viernes, 13 de abril de 2018

TITULITIS


Vaya por delante que no creo en los currículos, que, si me apuran, no creo en los títulos, quizá porque mi profesión, el periodismo, es poco más que un oficio que se aprende trabajando día a día, un oficio en el que los títulos, especialmente el de Periodismo, poco o nada garantizan. De hecho, yo, que lo he ejercido durante más de tres décadas, pese a que enseñe periodismo en la universidad, no tengo la licenciatura en Periodismo sino en Imagen Visual y Auditiva.
No creo en los en los currículos, tampoco en algunos títulos, quizá también porque con currículos tan extensos y brillantes como los de Cristina Cifuentes o Pablo Casado hay jóvenes repartiendo pizzas, preparando hamburguesas, sirviendo copas o preparando oposiciones, no por falta de brillantez, sino porque no tienen o en su día no tuvieron el carné de partido o el padrino apropiados.
Recuerdo que, a mis alumnos de Periodismo, alguno lo recordará también, les desconcertaba saber que, de ninguno de los compañeros que he tenido en mis años de profesión, he sabido cómo era de brillante su expediente académico. No me interesaba, a mis jefes tampoco, bastaba con saber cómo conseguían las informaciones, cómo la elaboraban, cómo la escribían y cómo la ponían en antena.
Todo esto me viene a la cabeza, porque en mi comida de los viernes, una especie de tertulia para pasarlo bien, en la que cada uno es ·de su padre y de su madre", surgió hace una semana el asunto del máster de la cada vez menos presunta inocente Cristina Cifuentes y, de paso, el de eso que llamamos la "preparación" que deben tener los políticos y que, curiosamente, fuimos los licenciados quienes más en duda pusimos que fuese necesaria, quizá porque llevamos a cuestas la experiencia de haber sentido en el mundo laboral, en nuestra primera redacción, la decepción de comprobar lo poco y mal preparados para ejercer esa "profesión" para la que supuestamente estábamos capacitados.
Mi abuelo decía que, para hacer cualquier cosa, reparar un reloj, por ejemplo, el mejor es siempre "un pastor que sepa", pues en la mayoría de las actividades ocurre lo mismo y en la política, además, que sepa y que sea honrado. De que nos sirve a los ciudadanos que nuestros gobernantes saquen brillo cada mañana a sus currículos y quiten el polvo a sus títulos. De nada, absolutamente de nada. Lo que deberíamos conocer de ellos, lo que deberían demostrarnos cada día, a cada momento, es lo capaces que son de velar por todos nosotros, administrando con honestidad y con justicia nuestros impuestos.
Lo malo es que, antes de comprobar para qué sirven las carreras y los másteres de nuestros jóvenes, en este país estaba muy extendida la idea de que quien fuese capaz de enseñar más títulos mejor nos gobernaría, pero nada más lejos de la realidad, porque, como en el sexo, el tamaño, del currículo, no importa o, al menos, importa poco.
Me las daría de listo si dijese que sospechaba de Pablo Casado por tan brillante y extenso currículo, conseguido además en tan pocos años, como era capaz de lucir. Más que sospechas lo que anidaba en mí era la envidia y un cierto desapego hacia un tipo tan empollón como él. Sin embargo, al enterarme esta mañana de que lo que Casado luce como posgrado en Harvard no es más que un curso de cuatro días en Aravaca y que su máster “cifuentitil” consistió sólo en cuatro trabajos que, juntos, ocupaban poco más de noventa folios.
Llegado a este punto, me pregunto por qué se ha sido tan benevolente con Pablo Casado, en comparación con la presidenta madrileña y su máster ¿Sólo porque es guapete y simpático? ¿Quizá porque nos abrumó con las "pruebas" que Cifuentes no fue capaz de mostrar? Como ya voy teniendo una edad puedo recordar a Luis Roldán paseando por los medios una voluminosa carpeta con las pruebas de su inocencia. Más bien me inclino a pensar que fue sólo porque Casado aún tiene poder en la calle Génova y tuvo tiempo para poner a remojo sus barbas.
En fin, seamos positivos y quedémonos con esa fiebre limpiadora de currículos que les ha dado a nuestros políticos, alegrémonos de que, aunque sea por miedo a las consecuencias, dejarán de pasarnos por los morros todos esos títulos del "todo a cien", con que nos apabullaban. Alegrémonos y conjurémonos para exigir a nuestros representantes un sólo título, el de su honradez.

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