Escuchaba esta mañana a Iñaki Gabilondo preguntándose si era
el momento de pensar en introducir la segunda vuelta en los procesos
electorales en España y creo que tiene toda la razón. Venimos de un
bipartidismo más o menos inducido, más o menos perfecto, que, durante muchos
años, a mi modo de ver demasiados, que ha permitido la alternancia en el
gobierno del Partido Popular o UCD y el PSOE. Eran tiempos en los que dos o a
lo sumo tres partidos, con el apoyo mercenario de los nacionalistas, se hacían
con el gobierno.
Así ocurrió con el paulatino deterioro del Partido
Comunista, primero, y de Izquierda Unida, después. Sólo cabía la sorpresa que
introducían algunos partidos regionalistas en las elecciones generales y las
autonómicas o esas extrañas agrupaciones de electores, a veces con intereses
inconfesables, en las municipales. Sin embargo, la explosión de insatisfacción,
sobre todo entre los jóvenes, que reveló la primavera del 15-M, abrió el
panorama y permitió a la desfallecida Izquierda Unida volver a asomar la cabeza
en el banquete, bien en solitario, bien entreverada bajo otras siglas en las
listas de Podemos, la fuerza que se apropió, no siempre respetándolo, del
espíritu del 15-M.
Casi simultáneamente a la aparición de Podemos en el
panorama electoral, vio la luz en el ámbito nacional Ciudadanos, un partido "ni
chicha ni limoná" que poco a poco fue ocupando el espacio de la UPyD de
Rosa Díez, aunque con más proyección en el panorama nacional, porque,
reconozcámoslo con tristeza, el anticatalanismo del que había nacido Ciudadanos
ha tenido siempre más mercado en toda España que el espíritu vengador contra
ETA o cualquier salida pacífica para la banda y, una vez desactivada la
organización terrorista, para algunos, tenía más sentido el crecimiento del
partido de Rivera, pese a su gusto por las alianzas ambiguas y clandestinas.
Pasamos por tanto de dos partidos con peso en las
instituciones a cuatro, cuatro partidos que, en lugar de engrasar la maquinaria
del sistema, acabarían gripándola, cuatro partidos que hace sólo dos años, y
por dos veces, llegaron a sendas situaciones de bloqueo en la formación de
gobierno que, finamente y tras el paso al frente del diputado Sánchez, que se
postuló para asumir la investidura, declinada por Mariano Rajoy, se
resolvieron mediante la abstención, impuesta y a regañadientes, los diputados
del PSOE, para la reelección de un Rajoy en claro declive y acosado por el
cerco judicial a la corrupción del PP.
Aquella reelección penosa, tras meses de inoperancia,
desembocó en la moción de censura presentada por el PSOE en nombre del ya ciudadano
Sánchez a días de la condena del Partido Popular en juicio por la trama Gürtel.
Aquella moción dio paso a ocho meses de gobierno de Pedro Sánchez que, tras ver
rechazados sus presupuestos en el Congreso, convocó unas elecciones que ganó
claramente, aunque sin mayoría que pueden llevarnos a otro impasse como los
vividos hace dos años.
No hablemos ya de la situación en que los malabarismos del
partido de Rivera, que, abandonando el que parecía su objetivo primordial,
liderar la oposición, y después de una serie de fichajes a diestro y siniestro
más que desconcertantes, acuciado por las prisas y una ambición ciega, ha
decidido dar a Casado y su partido lo que los ciudadanos no quisieron darle en
las urnas, a cambio de casi nada y blanqueando de paso todo lo que de
siniestro, machista, xenófobo, autoritario y poco o más bien nada democrático
tiene el partido de la extrema derecha, Vox, colaborador necesario en la
alteración de los deseos expresados en las urnas por los ciudadanos.
Creo que la única salida es el establecimiento de la segunda
vuelta en las elecciones que, como en Francia, resuelva estos laberintos
poselectorales que ahora se resuelven mediante pactos no siempre claros y no
siempre justos, dejando que sean los ciudadanos quienes resuelvan entre las dos
opciones que resulten de las alianzas entre partidos en una nueva e inmediata
consulta ya inapelable, porque el pacto, sea el que sea, necesitará el refrendo
inmediato en las urnas de los ciudadanos. Un sistema que garantiza una mayor
estabilidad, porque el resultado, en el peor de los casos, ha sido decidido dos
veces en las urnas.
Creo que deberíamos ir pensando en ello, porque lo que no
puede ser es que, como está ocurriendo en ayuntamientos y puede ocurrir en
gobiernos autónomos, un partido, el que menos votos ha recibido de los cinco
grandes sea el que a cambio de un poder inmerecidos, decida quien gobierna los
cuatro años siguientes.
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