Debo reconocer que, a mí, que siempre me he colocado en la
izquierda, me desconcierta y mucho que las lecciones de democracia las
estén dando los militantes de un partido que, si algo no ha sido nunca, eso ha
sido "de izquierdas". Tenemos mucho que aprender de quienes se
rebelan contra la tiranía de un líder equivocado, para el que el fin justifica
siempre los medios y no se para en barras a la hora de saltarse los principios,
incluso los fundacionales, del partido para conseguirlo.
Ese fenómeno acaba de ocurrir en Ciudadanos donde, tras la
ruptura de Valls por dar sus votos a Ada Colau, en contra de los deseos de
Rivera, que infructuosamente quiso hacernos creer torpemente que contaba con el
beneplácito del presidente francés, se ha abierto la espita y lo que ayer eran
críticas a veces sólo susurradas se han tornado en dimisiones y no de cualquier
militante, porque, de golpe han perdido a personajes tan destacados y tan del
primer momento del partido como Toni Roldán, Xavier Nart o el líder del partido
en Asturias, Juan Vázquez, respaldados los tres por Luis Garicano y Paco Igea,
candidato a la presidencia de Castilla León en contra de la voluntad de la
dirección nacional que, con malas artes oportunamente denunciadas, quiso
sustituirle por Silvia Clemente, ex pepera y más que presunta corrupta.
A Igea quisieron relegarle sustituyéndole, no por cualquiera
sino por una investigada por corrupción que, además, era hasta ayer líder
destacada del PP, el partido que lleva décadas gobernando la región como si de una
finca se tratara, como si hubiese establecido el mismo tipo de régimen que
repudiaron al socialismo andaluz. Tanto como para aceptar los votos de la
ultraderechista Vox, para gobernar en coalición con el PP, al que se suponía
que pretendían superar en las urnas.
Una senda errática la de Albert Rivera que ha desguarnecido,
si no desmantelado del todo, el partido en Cataluña, origen y razón del partido
en aquellos tiempos de Francesc de Carreras y Arcadi Espada, para traerse a sus
figuras más destacadas a Madrid, donde, por ejemplo, la ambiciosa Inés
Arrimadas suplanta, a la hora de "comerse los marrones y poco más",
al mismísimo Ribera, desaparecido de los foros públicos últimamente, como si no
fuese capaz de asumir la incoherencia de sus bandazos, una incoherencia que, al
menos en las encuestas, está minando la confianza de sus votantes.
No se puede presumir de ser un bastión contra la corrupción
cuando con los escaños obtenidos con esa premisa se apuntalan gobiernos del PP
allá donde ésta parece haber sido la razón de ser de gran parte de sus
acciones. No se puede "montar" la que se ha restado montando durante
años a propósito del independentismo, vetando al "sanchismo", como
dicen y que no es otra cosa que el PSOE que quieren los militantes y votantes
del partido socialista, por llegar a acuerdos con los independentistas
catalanes o Bildu, para pretender entregar el ayuntamiento de Barcelona a esos
independentistas, con Ernest Maragall al frente. No se puede hacer gala de
europeísmo para acabar al lado del único partido español, Vox, que puede
tildarse de euroescéptico. No se puede pretender ser feminista o ecologista y
llegar de la mano de ese mismo Vox al ayuntamiento de Madrid, de cuyas concejalías
se han retirado las pancartas contra la violencia contra las mujeres, el mismo
ayuntamiento que pretende cargarse "Madrid Central", pese a sus buenos
resultados, el mismo ayuntamiento que siempre ha hecho gala, incluso con el PP,
de tolerancia hacia la diversidad y ya está censurando las banderolas que
saludan la semana del orgullo.
No se puede estar, como dijo ayer Toni Roldán, al abrir con
la suya la cadena de dimisiones, en un partido creyendo que es el que ayudó a
fundar y hacer crecer para ver que se ha convertido en otro, no se puede, como
también dijo, pretender acabar con rojos y azules, siendo cada vez más azul. De
Pablo Iglesias y Podemos, que también tiene lo suyo, volveremos a hablar otro
día.
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