Si nos tomamos a molestia de hurgar en el pasado, incluso en
el reciente, de Pablo Casado y su buen amigo, no lo digo yo, lo ha dicho él,
Santiago Abascal. nos daremos de bruces con José María Aznar y todo su entorno,
incluida la cazadora de cerebros, Esperanza Aguirre, tan encantada o más que el
propio Aznar del giro que han dado los acontecimientos en el PP.
Tanto uno como otro, Abascal como Casado, son los
hombretones del PP, los jóvenes impulsivos sin contacto con la realidad, sin
ninguna ocupación conocida más allá de la política, gente acostumbrada a unos
salarios y unos modos de vida muy por encima de las posibilidades de la mayoría
de la gente de su edad o formación, que me temo, hablo de la formación, no es
mucha y se circunscribe a lo conseguido a la sombra del partido.
Abascal, hijo del último alcalde franquista de Amurrio,
reconvertido al partido de Manuel Fraga, AP. estuvo ligado a las asociaciones
de víctimas del terrorismo, de la mano de la muy combativa María San Gil, y,
tras una carrera meteórica, alcanzó en apenas tres años de militancia la junta
directiva nacional del PP, donde pronto se colocó al abrigo de José María
Aznar. Una carrera fulgurante, hasta que, ya con Rajoy en la Moncloa, por
discrepancias con la línea del partido fue obligado a renunciar al escaño en el
que debería haber sustituido a Carlos Iturgáiz, nombrado delegado del Gobierno
en el País Vasco, en un momento en el que el PP Vasco había renunciado a las
políticas intransigentes de San Gil.
Demasiada renuncia para un temperamento tan ardoroso y
ambicioso como el suyo, por lo que el hoy líder de Vox no dudó en dejar el
partido al que debía todo, por ejemplo, un cargo, el de director de la Agencia
de Protección de Datos de la Comunidad Autónoma de Madrid o el de director de
la muy generosa, para él, Fundación para el Mecenazgo y el Patrocinio Social
que únicamente contaba con dos trabajadores, uno de los cuales, con un sueldo
de más de ochenta mil euros anuales era él. Así que, con el bolsillo dolido,
dejó el PP y fundó su exitoso Vox.
Una estrategia que guarda alguna relación con la de su amigo
Pablo Casado, que, en medio de la crisis de los másteres de la Rey Juan Carlos,
acorralado, dio un paso al frente presentándose a las primarias del PP que,
tras innumerables carambolas, le situaron como presidente del partido, apoyado
por lo más rancio y más corrupto de la etapa Rajoy. De modo que, desde hace
meses la voz del PP es la del locuaz Casado, un hombre que, como su protectora,
Esperanza Aguirre, no duda en afirmar una cosa y la contraria, siempre que las
consecuencias inmediatas de lo que dice, verdad o mentira, les favorezcan.
Así ha vendido como victoria personal lo que no ha sido, el
resultado de las elecciones andaluzas, no ha sido más que una sonora
derrota del Partido Popular, que, para gobernar en Andalucía como pretende.
tendrá que pactar con Ciudadanos y, lo que es peor para su imagen, con Vox, el
exitoso partido de su amigo Abascal.
Y en eso están ahora, reuniéndose discretamente, por sí
mismos o mediante vicarios, en Andalucía, a la busca de un acuerdo que se
convierta en un trágala para Ciudadanos, mientras el PP toma prestado de Vox,
gran parte de su vistoso programa, a ojos de lo más montaraz del electorado,
claro. Al fin y al cabo, una vieja estrategia, la de que, si no puedes vencer a
tu enemigo o le temes, debes unirte a él. Por eso, el PP lleva esta semana a la
sesión de control al Gobierno, los toros, la caza y las Navidades, aunque debe
de tener cuidado, porque, tratando de perecerse a quien tiene a su derecha, puede
acabar perdiendo a los que, qué ilusos, que el PP es un partid de centro
derecha.
Quien peor lo tiene ahora es Ciudadanos, que, de tanto meter
el codo en el barreño para ver si el agua ya no "quema", puede
encontrársela helada cuando la necesite y ellos no tienen las raíces ni el
pasado del PP y Ciudadanos que, ellos sí, perecen dispuestos de entonar el
"prietas las filas".
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