Confieso de antemano que sé que mi texto de hoy no va a ser
del agrado de muchos, confieso que, yo mismo, heredero de experiencias pasadas
y adornado con todos esos tics intelectuales que nos llevan a colocarnos
siempre en la acera del que enarbola, con razón o sin razón, la bandera de la
libertad y a dar la espalda, sin dar tiempo a razones, a quienes se refugian o
justifican el recurso a la justicia o la autoridad.
El envío a prisión de "los jordis", Sánchez y
Cuixart, conocida a última hora de la tarde de ayer puede parecernos exagerada
o desproporcionada como se dice ahora, más por sus consecuencias políticas y
sociales en Cataluña que porque se ajuste o no a derecho. Está claro que la
decisión de mandar a Soto del Real a los líderes de las movilizaciones que han
llenado de ciudadanos y banderas las calles y plazas de Cataluña ha sido
inmediatamente contestado, cacerola en mano o delante de alguna de las
numerosas cámaras y micrófonos de las televisiones que, para medio mundo, están
siguiendo minuto a minuto lo que ocurre en Cataluña.
Era evidente que pasaría lo que ha pasado, pero había que
hacerlo. Por más respuesta que generase, no se podía hacer una excepción, no se
podía sentar un precedente. La juez, más que temeraria, ha sido valiente y,
sobre todo, consecuente con el detallado informe, perfectamente documentado, no
ya por la Guardia Civil, sino por el seguimiento que de los hechos en cuestión
hicieron las televisiones minuto a minuto y que permitió ser testigos
virtuales, si no presenciales, de lo ocurrido. La juez de la Audiencia Nacional
no podía hacer otra cosa, porque lo que hizo estaba escrito en las leyes y, si
se hubiese dejado influir por las consecuencias, raro sería que, a partir de
ahora, la presión en la calle, que deja de ser una forma de violencia, contra
los jueces no se convirtiese en una estrategia más de defensa, la principal
quizá, de algunos acusados.
La violencia, las mujeres víctimas de sus parejas lo saben
bien, no tiene por qué ser física. La joven víctima de la violación múltiple de
los sanfermines no parece que fuese golpeada y, sin embargo, fue sometida a la
violencia del grupo, la que, mediante el miedo, anticipa el daño y paraliza o
nos obliga a hacer lo que no queremos hacer.
No cabe duda de que "los jordis" no pidieron a la
gente que destrozase los coches de la Guardia Civil. Los daños en los
vehículos, a pesar de ser una expresión gráfica de la violencia de aquella
noche, en absoluto fueron lo más grave. Lo más grave fue el hecho de que
centenares, quizá miles, de personas convocados por Sánchez y Cuixart
cercasen durante horas a los guardias enviados por la fiscalía a registrar las
dependencias de la consejería de Economía de la Generalitat para impedir su
trabajo. Lo peor es que Sánchez y Cuixart, hábiles organizadores de masas,
subidos en esos mismos vehículos que acabarían destrozados arengaron a los
concentrados para que mantuviesen el cerco, algo que todos hemos visto una y
otra vez, la maldita hemeroteca, y que, sin embargo, han negado una y otra vez,
asustados quizá por las consecuencias de la euforia de aquel día.
Aquella masa, controlada o no, no dejaba de ser un
instrumento de violencia. Entorpeciendo la labor de la justicia, se estaba
cometiendo un delito, sin golpes, sin patadas, pero delito. De no considerarlo
así, reuniendo la masa suficiente, se podrían desvalijar bancos, de no ser así,
ningún equipo podría salir victoriosos del Bernabéu o del Nou Camp, bastaría
con azuzar las gradas contra el árbitro y esperar a que la presión y el miedo
hiciesen el resto.
Sin embargo, la violencia en las calles, también la pacífica no es patrimonio de la izquierda. No hay más que recordar las manifestaciones y concentraciones organizadas por la Conferencia Episcopal, organizaciones antiabortistas y los más rancio del PP contra la ley ya reformada y ampliada de regulación de la interrupción del embarazo. Una violencia quieta que, afortunadamente, fue resistida por el Parlamento y el Gobierno, tampoco toda esa violencia parecida y también quieta con la que, durante años, se torpedeó desde la calle el final de ETA. Mucho menos, la de las mesas anti estatut que, sumadas al boicot a los productos catalanes, fueron orquestadas por el PP contra aquel Estatut de tiempos de Zapatero que hoy añoramos como solución.
Sin embargo, la violencia en las calles, también la pacífica no es patrimonio de la izquierda. No hay más que recordar las manifestaciones y concentraciones organizadas por la Conferencia Episcopal, organizaciones antiabortistas y los más rancio del PP contra la ley ya reformada y ampliada de regulación de la interrupción del embarazo. Una violencia quieta que, afortunadamente, fue resistida por el Parlamento y el Gobierno, tampoco toda esa violencia parecida y también quieta con la que, durante años, se torpedeó desde la calle el final de ETA. Mucho menos, la de las mesas anti estatut que, sumadas al boicot a los productos catalanes, fueron orquestadas por el PP contra aquel Estatut de tiempos de Zapatero que hoy añoramos como solución.
Por si fuera poco, los líderes de la Asamblea Nacional de
Catalunya y Òmnium Cultural son, con las organizaciones que dirigen, se han
convertido en instrumento de los partidos independentistas para reforzar y
conseguir en la calle anhelos y aspiraciones de quienes, desde su exigua
mayoría, no hacen otra cosa que retorcer y forzar leyes y reglamentos para
conseguir el objetivo de la independencia. No hay que olvidar que la presidenta
del Parlamento, Carme Forcadellas, antecesora de Jordi Sánchez en la ANC, ha
actuado como brazo ejecutor de los deseos de Puigdemont y Junqueras, llegando
incluso a suspender desde hace semanas toda actividad legislativa o de control
del joven, ignorando de paso al resto de grupos y a los letrados de la cámara
que deberían velar por la legalidad de todo lo que allí se hace, lo que no deja
de ser otra forma de violencia, sin las porras ni las pelotas de policías y
guardias, pero tan reprobable como pudiera ser la de estos.
Sánchez y Cuixart, los jordis, forman parte, como quedó
evidenciado en un documento manuscrito incautad al viceconsejero de Economía
detenido, de un plan perfectamente definido y coordinado en el que la
movilización en las calles es la pieza fundamental. Un plan que persigue la
consecución de la independencia de Cataluña a costa de lo que sea y con los
medios que sea, un plan en el que Ómnium y ANC, como los ciclistas, hacen
"la goma" con el govern, tirando de unos y otros para darles en la
calle la velocidad que nunca alcanzarían en el Parlament. Una violencia, que lo
es, que ha llevado a Cataluña mucho más lejos de donde sus ciudadanos, todos,
hubiesen querido llegar nunca.
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