martes, 11 de diciembre de 2018

IN-COMPETENCIAS


Para bien o para mal, me llegó la madurez política en aquellos años en que se estaba constituyendo el estado de las autonomías, años, esos y los que les siguieron, en los que los distintos territorios que lo formaban peleaban con el gobierno central por el traspaso de las competencias, competencias que no eran otra cosa que los "cachos" de Estado que corresponderían a cada una de las autonomías, dicho de otro modo, el control de los impuestos, los hospitales, las escuelas, carreteras y un largo etcétera de servicios, entre los que no estaban las fuerzas armadas y, salvo dos o tres excepciones absolutas o formales, las fuerzas de orden público.
Las excepciones fueron por razones históricas y de fueros Navarra, Euskadi y Cataluña, ahora cuesta creerlo, pero, por ejemplo, a la hora de recibir a Josep Tarradellas el presidente de la Generalitat en el exilio, éste largo y de verdad, en su vuelta a Cataluña fue un mando de un viejo cuerpo de guardias forestales el uniformado encargado de rendir honores al president, porque no había en Cataluña mi en ninguna otra autonomía un cuerpo policial propio desde el fin de la Guerra Civil. Más adelante, con el avance de la conformación de ese estado de las autonomías Cataluña, Euskadi y Navarra tuvieron sus propias policías que fueron asumiendo competencias, entre ellas la de velar por el orden público, que, pese a las reticencias de la derecha y algunos nostálgicos, han venido ejerciendo con solvencia y con respeto a la Constitución, tanto a las órdenes de sus respectivos gobiernos como ejerciendo tareas de policía judicial.
Tanto la Ertzaintza como los mossos d'esquadra o la policía foral han cumplido, participando también en la lucha antiterrorista y asumiendo competencias incluso de Tráfico y lo venían haciendo con toral objetividad, que es lo que se espera de cualquier cuerpo policial, porque es mucho el poder que se deposita en sus manos, nada menos que el monopolio del uso de la fuerza. Algo que ha sido así hasta que, en medio de los sucesos ocurridos en torno a la proclamación de la efímera república catalana, los mossos d'esquadra comenzaron a sembrar dudas sobre su imparcialidad en determinados asuntos de orden público, por ejemplo, su participación en algunas irregularidades en torno al referéndum, ilegal del 1-O, el intento de quema en una incineradora de documentación comprometedora para algunos cargos del gobierno catalán o la colaboración, a título personal o institucional en la fuga de Puigdemont y otros cargos de la Generalitat.
Sin embargo, lo más grave ha sido la pasividad de los mossos en los graves incidentes vividos en las autopistas catalanas el pasado "puente" de la Constitución, en los que en ningún momento opusieron resistencia a que los activistas de los CDR abrieran los peajes o a que bloquearan durante horas la AP7, privando a miles de ciudadanos de la libertad de movimientos que la policía catalana debería haber garantizado, sólo horas antes de que los mossos y sus mandos hubiesen sido recriminados de manera vergonzosa por Torra y su consejero de Interior, en una nueva contradicción de las dos personalidades que parecen convivir en el president de la Generalitat, la de jefe de gobierno y la de responsable e instigador de la presión, a veces violenta, de los activistas de os CDR, en los que militan dos hijos de Torra.
Lo que pretendo decir es que en apenas unas horas, el místico y caricaturesco ayunante de la abadía de Montserrat se ha cargado el prestigio y la confianza de que gozaba un cuerpo policial al que está abocando a actuar "de parte", como si se tratase del ejército que, afortunadamente, Cataluña no tiene, poniendo al gobierno de la nación en el brete de tener que asumir el control de los mossos, bien a través de una nueva aplicación del artículo 155, suspendiendo temporalmente la autonomía, o en aplicación de la Ley de Seguridad Nacional.
En fin, la puesta en duda de una de las competencias del gobierno autonómico de Cataluña por culpa de un incompetente como Torra, marciano en el mismo Marte, al que los catalanes sensatos, que los hay incluso en el soberanismo, están tardando en relegar al baúl de los recuerdos.

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