No sé cómo se apañan los partidos, en especial los de
derechas, para que nunca o casi nunca afloren en las campañas electorales los
verdaderos problemas de la gente. No lo sé a ciencia cierta, aunque creo que
los medios de comunicación tienen mucho que ver en ello. Lo digo hoy en que
después de meses de guerras de lazos y banderas, de balcones escupiendo
ideología, que no patriotismo, se ha hecho el silencio, para ir al tomate, a lo
que realmente les importa, que es cómo formar los gobiernos y, con ello, poner
sus manos sobre los presupuestos, miles de millones, que son más de veintiún
mil en el caso de Madrid, con los que deberían atender a las necesidades de los
ciudadanos, aunque en más de una ocasión acaben en manos de socios o amigos,
que luego son generosos con el amigo en el poder o con su partido.
El gobierno de Madrid adornaba el balcón de su sede de la
Puerta del Sol con una enorme bandera de España, de punta a punta lo cubría y
no sé si lo cubre, redundando con las que por ley deben ondear en él. Un balcón
tras el que se reúne el gobierno de Madrid, de color azul desde hace décadas, para
tomar decisiones que, se supone, deberían ir en beneficio de los ciudadanos,
especialmente de los más débiles, un balcón, en fin, tras el que han tenido su
despacho Alberto Ruiz Gallardón con sus obras faraónicas,, Esperanza Aguirre
con sus ranas, Ignacio González con sus líos del Canal, Cristina Cifuentes con
su máster y sus cremas, Ágel Garrido con su resentimiento traidor y Pedro Rollan
que apenas va a tener tiempo para nada.
Sorprendentemente, los madrileños, muy de derechas mal que
me pese, no hicieron lo suficiente con sus votos para impedir que las gaviotas
siguiesen anidando en ese balcón, que, esta vez otra vez con los votos de la
ultraderecha, además de los de Ciudadanos. Y eso que la lista de casos de
corrupción directamente relacionados con el PP o sus dirigentes es en Madrid
tanto o más voluminosa que lo es la del PP de tiempos de Camps y Rita Barberá y
que los procesamientos y los banquillos seguirán goteando sobre la primera
planta de la sede de Génova, 13, la que ocupa el PP madrileño, si es que la
realidad no les obliga a vender un edificio que guarda tantas miserias y
secretos.
El caso es que hoy, cuando han transcurrido más de diez días
desde las elecciones y Ciudadanos, el adalid de la lucha contra la corrupción,
al menos eso dice quien sostuvo a Cifuentes y Garrido, se empeña en defender que
todo va a cambiar, que ya nada va a ser igual, para negar sus votos o su
abstención al ganador de las elecciones, el socialista Ángel Gabilondo, y sumar
su apoyo a Isabel Díaz Ayuso al de la ultraderechista Vox, hoy, nos enteramos
de que al Hospital Ramón y Cajal, Piramidón cariñosamente, la ropa de cama, los
camisones y los pijamas del personal llegan sucios o rotos y, por tanto,
inservibles para garantizar la higiene y dignidad de los pacientes y el personal.
Se lo he escuchado esta mañana a enfermeros y otros empleados del centro que
cada día descubren con sorpresa, si no con asco, que las sabanas sobre las que
han de curar a sus pacientes o con las que han de hacer sus camas tienen
manchas de heces, restos de esas curas o, simplemente están rotas.
Todo ocurre desde que la consejería de Sanidad, entonces
bajo el mando del consejero Lasquetty, cerró la lavandería del hospital para externalizar
el servicio, adjudicándoselo a una empresa privada que tiene además la
concesión de varias cafeterías, a la que en el pliego de condiciones del
contrato se le "consiente" devolver hasta un 45% del material que se
le encomienda en las condiciones que describen los trabajadores del centro.
Es sólo un ejemplo, pero creo que un ejemplo evidente de la
moralidad de quienes cuelgan banderas en los balcones, cuando deberían colgar
esas sábanas y esos pijamas sucios y destrozados, mientras, desmantelando y
deteriorando la sanidad pública, se llenan los bolsillos o se aseguran un
cómodo futuro en el sector privado, para el que realmente trabajan.
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