Escuché no
hace mucho a Iñaki Gabilondo que las mayorías silenciosas no existen hasta que
hablan, hasta que se manifiestan ¡Qué gran verdad! Hasta hace sólo dos días,
parecería que, en la España que los independentistas llaman "Madrid"
o "el Estado", como si el nombre de este país, que también es el
suyo, les quemara los labios, la España de la que quieren excluirse, sólo estuvieran
los del "A por ellos", de los que se pasean con camisetas de esa
selección en la que no quieren a Piqué o con capas de falsa seda rojigualda,
anudadas al cuello, como si de héroes deportivos, los únicos posibles hoy, o de
superhéroes de tebeo, llamados a arreglar a puñetazos cualquier gigante o
molino que les saliera al paso.
Sin embargo
y afortunadamente, el sábado las plazas de los ayuntamientos de numerosas
ciudades españolas, grandes y pequeñas, en Cataluña o fuera de ella, se
llenaron de gente vestida de blanco o de paisano clamando a esos gobernantes
que tan poco han pensado en ellos -sólo lo hacen cuando necesitan su voto- que
cumplan con su deber que es solucionar nuestros problemas, sobre todo los que
ellos mismos crean y nos crean, hablando entre ellos. Y fueron decenas, cientos
de miles, quienes salimos a la calle para acabar con este trágico esperpento al
que unos y otros nos han arrastrado. Ha sido el exceso de prudencia o el miedo,
vienen a ser lo mismo, el que nos ha mantenido al margen, como meros espectadores,
angustiados a veces, cabreados otras, delante de televisores en los que, como
en un bucle infernal sólo se hablaba de un incendio al que todo el mundo echaba
gasolina y leña, pero nadie parecía querer o saber apagar.
Pero de todo
se aprende, del miedo también, y esta vez, espero que para siempre.
hayamos aprendido eso, que tenemos que formar parte de la solución de los
problemas que nos conciernen y que ese formar parte comienza por hacerse
preguntas, por dudar de todo y de todos, por ser dueños de nuestro propio
pensamiento, elaborado de las esquirlas y las cenizas de todos esos mensajes
que, con suerte, hayamos podido desmontar. Se aprende que no hay que creer en
las mentiras que creemos que nos convienen, porque las mentiras son. También
que ese esperar a que escampe, tan del peor presidente que ha tenido la joven
democracia española, lleva a perderlo todo en la tormenta, y, sobre todo que
debemos escoger bien a nuestros líderes, porque no hay que fiarlo todo a la
labia llena de épica de algunos dirigentes ni al silencio imprudente de otros.
Ha habido
demasiados silencios. Están el de los empresarios que han permanecido
vergonzosamente callados hasta que el miedo de sus clientes les ha llegado a la
cartera, el de los intelectuales que, salvo honrosas excepciones, al margen de
los ventajistas que siempre cargan sus mensajes de ese temible ardor guerrero
que les resulta tan rentable, han permanecido prudentemente callados, no fuera
a ser que... un silencio que rompió valientemente Isabel Coixet y que luego fue
seguido de manifiestos "a la firma" que llegaron, quizá, con retraso.
Pero el
silencio se rompió estos días y nos permitió escuchar con claridad la solvencia
intelectual de Josep Borrell, catalán de la montaña, que, sin la atención suficiente
por parte de los medios venía desmontando una a una todas las mentiras de ese
meapilas hipócrita en que se ha convertido Oriol Junqueras. Demasiado tarde,
pero a tiempo, y, no de la mano de los políticos, sino con estos llevados a
rastras, la calle ha hablado. Y la han escuchado.
La ha escuchado
el mismísimo Puigdemont que en un cínico "corta y pega" se comió
anoche la parte de su intervención ante TV3 que la cadena había venido
cacareando en los avances previos. También ha escuchado el gobierno francés,
que ya ha manifestado que en ningún caso va a reconocer a una Cataluña independizada
de un estado democrático como España.
Más claro,
agua. Ya está claro, se ha roto el silencio, ha hablado esa mayoría silenciosa
que, ahora sí, ha sido escuchada y ya es gente, ciudadanos con cara y con
nombre y apellidos. Y su grito silencioso no es ni debe ser el "a por
ellos" de unos ni el "las calles serán siempre nuestras" de los
otros. Este fin de semana ha quedado claro que no.
1 comentario:
Es la cruda realidad ...
Saludos
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