Vaya por delante que tengo reparos a la hora de escribir
sobre Santiago Abascal y su partido, Vox, porque sospecho que ambos son de los
que proclaman eso de "que hablen de mí, aunque sea bien", pero como
cada vez está más claro que a la derecha española, PP y Ciudadanos hasta ahora,
le puede la ambición y le puede hasta el punto de no dudar en acordar con el
supremacista Abascal la "toma" del poder en Andalucía.
Estoy seguro de que muchos votantes de Ciudadanos y algunos
del PP se harán cruces al ver cómo los partidos a los que han votado forman
gobierno con el apoyo de un partido que, aunque se sirve de ella, desprecia la
democracia, persigue a los inmigrantes, ofende a las mujeres, combate la
libertad de información y respeta poco o nada el sistema que nos hemos dado. Lo
malo, lo peor, es que con la misma convicción con que hoy se hacen cruces,
mañana olvidarán el sonrojo y votarán de nuevo a los suyos, sin pararse a
pensar en que, de su mano, habrá entado la ultraderecha en las instituciones.
Estoy seguro de que muchos de los que votaron, cansados de
casi cuatro décadas de socialismo made in Andalucía, votaron lo menos malo para
salir de ese bucle aparentemente eterno en que han vivido los andaluces,
también estoy seguro de que muchos votantes de Podemos se quedaron en casa ante
la perspectiva de que, otra vez, su voto se perdiese ante los "ascos"
que unos y otros, PSOE y Adelante Andalucía" pudieran hacerse otra vez
antes de firmar un acuerdo de gobierno. Tan seguro de su buena voluntad como de
que se equivocaron.
De acuerdo con que su intención era buena, pero los
resultados, ay los resultados, han sido nefastos, han abierto la puerta a
quienes creíamos, presumíamos de ello, no tenían cabida en nuestro sistema,
exactamente lo mismo que ha ocurrido en Italia, donde los nihilistas de las
"cinque stelle" han metido en el gobierno a los fascistas de Salvini,
un personaje que nada tiene que envidiar al mismísimo duce.
Ahora todos nos escandalizamos con el discurso inflamado,
chulesco e injusto de Salvini, pero parece que obviemos que los negacionistas
del sistema que se inventó el payaso Beppe Grillo han sido los que le han
llevado al gobierno, dándole nada menos que el ministerio del Interior, desde
el que niega el salvamento de inmigrantes náufragos y se ríe a mandíbula
batiente de cualquiera de los derechos humanos.
No sé en qué acabará todo esto, pero parece claro que
Ciudadanos se ha plegado a las condiciones de Casado y su "padrino"
que, me temo, ni siquiera es Aznar y que se oculta en desiertos remotos ni en montañas
lejanas, sino al otro lado de Atlántico, a la sombra de la Casa Blanca y sus
"neocon", para quienes la meta no es La Moncloa, sino acabar con el
sueño de una Europa unida y fuerte que sirva de contrapeso a la voracidad de
los Estados Unidos y sus empresas.
Nadie pone en duda el derecho al hartazgo de quienes se
sienten defraudados por la izquierda, o lo que sea, que gobierna o puede
gobernar, nadie. Lo que ocurre es que, de ese "yo voto a estos, que es lo
que más les duele" o de la abstención decepcionada nace la fuerza de estos
partidos que, como Vox, han llegado con fuerza y con recursos, al parecer
ilimitados, para romper la democracia desde dentro.
Ya tenemos a nuestro propio Salvinii, el Salvini que cabalga
los campos de Andalucía, y, si se queda, será más que por el apoyo de sus
votantes por la falta de escrúpulos democráticos de Ciudadanos y el PP. Parece
inevitable, aunque aún queda una carta por jugar, la de la abstención de los
socialistas que, con la humildad y el saber perder que Susana Díaz aún no ha
demostrado, aún podrían desactivar el ascenso de Vox. Si no, por el hueco
abierto en Andalucía, el fascismo acabará volviendo a entrar en nuestras vidas.
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