Ayer, Cristina Cifuentes, como la rubia profesional que dice
ser, acudió a la Asamblea de Madrid, a la que, aunque parezca tener dudas, debe
el respeto que no mostró, luciendo uno de sus muchísimos modelitos, con
su pelo, pobre y castigado por el tinte, de rata, que diría mi madre, recogido
en una coleta de esas que dan dolor de cabeza, con unos largos pendientes
hipnotizantes, los ojos, chiquitines, con las pestañas más que resaltadas,
sobrecargadas, la boca requetepintada y nada discreta, al igual que las uñas de
esas manos que acabarían sujetando no uno ni dos ni tres, sino bastantes más,
documentos que creía salvadores, se presentó, en fin, mitad Caperucita,
mitad Cruella. para tratar de pasar con bien el examen de todos los torpes
pasos que, desde que se supo de la manipulación de las notas de su máster.
Además, del maquillaje y de su impostación, primero como
víctima y como agresiva y vociferante verdulera, con perdón de las señoras con
tan noble oficio, después, además de esta teatralización a la que traicionó la
soberbia, insisto, la señora Cifuentes recurrió a la exhibición de toda una
serie de papeles, presuntamente oficiales y compulsados unos, sacados de los
buzones del correo electrónico de profesores, alumnos y funcionarios, supongo
que afines, otros, con el fin de maquillar o intentarlo al menos, su caótico y
quizá virtual paso por la Universidad Rey Juan Carlos.
Lo intentó pero, al menos en mi opinión y la de muchos, no
lo consiguió, porque, pese a la claque que, como un solo hombre, aplaudía a la
señal correspondientes los pasajes oportunamente señalados de su discurso, la
exhibición de papeles insignificantes, algunos con la tinta aún fresca, a esa
distancia y sin otro aval que el de quienes, estando bajo sospecha, los han
puesto en sus manos, no aclaró nada, salvo el merdé en que se ha convertido una
universidad nacida de parte, para calmar los celos que la progresista Carlos
III produjo en el PP. Poco más que eso consiguió, eso y bajarle los pantalones
a la cúpula de la Rey Juan Carlos, que, hasta que no esclarezca y depure lo que
ha pasado, paseará sus vergüenzas ante el mundo académico.
Sin embargo, la comparecencia de la presidente ante el pleno
de la Asamblea sirvió también para que nos enterásemos de lo poquito que vale
el portavoz del Grupo Popular, Enrique Osorio, incapaz de nada que no fuese el
"y tú más", con el aspersor de mierda a tope, de lo que aún le impone
al inequívocamente honrado Ángel Gabilondo leer un discurso ante el pleno, de lo previsible de la
portavoz de Podemos y, sobre todo, de las dos caras de Ciudadanos, capaz de
ladrar a la presidenta con un discurso sólido y bien expuesto, mientras le
menea el rabo, alargando en el tiempo su caída al proponer una comisión de
investigación tan lejana como inútil. Para eso y para escuchar, en una cámara habitualmente tan chabacana, estas palabras de Rousseau tan apropiadas para el momento: "las mentiras no sólo se contradicen con la verdad sino que, cuando son muchas, se contradicen entre sí"
De eso fue el pleno de ayer, de maquillaje, de cómo esconder
las miserias de unos y otros, de cómo parecer más alto y más guapo de lo que en
realidad se es. de cómo invocar el interés público y la decencia, mientras se
busca en las cloacas de una universidad un título que se desprecia a cambio de
nada, porque, salvo que Cifuentes sea capaz de probar lo contrario, a su máster,
sin asistencia a clase, sin exámenes, sin trabajo final, sólo le faltó haberlo
comprado y recibido por Amazon.
Maquillaje y más maquillaje para esconder el rostro de la
verdad, aunque conviene no olvidar que también se maquillan los cadáveres.
1 comentario:
Realmente es grave ...
Saludos
Mark de Zabaleta
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