No era tan fácil como parecía, ni lo era ni lo es. Las actas
de concejal y los escaños no son como el dinero, las monedas o los billetes,
que se suman y se restan, para comprar y vender. Detrás de todos estos puestos
representativos están los votos de la gente y no es fácil, aunque a veces lo
parezca, meter en el mismo corral a las churras y a las merinas, porque, al final,
un votante decepcionado, un votante que se ha sentido engañado, es una bomba de
tiempo que puede estallar cuando menos se espera.
Por ello estos ejercicios de "ingeniería política"
a que estamos asistiendo en más de un ayuntamiento o comunidad puede que en un
futuro no muy lejano se vuelvan contra sus muñidores, todo porque una parte
importante de esos pactos lo son "contra natura" y, a veces, tan
vergonzantes como el que ha dado el ayuntamiento de Madrid al PP, en el que el
reparto del poder, verdadero motor del mismo, estaría recogido en un
documento por cuyo presunto incumplimiento una de las partes, Vox, se queja
hasta el punto de suspender cualquier otra negociación, como la que daría al PP
de Isabel Díaz Ayuso la Comunidad de Madrid, hasta nuevo aviso.
El cabreo de Vox es evidente, porque, siendo como es la
clave del arco que ha permito a Ciudadanos y PP hacerse con el poder en el
ayuntamiento, lo que le ofrece el PP, con el evidente asentimiento de
Ciudadanos, hipócrita como pocos lo han sido en la reciente historia política
de España, son migajas, comparadas con lo que el partido de la ultraderecha
dice haber firmado con el PP. Y no será yo quien defienda al partid de Abascal,
pero creo dejar al perro de presa del pacto a pan y agua, puede acabar
resultando un mal negocio.
Mal negocio sobre todo para Vox, que aparecerá ante sus
testosterónicos votantes como "chuleado" por el PP y pueden acabar
pensando que para ese viaje no hacían falta alforjas y acaben votando al PP,
otra vez, en cuanto tengan oportunidad. Eso o que, como sostiene Lucía Méndez,
Abascal y los suyos emprendan el camino de regreso al hogar y vuelvan al PP
como el hijo pródigo, el predilecto del hoy padre ideológico José María Aznar y
su palmera Esperanza Aguirre, para revitalizar la sangre del partido de Casado,
tan maltrecho él.
De todos modos, lo anterior no deja de ser un futurible y
hoy por hoy tenemos a Rocío Monasterio de uñas contra los negociadores del PP y
al borde de la ruptura, salvo que finjan muy bien y todo no sea más que teatro
y mareo de perdiz. Del mismo modo, tenemos a Ciudadanos ofendidísimo con Manuel
Valls, su fichaje más "prestigioso·, por haber querido ser fiel a los
principios sobre los que se fundó el partido de Rivera, ese antinacionalismo
furibundo sobre el que se han basado sus campañas, incluida la de las
generales, que, a la vista de lo visto, parece haber sido superado en la cabeza
de Rivera por el "antisanchismo", como él dice, pero que no es más
que un resabio de ultraliberal que sirve al gran capital que le patrocina.
Quizá por eso, porque pesan más los intereses de sus
patronos, a Rivera le hubiese parecido bien que Barcelona dejase de pensar como
ciudad abierta, para aspirar a ser la capital de la república catalana, como
pretende y proclama Ernest Maragall, Quizá por eso, Rivera no perdona al ex
primer ministro francés haber dado sus tres votos a Ada Colau, para repetir
como alcaldesa de una Barcelona para los barceloneses, aunque su primer gesto
al llamar a los encarcelados del procés "presos políticos" y, al
Estado, estado represor y por haberse apresurado a colgar el lazo amarillo de
la discordia en el balcón del ayuntamiento.
Por eso, Albert Rivera, telemáticamente y desde su refugio,
forzó ayer el divorcio con Manuel Valls y sus seguidores. Un paso drástico que
ha dejado perpleja y balbuceante en el papelón de explicarlo a Inés Arrimadas,
arrancada de la Cataluña en que ganó las elecciones autonómicas, para ocupar un
escaño en el Congreso, siempre a la sombra de Rivera y sin el aura que le
dieron el liderazgo y el triunfo electoral en Cataluña. Por eso, Rivera será
desde ayer menos fiable para muchos españoles y para muchos catalanes que se
sienten incómodos con las imposiciones del nacionalismo, que, en las próximas
elecciones catalanas, muy difícilmente volverán a votar a Ciudadanos.
No hablemos ya del tira y afloja entre Pablo Iglesias y
Pedro Sánchez, en el que el líder de Podemos quiere echar el resto,
consiguiendo unos ministerios en un hipotético gobierno del socialista, que
serían, si mal no lo recuerdo, los primeros ministros no independientes ajenos
al partido que preside un gobierno en España. No sé en qué quedara todo esto,
pero, de momento y ante este todos contra todos que nos ha dejado el resultado,
si no incierto, sí maleable de las elecciones, hay que tomar una buena bocanada
de aire para sumergirse en la actualidad.
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