Lo que más me sorprende de la estrepitosa entrada de Vox en
el parlamento andaluz es que algunos se sorprendan como lo están haciendo. Es
cierto que Vox ha conseguido doce escaños con los que casi nadie contaba en
Andalucía, pero no es menos cierto que, en su lucha por parecerse a ellos, los
partidos de la derecha "civilizada", cuánto tiempo sin adjetivar así
a la derecha, han dulcificado los perfiles de un partido que, sin complejos, se
siente orgulloso de encarnar todo lo que aborrecemos. Siendo cierto lo
anterior, que antes de mostrar su cojera la derecha andaluza había presentado a
Vox como el báculo que supliría sus deficiencias para llegar al palacio de San
Telmo, no es menos cierto que los partidos de la izquierda, incluyo al PSOE, se
habían dormido en los laureles de una batalla dialéctica y sólo dialéctica, en
la que lo que primaba eran las frases bonitas, el acento andaluz y los
dragones, mientras los de Abascal se vestían el disfraz que se han cosido con
las insatisfacciones, reales o no de quienes nunca han contado para ellos,
gente frustrada, con razón o sin ella, gente que busca soluciones tan simples
como irreales, gente que se conforma con arremeter contra el culpable que les
han señalado aquellos detrás de quienes se esconden quienes sólo pretenden
servirse de sus miedos y sus fobias para, pasándose por donde podéis
imaginaros la Constitución y cualquier regla de convivencia que nos hayamos
dado, hacerles servir de ariete contra cualquier avance en lo social o contra
cualquier defensa de los colectivos tradicionalmente marginados.
No hay más que detenerse a estudiar el perfil de su
candidato a la presidencia en Andalucía, un juez, Francisco Serrano, separado
de la carrera judicial, empeñado en negar en sus sentencias los malos tratos
psicológicos y dejar a los hijos de las parejas que pasaban por su juzgado en
manos del padre, tan machote como él, un juez nada distinto del que firmó la
sentencia de "la manada", una sentencia que, acaba de confirmar
Tribunal Superior de Justicia de Navarra.
Esa es la filosofía de Vox, el supremacismo en cualquiera de
sus formas, el supremacismo del hombre frente a la mujer, el que niega como en
el caso de Serrano, los malos tratos y no duda en presentar al varón como
víctima de las artimañas de la mujer que denuncia, el del hombre dueño del
hogar, de la mujer y de los hijos, el supremacismo del hombre blanco y católico
que trata de imponer sus reglas y sus creencias a quienes vienen de fuera a
trabajar en sus campos, bajo los plásticos asfixiantes de los invernaderos,
subidos a los andamios de la construcción o limpiando la basura de nuestras
calles, colgados de los camiones o empujando un carro con pala y escoba, el
supremacismo de esas familias que tienen a sus mujeres de criadas por un
sueldo miserable y no quieren verlas, ni a ellas ni a sus niños, por las calles,
en los parques o en los colegios a los que acuden sus hijos.
Supremacismo injusto y cruel que justifican en el miedo, qué
paradoja, a que toda esta inmigración que viene a nuestro país cambie nuestras costumbres,
supremacismo de quienes quieren cerrar las mezquitas y están dispuestos a
defender a "cristazos" el territorio. Supremacismo de quienes claman
su "Los españoles primero", pero no están dispuestos a enterrarse en
vida en los invernaderos ni a subirse a los andamios o tocar las basuras que
ellos mismos generan. Supremacismo de quienes no se atreven a proclamar el
"yo primero" que realmente les mueve, supremacismo de quienes dicen
que defienden una religión y unas reglas que ni respetan ni practican.
Supremacismo que en poco o en nada se diferencia del de los
"caballeros" del Ku Klux Klan, al sur del sur, que no dudaban en
matar y quemar como a perros a los que explotan.
Supremacismo de quienes podrían formar parte de un gobierno
del PP en Andalucía, como ya les ha prometido Pablo Casado y mantiene en ascuas
a Ciudadanos, supremacismo que nos iguala ya con la peor Europa, la que parece
empeñada en repetir los errores que llevaron al fascismo, supremacismo que
llevó a Trump a la Casa Blanca, supremacismo que ya se ha adueñado de
Dinamarca, donde la coalición que gobierna se dispone a encerrar en una isla a
los extranjeros "indeseables". Supremacismo que decimos odiar y que,
sin embargo, viene muchas veces de nuestra mano.
1 comentario:
Un interesante artículo ...
Saludos
mark de zabaleta
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