Hace muchos años que, gracias al contacto directo con
personajes como el desaparecido Joaquín Navarro Estevan, conocido como
"juez Navarro" en el mundo de las ondas, llegué a la conclusión de
que, por desgracia, la principal característica de muchos jueces es la de la
soberbia y tanto es así que estoy seguro de que si finalmente opositan a la
judicatura es porque la plaza de dios lleva mucho tiempo sin convocarse.
Los jueces, en el mejor de los casos, se atienen a la
textualidad de los artículos de las leyes que invocan, pero demasiado a menudo
lo que más pesa en sus decisiones son sus creencias de todo tipo, religiosas,
políticas que, a veces, traspasan el papel en el que están escritas las
sentencias y destilan humores que impregnan el aire para quien las lee, no ya
de un fuerte olor a rancio, sino de ese olor indescriptible que acompaña al
miedo.
No hablaré de la insultante sentencia impuesta a "la
manada" ni de todas las decisiones que sobre ella se tomaron
posteriormente, tampoco del "movidón" judicial que, en el Supremo,
libro a los siempre poderosos bancos de devolver a sus clientes los gastos
notariales de las hipotecas contratadas con ellos, mucho menos del garantismo
ralentizante de todos los jueces que han levantado y levantan sus barricadas de
procedimiento, para que los restos del sanguinario dictador Francisco Franco
salgan de una vez del recinto en el que, como una guardia de honor encadenada
para siempre, acompañan los restos del responsable de sus desgracias y la de
sus familias. Sobre cada una de esas decisiones todos hemos escrito alguna vez,
quizá demasiado, y creo que de sobra ha quedado clara nuestra opinión.
Manadas, hipotecas y exhumaciones atrapadas en una ciénaga
de formalismos bien gestionada por el abogado, cuñado del exministro Gallardón,
por cierto, y el mucho dinero de origen nunca investigado de los herederos,
afrentan la inteligencia y los principios de cualquier ciudadano que crea
realmente en el sistema. Sin embargo, otra decisión judicial, colegiada en este
caso, me ha disparado todas las alarmas, despertándome serias dudas sobre la
rectitud y oportunidad de algunas decisiones.
Me estoy refiriendo al suicidio asistido de María José
Carrasco, la mujer aquejada de una grave enfermedad degenerativa, a la que su
compañero, Ángel, ayudó a quitarse la vida ante las cámaras, después de haber
manifestado su deseo de acabar así con su sufrimiento de décadas. Un caso,
éste, comprendido y en cierto modo archivado ya por la mayor parte de la
sociedad, que comparte las razones de la pareja y en modo alguno quiere que
Ángel, los brazos necesarios para emprender ese último viaje que su compañera
ya no podía utilizar, sea condenado por lo que fue un gesto de amor.
Pues bien, la Audiencia Provincial de Madrid ha decidido que
el caso abierto tras la muerte asistida de María José sea investigado como un
caso de violencia de género, como pretendía la primera jueza encargada del
caso, una decisión que uno no sabe si atribuir al sarcasmo de los magistrados o
a esa inercia que lleva a los jueces a "trabajar a reglamento",
acogiéndose a la literalidad de la ley, para no tener que pensar, mucho menos a
tomar decisiones que contradigan sus principios morales, pese a que estén a
años luz de los de la sociedad en la que viven.
Un dato más que en absoluto me ha sorprendido, entre los
magistrados de la sala que ha tomado la decisión de seguir investigando el caso
como violencia de género está el juez que fue sorprendido por un micrófono
abierto mientras hablaba despreciativa mete e insultaba a una mujer que
denunciante de un caso de violencia que debía juzgar.
Sea por lo que sea, que el caso de María José y Ángel siga
en un juzgado de violencia de género es un insulto a la inteligencia y una
prueba de que es necesaria una revisión de la Justicia y de las leyes de este
país, para que no quepan paradojas ni escarnios y para que nadie se crea con
derecho a imponer sus criterios por encima del sentido común. Y, claro, también
una ley que regule definitivamente la eutanasia para que ni médicos ni jueces
asuman el papel de suplentes de dios.
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