Venimos de una emana, la que siguió a las elecciones
andaluzas de la debacle socialista o, si se quiere, la debacle
"susanista", una semana en la que la prensa y los analistas políticas
despertaron, no sé si al crecimiento de Vox, con el que no parecían contar o,
simplemente, despertaron y dieron de desayunar como reyes, televisiva y
mediáticamente halando, a base de entrevistas, reportajes y programas
monográficos, a la formación ultraconservadora, una semana en la que el
president de la Generalitat, Joaquim Torra, como si la cosa no fuese con él,
como si su reino no fuese de este mundo, como si sus hechos o sus palabras no
tuviesen consecuencias, ha vuelto a soltar barbaridades por su boca, ha vuelto
a tomar decisiones, como si los que dice o hace el presidente que debiera ser
de todos los catalanes no tuviese consecuencias dentro y fuera de Cataluña.
Si la semana comenzó con el análisis de las causas de esa
estrepitosa irrupción de Vox en el mundo del parlamentarismo español, la vuelta
de la extrema derecha a los escaños y por decisión de quienes les han dado
votos suficientes para ello, cuarenta años después de que lo hiciera Blas
Piñar, análisis y alguna que otra encuesta que atribuyen como una de las causas
fundamentales de la consagración de Vox como fuerza parlamentaria a la
evolución del procés en Cataluña, algo que, por falta de simpatía o por falta
de información se atribuye en gran medida a la gestión del gobierno socialista,
como si los años de Rajoy no hubiesen proporcionado el caldo de cultivo imprescindible
para la radicalización de sentimientos que se ha producido allí, como si las
desproporcionadas cargas del 1-O, como si la aplicación, irremediable cuando se
hizo, del 155 no hubiesen exacerbado los sentimientos hasta el punto de cegar a
unos y otros y hacer cada vez más difícil encontrar una salida razonable al
conflicto.
En medio de ese panorama y con una huelga de hambre de
carios de los políticos presos por orden del magistrado Llarena, del Tribunal
Supremo, al president Torra y a su conseller de Interior, Miquel Buch, no
se les ocurre otra cosa que desautorizar a los mossos d'esquadra que, cargaron
en Girona, en respuesta a la violencia de los CDR, que, quizá atendiendo al
requerimiento de Torra, que les pidió "apretar" en la calle, trataron
de impedir por la fuerza una concentración de Vox, tan incómoda como
provocadora, pero autorizada, una actitud infantil que no cabía esperar de
quienes tienen a su mando a las fuerzas encargadas de mantener el orden en
Cataluña, como si los mossos, que pagan todos los catalanes, independentistas o
no, no tuviesen la obligación de garantizar los derechos de todos.
Quizá por ello, envalentonados y dando una de cal y otra de
arena los CDR, el cuerpo de choque del catalanismo en la calles, se hicieron
con el control de las autopistas, cortando durante quince horas una de ellas o
levantando las berreras de los peajes, ayer, y lo hicieron ante la inacción de
los mossos que, por las razones que fuera, no identificaron, mucho menos
tocaron un pelo de "los niños" de papa Torra, mientras jugaban con
las autopistas.
Pues bien, por si no hubiese suficiente sustancia para el
caldo, a Joaquim Torra, presiente de todos los catalanes no se le ocurre otra
cosa que pedir a los suyos que se sacrifiquen para impulsar la llamada
"vía eslovena" a la independencia, sin advertir, claro está, cómo iba
a hacerlo, que la independencia de Eslovenia de la entonces Federación
Yugoslava, proclamada unilateralmente por el territorio no sólo costó decenas
de muertes y centenares de heridos, sino que encendió la hoguera de la guerra
de los Balcanes que tanto sufrimiento y tantas vidas costó.
No sé si es eso, una guerra, lo que quiere Torra para Cataluña. De
momento sólo insinúa sus graves consecuencias a las que se refiere como
"sufrimiento", sin pensar en las víctimas que una cosa así acarrearía
para los catalanes y no sólo para los catalanes. No sé si no medita lo
que dice o si, en caso de que lo medite, estamos ante uno de esos belicistas de
los que tantos hubo el siglo pasado, a los que encanta mandar a los jóvenes al
matadero. Él sabrá. Lo que no sé es qué hacen los catalanes, gente sensata o
que al menos lo era, apoyando a un personaje tan incendiario como él que más
parece trabajar para el líder de Vox y los suyos que necesitan sentirse
agraviados para sacar todo su "ardor guerrero" y reventar la
democracia por la fuerza o desde dentro. Por eso, repito, no sé para quien
trabaja Torra, sabiendo como debería saber que, así, sólo acrecienta la fuerza de la derecha española. Tampoco sé por qué guardan silencio tantos catalanes sensatos, tan
amantes de su patria como él, conocedores como son de las nulas posibilidades
de hacerse realidad que lo que Torra pretende tiene. Para quién trabaja
entonces ¿para Vox?
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