Recuerdo con una cierta nostalgia aquellas mis primeras
elecciones, hace ya más de cuarenta años. Recuerdo las ciudades empapeladas con
carteles felizmente desaparecidos, recuerdo los espacios electorales gratuitos
en televisión, por entonces la única televisión, después de los telediarios, la
mayor parte bustos parlantes, aunque el PCE y su gente de la cultura, del cine,
nos sorprendieran con sus "clips", entonces no se llamaban así ni se
hacían siquiera para el mundo de la música. Recuerdo y con nostalgia el boca a
boca con el que algunos tratábamos de convencer a quienes teníamos cerca, con
mayor o menor éxito, para que diesen su voto a una u otra opción, y recuerdo
aquellos mítines, los primeros en libertad, a los que acudíamos, como fieles a
una misa, más que por aprender, para hacer masa y llenar las plazas de toros,
de pie en la arena o en las gradas, porque lo que contaba eran, ante todo, las
cifras, los aforos, y, en eso, la izquierda siempre ganaba.
Veníamos de conciertos y festivales más o menos reivindicativos.
Veníamos de aquel mítico Festival de los Pueblos Ibéricos, en la Autónoma de
Madrid, en el que nos sentimos libres, aunque rodeados por la Guardia Civil a
caballo, recuerdo el sol inclemente y pegajoso, trufado de negros nubarrones,
como el futuro en que queríamos creer y recuerdo la consigna cuando, como en
Woodstock, tronó y alguna que otra gota nos puso a remojo, recuerdo ese improvisado
"la lluvia de Fraga no nos apaga" y como al día siguiente, lunes, si
"los sociales", la brigada política de entonces, nada que ver con la
del siniestro Fernández Díaz, hubiesen querido identificar y detener a los
asistentes, les hubiese bastado con detectar su piel enrojecida por aquel sol
inclemente, democrático y libre.
Recuerdo también mi primer gran mitin, autorizado a la CNT,
en la plaza de toros de San Sebastián de los Reyes, una reunión de gente
ansiosa por hablar y escuchar después de décadas de silencio y de miedo, y
recuerdo, cómo no, los mítines del PCE, especialmente uno en mi barrio, en la
vieja plaza de toros de Vista Alegre, sin Hipercor ni cubierta, con Carrillo y
quizá Alberti o Pasionaria, también Tamames -quién te ha visto y quién te ve-
también al sol y con ganas de ver y escuchar a quienes por aquel entonces eran
mitos vivientes.
Hoy todo ha cambiado. Algunos de esos mitos o están muertos
o se nos han caído. Ya no hay espacios electorales gratuitos e igualitarios
para los partidos, porque hay televisiones privadas, cada una de su dueño, que
programan entrevistas y debates a su conveniencia, del mismo modo que, durante
el resto del año, alteran y deforman la actualidad política, poniendo al mismo
nivel que al resto a quien no lo merece y engrandeciendo lo pequeño o
empequeñeciendo lo grande. Los espacios gratuitos son sólo residuales en los medios
públicos, en tanto que, desde el resto, nos asaltan anuncios elaborados y
caros, al alcance sólo de algunos. Los carteles, incluso las banderolas en las farolas
han dado paso a las pancartas a fachada completa, algunas insidiosas y rozando
la legalidad, que más que pedir el voto para quien la paga, tratan de disuadir
con mentiras y juego sucio, a quien da con sus ojos en ellas de votar al otro,
especialmente al socialista Sánchez.
Quedan también las redes sociales, que se suponen
pertenecientes al ámbito privado, en las que muy a nuestro pesar corremos el
peligro de ser asaltados en cualquier momento y en cualquier lugar sin control
y si piedad, y quedan también los mítines, en escenarios de bolsillo y de quita
y pon, a mayor gloria del líder, con público perfectamente seleccionado y
colocado estratégicamente en el tiro de las cámaras, con o sin banderitas, con
o sin aplausos, siempre en planos más o menos cerrados, para que no
delaten su soledad y den el correspondiente telediario la sensación de atención
y entusiasmo que se requiere en los momentos perfectamente seleccionados y
pactados con las televisiones.
Están además los grandes mítines, que alguno veremos, con
las cámaras motorizadas, volando sobre el público, con muchos decibelios,
incluso con pirotecnia, muy al estilo Gürtel, y está esa extraña y no sé si
nueva coreografía, en la que el líder... o la lideresa consorte recorren el
escenario, de uno al otro lado, micrófono en mano, casi como un cetro, un poco
encogidos, como queriendo acercarse, ponerse al nivel de la gente que le
escucha y le rodea, una nueva modalidad que a mí, al menos viéndolo en la
televisión, me desasosiega, más después de haber escuchado al líder asegurar
que la encuesta del CIS no fue buena para su partidos, Podemos, porque "él"
aún no había vuelto. En fin, coreografías.
1 comentario:
Toda una reflexión ...
Saludos
Mark de Zabaleta
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