaz de hacer volar su falcón,  porque no es lo mismo "sacarlo" ante unas decenas, centenares o miles de convencidos que hacerlo ante el blanco de sus falsas acusaciones, del que costaba creer que fuese el mismo que, mitin tras mitin, lo utiliza como una de sus armas preferidas. Tampoco era creíble Albert Rivera pidiéndonos que mirásemos tatuada en la frente de Sánchez la palabra "indultos", palabra que, de momento sólo está enredada en sus neuronas.
Tampoco parecía creíble ese Pedro Sánchez contenido en exceso, posiblemente entrenado para blanco de golpes a diestro y siniestro, listo para cubrirse ante unos y otros, que sin duda se vio sorprendido por la amable cordialidad de Pablo Iglesias, con quien se disputa una parte del voto de la izquierda, una cordialidad para con todos, que contrastó, si no desconcertó, con sus recientes intervenciones en campaña, después de su vuELta, de las que podría desprenderse que no tenía otro rival que Sánchez.
No me lo creí y, si no me lo creí, fue porque no podía quitarme de la cabeza el dato de las encuestas que, pese a lo que dijesen él y sus colaboradores, le mantienen en caída libre, más desde que no hace otra cosa que enseñar los dientes al que debería ser su socio en el gobierno. Una hostilidad que sólo se materializó cuando pidió al presidente, una vez más, que dijese ya, sin resultados, que no formará gobierno con Ciudadanos, algo que no se puede responder, salvo que, y tal parece que sea el caso de Iglesias, se prefiera un gobierno de derechas, como Podemos prefirió el de Rajoy en 2016, a uno del PSOE apoyado, desde dentro o desde fuera, por otras fuerzas, incluida, pero no sólo, la suya.
En fin, que no me los creí, como no me creo al de la sierra para todos o al del pela verduras mágico, y, esta noche, difícilmente veré el segundo debate, jugando como juega a la misma hora mi Barça.

2 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

Muy bien analizado ...

Saludos
Mark de Zabaleta

P MPilaR dijo...

Mi conclusión, por motivos similares, fue más taxativa:
*No hablar de nada*
(excelenre artículo)